Por Débora Mabaires, Buenos Aires, para Desacato.info.
Tradução: Elissandro dos Santos Santana.
Já se passaram quarenta anos do início da luta das Mães da Praça de Maio. Mulheres que mudaram de vida da noite para o dia quando a Ditadura lhes tirou seus filhos.
Foram esses quarenta anos de suas vidas que permitiram que alguns dos responsáveis fossem julgados e sentenciados, gozando do benefício das leis das que eles tinham privado milhões de argentinos.
Lutaram contra a impunidade que a jovem democracia do Dr. Raúl Alfonsín lhes garantia com as leis de Obediência e Ponto Final, que sugeriam que somente seriam julgados os casos denunciados até este momento; e que não tinham responsabilidade os quadros inferiores das Forças Armadas e de Segurança, porque se encontravam cumprindo ordens superiores.
Em 1989, lutaram contra o perdão dos poucos genocidas condenados antes, quando o presidente Carlos Menem assinou “aos efeitos de que nos reconciliemos e pacifiquemos o país nós argentinos.”.
A persistência dessas mulheres encontrou eco no Estado só em 2003, quando Néstor Kirchner e Cristina Fernández de Kirchner possibilitaram o desenvolvimento de audiências para conseguir investigar o que tinha acontecido com seus filhos, em quais circunstâncias morreram e pelas mãos de quem se fez esta terrível ferida no tecido social argentino.
Com a chegada de Mauricio Macri ao poder, aumentaram os contratempos: julgamentos contra a humanidade foram suspensos por razões ridículas; alguns juízes tiraram licença justamente no momento em que devia se dar o julgamento; os meios de comunicação, em consonância com o Ministro da Justiça, Germán Garavano, e o Secretário de Direitos Humanos, Claudio Avruj, fomentaram a prisão domiciliar dos genocidas porque eram pessoas idosas. Outros funcionários diretamente negavam o genocídio e colocavam em dúvida a quantidade de vítimas.
A Conferência Episcopal Argentina, como ocorreu em 1976, não quis ficar de longe, e promoveu esta semana um plano de “reconciliação” com uma duração não menor que um ano, no qual diz “se começará com um itinerário de trabalho sobre a questão da reconciliação no marco da cultura do encontro“. O mesmo que dizia Carlos Menem em 1989.
Na quarta-feira 3, em uma nova amostra de total impudência, a Corte Suprema da Nação Argentina decidiu a favor da aplicação de uma lei (que havia sido revogada em 2001), para beneficiar Luis Muiña, um membro do grupo de tarefas montado com membros exonerados das forças de segurança, e atiradores civis, que sequestravam, torturavam e matavam em um centro clandestino de detenção montado no estacionamento do Hospital Posadas, um hospital público nos arredores da cidade de Buenos Aires. Este grupo de assassinos foi responsável pelo martírio de 30 pessoas e pela morte de pelo menos doze delas que faziam parte do pessoal do hospital. Onze pessoas permanecem desaparecidas. O corpo de Jacobo Chester, funcionário do departamento de estatísticas do centro de saúde, foi recuperado dias depois de seu sequestro porque apareceu flutuando em uma das docas de Buenos Aires.
A lei que hoje usa a Corte Suprema para beneficiar este preso é a que conta dois anos para cada ano de detenção, depois do 2º ano de prisão. Esta lei tinha sido revogada no ano de 2001, porque mostrou que juízes e promotores atrasavam os processos judiciais com o propósito de que, no momento do julgamento, aplicassem esse benefício, para que não passassem nem um dia a mais na prisão.
No dia 3, a Corte Suprema, com o voto dos dois juízes nomeados irregularmente por Maurício Macri e o da única juíza, que também violou a Constituição Nacional para poder permanecer em seu cargo apesar de haver cumprido os 75 anos de idade, que é o limite para exercê-lo, utilizou este dispositivo como um perdão automático para criminosos contra a humanidade.
A mesma Corte Suprema que vem avaliando com silêncio a prisão política de Milagro Sala, a dirigente social indígena da organização Tupac Amaru, abriu a cela para os assassinos.
Atualmente, mais que em outros tempos, nós argentinos dizemos: são 30.000 desaparecidos e não há reconciliação com genocidas; pedimos prisão para eles e exigimos Memória, Verdade e Justiça.
