Uruguai: Prostituição e consumo de sexo


 

A voz de quem (de)manda

Por Mariangeles Giaimo.
Brecha, Montevideo, 25-5-2012

http://www.brecha.com.uy/

Encaminhado por Agenda Radical.

“La sexualidad masculina según su definición cultural proporciona la norma (…), los hombres, al hacerse hombres, asumen una posición en ciertas relaciones de poder en la que adquieren la capacidad de definir a las mujeres”. Jeffrey Weeks.

Se lo llama el oficio más viejo del mundo. Con la crisis financiera europea, en España hasta se han publicitado clases para aprender a ejercerlo: “Trabaja ya. Curso de prostitución profesional”, a un precio de casi cien euros. La prostitución es una práctica naturalizada, entendida por muchos y muchas (algunas feministas también) como un trabajo. El Estado no penaliza su ejercicio e incluso reconoce seguridad social para quienes lo practican.

Siempre que se dice “prostitución” viene a la mente la imagen de la mujer, de su cuerpo exhibido, de una calle oscura y unos tacones resonando. Sin embargo, esta “transacción” de dinero por sexo necesita no sólo de la oferta, sino, fundamentalmente, de alguien que lo demande.

Ese alguien es el objeto de estudio del reciente trabajo de Susana Rostagnol: Consumidores de sexo. Un estudio sobre masculinidad y explotación sexual comercial en Montevideo y área metropolitana. Según la investigación, la sexualidad masculina es entendida por estos hombres como una necesidad de liberar el deseo, más que una búsqueda por la comunicación o el erotismo: “Emir: ‘Como el placer de comer'”; “Claudio: ‘hay una necesidad, una necesidad que te pide el cuerpo'”; “Carlos: ‘Lógico, si te gusta'”; “ves una bombacha colgando y salís corriendo. Un tipo con 30 años, joven, te volvés loco. ‘tas bien comido… no estás cansado en sí, entonces yo qué sé… Cada ciertos momentos sí, que haya… que exista la prostitución (Edgar, 50 años, entrevista individual, camionero)”.

Sin culpas

En este último discurso, además de la “naturalización” de las necesidades fisiológicas hay una justificación de la prostitución. “Se lo considera como un intercambio justo entre dos partes, como un trabajo. Pero las personas se reducen a objetos. Tiene un estatus de mercancía para que el otro realice sus deseos”, explica Andrea Tuana de la ONG El Faro, que trabaja con situaciones de violencia doméstica y abuso sexual intrafamiliar. Para ella, que la prostitución siempre haya existido, y que la persona es libre para decidir lo que hace con su cuerpo no son argumentos válidos para justificarla: “La prostitución responde a un modelo en que los varones pueden acceder al sexo sin crítica, que los coloca en un lugar de poder y de acceso a los cuerpos de las mujeres. Y si miramos a esas mujeres, siguen siendo putas, y están ubicadas en el escalón más bajo de ser mujer. Es por eso que no se puede considerar un trabajo cuando lo sociedad aún las estigmatiza. Que se repita desde siempre no creo que sea sano, y más allá de la capacidad de decidir de una persona -de las circunstancias de su vida- hay que mirarlo como un sistema social y cultural que trasmite a los varones qué es ser varón”.

Justamente, en este estudio se sigue viendo cómo los hombres construyen la mirada hacia las mujeres, divididas en “vírgenes” y “putas”. La primera, la madre, la esposa, la que sirve para la reproducción; la segunda, la mala, la sucia, la que permite que se hagan actividades sexuales que muchos no osan pedirles a sus mujeres (sexo anal u oral). Claro que en este binomio simple existen otras figuras. La puta que trabaja y es madre sacrificada por sus hijos tiene un respeto -por parte del varón- diferente a las otras: “Qué tema bueno tocaste, porque en el barrio hay una prostituta; todas las mujeres dicen ‘Pa, esa puta de mierda’… pero esa puta que va pasando ahí tiene los hijos bien vestiditos, van a la escuela, y quizás están mejor que lo que yo crié a mis hijos mismo. Bien vestiditos. Ella labura, no molesta a nadie, pero siempre hay uno que dice ‘Ah, esa puta, por algo… Discriminan. (Gerardo, 45 años, obrero)”.

A través de ellos…

Aunque es sabido que existe la prostitución de adolescentes y niñas -que para el caso sería más correcto hablar de explotación sexual-, para el común de los hombres la prostituta siempre es mayor de edad y no advierte que, cuando no lo es, ese rato de placer se constituye en delito (ley 17.815) y que él pasa de ser cliente a delincuente. Según Luis Purtscher, director del “Comité nacional para la erradicación de la explotación sexual comercial y no comercial de la niñez y adolescencia” de Uruguay (Conapese): “hay una dificultad de los operadores judiciales tanto a nivel conceptual como práctico para poder tipificar este delito, ya que cuando uno ve los números aparecen las víctimas, los proxenetas, pero los explotantes desaparecen de los fallos judiciales”. El año pasado se registraron 40 casos de explotación sexual comercial de menores de edad. Cifra que seguramente padece de subregistro,* ya que resulta muy difícil detectar los hechos.

Pero los clientes no se sienten explotadores. Salvo en los casos de niñas y niños -en que los entrevistados remarcaron su rechazo-, con respecto a las adolescentes justifican su accionar depositando la responsabilidad en la menor de edad. Es la adolescente la que, según esa mirada masculina, seduce y engaña. Los “niveles de tolerancia” se identifican en discursos:”Lo que pasa es que hay mujeres que tienen 12 años y no los aparentan. Aparentan 18, 19 años, ese es el gran tema’ (Mario, 38 años, transportista)”.

* Para hacer denuncias sobre explotación infantil se puede llamar al 0800-5050 del Instituto del Niño y el Adolescente de Uruguay (Línea Azul), entre otras acciones.


 

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