Por Ricardo Salgado*, de Tegucigalpa, Honduras, para Desacato.info
Han transcurrido cinco años desde que los militares hondureños perpetraran, en complicidad con las elites poderosas de Honduras, un nuevo Golpe de Estado. Bajo, al menos, la mirada complaciente, y la dirección activa de los conspiradores norteamericanos, se llevó adelante una acción violenta que, además de terminar con un gobierno constitucional legítimo, electo por las mayorías, marco el inicio de una nueva era en nuestro continente, y marco de forma dramática la vida de este pequeño país centroamericano.
Hablamos mucho a lo largo de estos años, y no son pocas las voces que esgrimen la frase fatal “olvidemos ese golpe, ya pasó”; palabras terribles que buscan inyectarnos amnesia, y con ello doblar una página que, desde cualquier punto de vista, merece mucho estudio, muchos debates, y, sobre todo, entendimiento cabal de que sucedió y porque sucedió. Renunciar a esa verdad histórica tendrá, más temprano que tarde, consecuencias aún más devastadoras y a una escala aún mayor. Por esa razón, es imperativo abrir el debate, plantear nuestras ideas sobre las posibles causas y quienes son los beneficiados.
Antes de avanzar debemos reconsiderar algunas cosas que damos por sentadas; una de las más peligrosas es creer que los golpes de estado son “anomalías” que se dan al interior de la democracia burguesa, de manera más o menos coyuntural. Por otro lado, hemos creado un molde en el que se brindan rasgos que caracterizan un Golpe de Estado. En cualquier caso, la tendencia a conceptualizarlos, nos ha llevado a una generalización peligrosa, que nos bloquea muchas opciones de análisis, ignorando de esta forma el desarrollo histórico que se produce en cada momento. Así, los Golpes de Estado de los años sesenta mostraron particularidades que ya no existían en los setenta, y dentro de la ola de retorno a la democracia electoral burguesa en Latinoamérica en los ochenta, también se presentaron actos muy propios de estos fenómenos.
Si analizamos un poco, los golpes de estado vienen siempre cargados con dos aspectos fundamentales, altos niveles de violencia y cambios económicos radicales dentro del sistema capitalista mismo. A medida, se readecuan las fuerzas, la “normalidad” nunca retorna a su estado previo, y cambios mayores se han producido, generalmente en contra de las sociedades afectadas. Puesto que la institucionalidad burguesa no responde per se a la sociedad misma, sino a los intereses de una clase dominante específica, así como de empresas transnacionales, debemos sería conveniente discutir si realmente la acción golpista se produce contra una institucionalidad que, a todas luces, le resulta favorable sin necesidad de cambiar nada.
De este modo, los golpes de estado se producen contra la sociedad que cargará con el peso de los cambios que serán impuestos, y pueden producirse con niveles variables de violencia y represión, pero tienden siempre a transformar radicalmente la economía del país afectado.
Otro asunto vital radica en el contexto internacional en que se produce un golpe de estado; en general parece evidente que la ejecución en un país de una acción de este tipo altera drásticamente las condiciones y la correlación de fuerzas en el ámbito de las relaciones entre países. También debe tomarse en consideración que una vez desencadenada la ejecución de esta acción, no existe la marcha atrás como variable posible. Ahora estos actos virulentos tienen un beneficiario permanente cuyo control hegemónico no está en discusión, por ahora: el sistema capitalista, la ideología neoliberal y el dogma del libre mercado.
El Golpe de Estado en Honduras, puso, sin duda, en estado de desconcierto y alarma a la mayoría de la comunidad internacional, pero a nivel interno, los resultados fueron catastróficos, pues la violencia cumplió su propósito de crear las condiciones de conmoción necesarias para dar lugar a la profundización de medidas neoliberales, en un país en el que el modelo avanzaba sin tropiezos. Además, las consecuencias a nivel de la discusión dejaron muchos cabos sueltos, y no fuimos capaces hasta ahora, de elaborar una tesis que nos permita entender lo que nos hicieron.
Uno de los problemas siempre es encontrar ejemplos útiles para entender lo propio; al fin y al cabo, tuvimos varios intentos de golpe de estado en América Latina en la primera década del siglo XXI. Uno de ellos, el de Venezuela en el año 2002, podría tener más explicaciones que lo que en primera instancia percibimos. Eso se debe principalmente a que todo se consumó, y luego, en horas, fue derrotado. Basta ver los videos y leer los testimonios de aquel momento, especialmente la declaración de medidas a tomarse de forma inmediata por Pedro Carmona y sus secuaces, las que no iban destinadas solamente a desmontar todos los avances alcanzados durante la gestión del presidente Hugo Chávez, sino también a imponer medidas económicas más terribles que las que existían antes de 1998. En ese intento fallido se forjo una escuela de perfeccionamiento de Golpes de Estado en América Latina, los que dejaron de ser “anomalías” sistémicas para siempre.
Es posible que ahora mismo, debamos considerar que los Golpes de Estado, duros o blandos, sean parte del libreto para la imposición del dogma de Libre Mercado, gracias a los largos periodos de conmoción que pueden causar entre la población y sus sectores académicos e intelectuales muchos de los que, aunque están comprometidos con las luchas de las mayorías, no mantienen un nivel orgánico adecuado, situación agravada por la falta de estudio o el dogmatismo extremo de grupos llamados a ser consecuentes con el proceso revolucionario. En ese sentido, la lógica del pragmatismo nos orilla a análisis muy precarios de la realidad, y a grandes dificultades para entender lo que hace el enemigo.
El abordaje de este tema nos llevará a plantear muchas ideas, que no son necesariamente correctas, pero pretenden plantear un debate sobre el accionar del enemigo, así como el análisis preciso de las coyunturas en nuestros países. En Honduras, hemos pasado mucho tiempo en la discusión sobre si tuvimos un golpe de estado o una sucesión constitucional (figura inexistente en las leyes del país), mientras discurría este debate estéril se aplicaban las medidas económicas más atroces de nuestra historia. Hoy las heridas se multiplican mucho más rápido que nuestra propia capacidad de asimilación de las mismas.
*Ricardo Arturo Salgado
Investigador Social y Escritor hondureño