As Mães da Praça Maio não estão sozinhas. A luta segue!
Macri y la impunidad
Por Débora Mabaires, Buenos Aires, para Desacato.info.
Se cumplieron 40 años del inicio de la lucha de las Madres de Plaza de Mayo. Mujeres que debieron cambiar sus vidas de la noche a la mañana cuando la Dictadura les arrebató a sus hijos.
Fueron esos 40 años de sus vidas los que permitieron que algunos de los responsables hayan sido juzgados y sentenciados, gozando del beneficio de las leyes de las que ellos habían privado a millones de argentinos.
Lucharon contra la impunidad que la joven democracia del Dr. Raúl Alfonsín les garantizaba con las leyes de Obediencia y Punto Final, que sugerían que sólo serían juzgados los casos denunciados hasta ese momento; y que no tendrían responsabilidad los cuadros inferiores de las fuerzas armadas y de seguridad, porque se encontraban cumpliendo órdenes superiores.
Lucharon en 1989 contra el indulto a los pocos genocidas condenados entonces, cuando el presidente Carlos Menem los firmaba “a los efectos de que nos reconciliemos y pacifiquemos el país los argentinos.”
La persistencia de estas mujeres encontró eco en el Estado recién en 2003, cuando Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner propiciaron el desarrollo de juicios para lograr investigar qué había pasado con sus hijos, en qué circunstancias murieron y a manos de quiénes se perpetró esa tremenda herida en el tejido social argentino.
Con la llegada al poder de Mauricio Macri, arreciaron los contratiempos: se suspendieron juicios de lesa humanidad por razones irrisorias; algunos jueces tomaban licencia académica justo en el momento en que debía comenzar el juicio; y los medios de comunicación, en consonancia con el Ministro de Justicia Germán Garavano y el Secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj, fomentaban la prisión domiciliaria de los genocidas porque eran personas ancianas. Otros funcionarios directamente negaban el genocidio, o ponían en duda la cantidad de víctimas.
La Conferencia Episcopal Argentina, al igual que en 1976, no quiso quedarse lejos, y promovió esta semana un plan de “reconciliación” con una duración no menor a un año, en el que dicen “se comenzará con un itinerario de trabajo sobre el tema de la reconciliación en el marco de la cultura del encuentro“. Lo mismo que decía Carlos Menem en 1989.
Hoy en una nueva muestra de total desparpajo, la Corte Suprema de la Nación Argentina falló a favor de aplicar una ley (que había sido derogada en el año 2001), para beneficiar a Luis Muiña, un miembro del grupo de tareas montado con miembros exonerados de las fuerzas de seguridad, y sicarios civiles, que secuestraban, torturaban y mataban en un centro clandestino de detención montado en el parque del Hospital Posadas, un hospital público en las afueras de la Ciudad de Buenos Aires. Este grupo de asesinos fueron responsables del martirio de treinta personas y la muerte de al menos doce de ellas que eran parte del personal del hospital. Once permanecen desaparecidas. El cadáver de Jacobo Chester, empleado del departamento de estadísticas del centro de salud fue recuperado días después de su secuestro porque apareció flotando en una de las dársenas del puerto de Buenos Aires.
La ley, que hoy usa la Corte Suprema para beneficiar a este preso, es la que computa dos años por cada año de detención, luego del 2º año de prisión. Esta ley se había derogado en el año 2001, porque se demostró que los jueces y fiscales demoraban los expedientes judiciales con el fin de que al momento de la sentencia, aplicándose este beneficio, no debieran pasar ni un día más en prisión.
Hoy la Corte Suprema, con el voto de los dos jueces nombrados irregularmente por Mauricio Macri y el de la única jueza mujer, que también violó la Constitución Nacional para poder permanecer en su cargo a pesar de haber cumplido los 75 años de edad, que es límite para ejercerlo, usa este artilugio a modo de indulto automático para los criminales de lesa humanidad.
La misma Corte Suprema que viene avalando con su silencio la prisión política de Milagro Sala, la dirigente social indígena de la organización Tupac Amaru, hoy le abrió la jaula a los asesinos.
Hoy más que nunca, los argentinos decimos: son 30.000 desaparecidos, no hay reconciliación con los genocidas, pedimos cárcel para ellos y exigimos Memoria, Verdad y Justicia.
Las Madres, no están solas. La lucha, sigue.