Não é uma brincadeira infantil

Por Tomer Urwicz.

Redirecionado por Agenda Radical.

Unos 79.400 niños y adolescentes trabajan en Uruguay. Leticia es un caso. Es una niña más que ve coartado el disfrute de su pubertad por el tintinear del metal en un tarro. “¿Una monedita?”, pregunta en la salida de un hipermercado de la calle Scosería. Y la gente le da lo suficiente como para colaborar con su madre soltera para llenar la olla; alimento que debe alcanzar para sus otros cinco hermanos.

Es hincha rabiosa de Nacional y fan de Los Wachiturros. Sobre la mesita de luz de su cuarto de chapas una foto la muestra alta y delgada, como una princesa. Pero en la calle es una niña tirada contra una pared, mendigando y sin complacerse de sus 12 años. Mientras pide, apenas rinde en la escuela, si es que va. Se duerme, no presta atención y ya repitió dos años. La prima, quien la acompaña en la puerta del supermercado, ni siquiera concurre al colegio. Ambas son muestras del trabajo infantil. Dos casos visibles, aunque no de los que más hay. “El mendigar, la recolección y clasificación de residuos no es significativa en cantidad (1.300 en total), pero sí tiene una peligrosidad importante”, explica el inspector nacional de Trabajo, Juan Andrés Roballo. Un peligro que la madre de Leticia no visualiza, aunque sí le asusta “que un cuidacoches borracho le quiera hacer algo”. El 75% de la labor realizada por niños entre 5 y 14 años es considerada “peligrosa”. Asimismo, en esas edades está prohibido que desempeñen cualquier tipo de trabajo.

Diferente es luego de los 15 años. “Los mayores de 15 años, según determinados requisitos del INAU (Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay) pueden trabajar”, asegura la coordinadora del área de Trabajo Infantil de la ONG Gurises Unidos, Cecilia Menoni. De todas formas, agrega, “la idea es que no se vulneren los derechos de los niños y adolescentes. Si por cuidar a los hermanos chicos el niño deja de ir al centro educativo, deja de ser un niño. Esta realidad se aplica al derecho de recrearse o cualquier otra actividad inherente a esa edad”. Y Roballo coincide: “En la Convención de Derechos del Niño no aparece el trabajo como un derecho, en todo caso, más derecho tienen a ser niños y no trabajar”.

Martín (16 años) trabaja desde los ocho años. Dice que le gusta. Nadie lo mandó a cortar el pasto de los vecinos y menos a hacer changas con el panadero de enfrente. Pero lo hace y su familia lo acepta. Claro, lo deja con las asperezas que a toda madre le trae saber que su hijo no está estudiando lo suficiente con el fin de proveer una “ayudita” para el hogar. Ahora, como adolescente, su trabajo es intermitente. No cumple horarios fijos ni su remuneración se equipara con los 400 pesos que obtenía antes. Tampoco está obligado a encargarse de los hermanos más pequeños mientras sus padres trabajan toda la madrugada, llueva o no, acomodando autos en el estacionamiento del Mercado Modelo. Igual se levanta a las 6.00 y le da de comer a las gallinas, se fija si hay algún huevo que alegre el día y prepara el corral para la yegua, la misma que hace una semana lo arrastró por el pedregullo del campito trasero y le dejó la pierna hecha una morcilla.

Ambos

Leticia y Martín viven a un barrio de distancia. La primera sale poco de Piedras Blancas y jamás conoció el Centenario. El segundo, en Manga, desea irse al Centro para estudiar carpintería porque el Ciclo Básico le parece “aburrido”. Ella gana en cada salida la mitad que él. Según la última estadística del INE (Instituto Nacional de Estadísticas), única en la región estandarizada sobre Trabajo Infantil, los varones perciben un ingreso medio de 33,6 pesos por hora, mientras que las mujeres reciben 24,2 pesos por la misma tarea en el mismo tiempo. Para Menoni este dato no es novedad, porque si bien los derechos de ambos son los mismos, las diferencias de género están instaladas desde la primera hora. Las niñas y adolescentes, como Leticia, están asociadas a las tareas del hogar y el niño, a la calle. “El hogar no siempre es un espacio de protección”, aclara la trabajadora social, quien explica que el “trabajo doméstico es una de las principales labores que acosan a las niñas”. De hecho el promedio nacional de trabajo en menores de 18 años asciende en un 4% (13% total) si se consideran las tareas en su propio hogar.

