“Un eternizador de dioses del ocaso”
Silvio Rodríguez
Según la Real Academia, esa gendarmería anquilosada de nuestra lengua, dignidad es equivalente o sinónimo de excelencia o realce. Indignidad e indignación son parte de su familia de palabras. Aunque, ya se sabe, la familia ya no es lo que era. También la del lenguaje.
Esta vez las dignidades las puso el fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Por decisión unánime (y no es un detalle) puso fin a las manipulaciones y tergiversaciones en la interpretación del artículo 86, inciso 2, del Código Penal Argentino. La norma declara impune el aborto practicado a una mujer demente o idiota, embarazada producto de una violación. Cabe recordar que el Código data de 1921. De ahí la caracterización del diagnóstico. Hoy ya no se aplica ni siquiera a ciertas conductoras televisivas o a pastores prejurásicos de sectas mayoritarias.
La redacción de la sentencia extiende el alcance a toda mujer violada, independientemente de su edad o salud mental, equiparando así la calidad de víctima de quien ha sufrido semejante vejamen. Se terminó el lobby cardenalicio sobre la familia de la humillada para llevar a juicio una disposición legal clara y contundente. Lograban encontrar un magistrado que usando y abusando de los tiempos tribunalicios hacía prácticamente imposible el cumplimiento de la norma.
También la objeción de conciencia contempla la sentencia. Médicos, obstetras, enfermeros y demás auxiliares pueden ampararse en ella, pero el Estado debe garantizarle a la mujer el cumplimiento de la ley.
La indignidad corrió por cuenta, una vez más, de los delegados de Maledicto una equis, una ve y un palito, o sea, el Papa. El portavoz fue José María Arancedo, presidente del Consejo Episcopal Argentino desde el 8 de noviembre de 2011 y (dato chismoso) primo hermano de Raúl Alfonsín. Nunca imaginé que iba a coincidir con un monseñor. Es que, confirmada la sentencia, Toté (así lo llaman en la intimidad) salió a manifestar la “sorpresa” de la jerarquía católica. Claro que su sorpresa y la mía tienen distinta cara. La de él, cara de culo. La mía, sorpresa luminosa, inclusiva, producto de la composición de un tribunal que es hijo de una decisión política de Néstor. Como dice Myriam Arancibia, mi amiga, compañera y colega de la vida (en ese orden) esta es la Corte que supimos conseguir. Y este fallo un escalón más hacia el logro del aborto legal, seguro y gratuito que ponga a la mujer como sujeto de derecho pleno. El Congreso de la Nación nos debe ese debate que, tarde o temprano, se dará.
Vuelvo a coincidir con el prelado cuando, textualmente, declara: “no existe ningún motivo o razón que justifique la eliminación de una vida inocente”. Sí monseñor, pero las palabras llegan tarde, tardísimo. Si las hubiesen dicho y puesto en práctica a su debido tiempo no habría habido genocidio en el país. Vaya un incompleto listado de hermanos suyos (y nuestros) que no alcanzaron a escuchar sus reflexiones. Enrique Angelelli, muerto en La Rioja el 4 de agosto de 1976; Salvador Barbeito, cura palotino asesinado el 4 de julio de 1976, junto a Emilio Barletti, Pedro Duffau, Alfredo Kelly y Alfredo Leaden; Daniel Bombara, militante de la Juventud Universitaria Católica de Bahía Blanca, asesinado el 10 de diciembre de 1975; Carlos Dorniak, salesiano muerto el 21 de marzo de 1975; Héctor Ferreirós, ex sacerdote, periodista de TELAM, muerto el 30 de marzo de 1977; Elizabeth Fress, militante de la JUC, desaparecida en setiembre de 1976; José González, agente pastoral de Bahía Blanca, asesinado el 24 de abril de 1976; Elizabet Kasemann, luterana, estudiante de Sociología, muerta el 8 de marzo de 1977; Gabriel Longueville, sacerdote asesinado en Chamical el 18 de julio de 1976; María del Carmen Maggi, decana de la Facultad de Humanidades de la Universidad Católica de Mar del Plata, muerta el 9 de mayo de 1975 (Fuente: Movimiento Ecuménico de Derechos Humanos). Hay más lápidas, monseñor Toté, pero no quiero abrumarlo. Es más, en algunos casos ni lápidas hay. Permanecen desaparecidos.
Fíjese que casualidad. Por estos días hemos leído los dichos de Carlos Pagni, columnista de La Nación, en los que “acusa” al viceministro de Economía de la Argentina, Axel Kicillof, de tener “ascendencia rabínica” y ser “marxista”. La Iglesia que Toté dice representar ha pregonado largamente la culpabilidad de los judíos en la muerte de Cristo, por más puesta en escena de Maledicto en algún campo de concentración nazi. Si hasta don Pío, una equis y dos palitos, bendijo las armas franquistas, en nombre de un dios presuntamente misericordioso. El prelado cavernario y el pelado macartista parecen salidos del huevo de la misma serpiente.
¿Vio que atrasan? Dijeron que el mundo se derrumbaba cuando el Estado les arrebató el monopolio de los nacimientos, bodas y muertes. El país necesitaba poblar sus pampas y no podía admitir que los inmigrantes fueran cautivos de una secta, por muy mayoritaria que fuera. Lo mismo ocurrió con el divorcio vincular y el matrimonio igualitario. No hay caso, tienen una nutrida y jugosa foja de servicios en eso de acumular indignidades.
De la indignación me hago cargo, ¿se nota?