Se trata de una labor secreta, que muchas veces no es interpretada como un trabajo, y que “es difícil fiscalizar porque el ingreso al hogar requiere de una solicitud judicial”, explica la directora de Inspección Laboral de INAU, Graciela Pardo. Aún así, la Organización Internacional de Trabajo (OIT) estableció que se considera un trabajo doméstico luego de las 14 horas semanales de tareas.

En el caso de los varones, como Martín, el desempeño se da en tareas manuales y, con creciente porcentaje, en el área de la construcción (63,4% de los casos).

Hay otra diferencia entre los pares de Leticia frente a los de Martín. Los adolescentes entre 15 y 17 años, como él, quintuplican a toda la cantidad de trabajadores de entre 5 y 14 años, lo que demuestra que “se trata mayoritariamente de trabajo adolescente”, asevera Roballo.

Como similitud, las realidades socioeconómicas cruzan toda brecha de género, y si bien las tareas domésticas se dan en toda clase social, “se observa que aquellos niños y adolescentes en trabajo infantil habitan en viviendas construidas con materiales de menor calidad que sus pares que no lo están”, dice la encuesta del INE.

Aún en la miseria, ambos comparten el deseo familiar de que estudien “para ser alguien”, como dice la mamá de Martín. Distinta es la realidad en el ámbito rural.

Campo

En el Interior profundo, camuflado entre los montes, la situación del trabajo infantil se agudiza: en cantidad y en peligrosidad. “Hay adolescentes que terminan el liceo rural con 15 años, no tienen qué hacer y arrancan para el trabajo full time, que además generalmente es de más de ocho horas diarias”, describe Menoni. Uno de cada cinco de estos menores de edad se aferra al trabajo familiar y alega hacerlo, casi culturalmente, “porque así es el trabajo rural”.

El presidente de la Asociación Rural del Uruguay (ARU), José Bonica, justifica que “los chicos tienen que ir incorporándose en las tareas propias de formación de futuros trabajadores rurales”. Y asevera: “Siempre respetando las normas laborales, es bueno que un niño se vaya formando en las tareas que desempeñará; el mejor momento que tiene para aprender es cuando es chico”. Por el contrario, a la Inspección Nacional de Trabajo le preocupa la situación de estos adolescentes: “Hemos relevado casos de chicos que se dedican a pelar montes luego de finalizada la escuela rural y no tienen otra alternativa”, cuenta Roballo.

Estos operativos son parte de las denuncias anónimas (contadas con los dedos de una mano) que recibe el organismo estatal y que fiscaliza con alguno de sus 140 inspectores dispuestos a corroborar la situación general del trabajo y ambiental de la empresa en cuestión. El INAU, cuya acción está centrada en niños y adolescentes, cuenta con sólo nueve para todo el país.

“Si un niño tiene que, una vez por día, darle maíz a las gallinas y no interrumpe con sus otras tareas, no hay problema. De hecho el trabajo incorpora valores. Pero si además tiene que atender a los chanchos, cuidar a los hermanos y otros empleos, hace que se esté ante un trabajo infantil. Y peligroso”, sentencia el inspector nacional.

Leticia como Martín son casos vívidos. Poco importa la teoría cuando las realidades que perciben estos chicos son desfavorables a su desarrollo. Como dice el referente de familias Leonardo Perla: “El trabajo infantil es la punta del iceberg”. Lo mismo ocurre en el campo. “Un empleado rural quiere salir al campo con su hijo en vacaciones, sin que éste se pierda de los cursos de la escuela, y esto puede ser mal interpretado como una práctica ilegal”, sostiene el presidente de la ARU.

Proceso

Sea por acompañar o no, sea un trabajo remunerado o no, sea en la calle o no; las zozobras por las que deben pasar estos niños preocupa a las ONG.

Menoni insiste en la necesidad de políticas sociales: “Desde el punto de vista normativo Uruguay tiene todo pero con eso no alcanza”. Es ante ese vacío que anónimos trabajan para erradicar la problemática que agobia a Leticia y Martín para que él pueda ser un gran carpintero y ella, una destacada peluquera.

DEIXE UMA RESPOSTA

Please enter your comment!
Please enter your name here

Esse site utiliza o Akismet para reduzir spam. Aprenda como seus dados de comentários são processados.