Fue efímero, apenas pocos días, pero acompañaron mis mediodías, mis tardes y mis noches, incluyendo las horas de sueño y las de vigilia. A algunos los llevaré en el recuerdo por el resto de mis días. ¡Cómo disfruté con la imagen de esa parrilla pletórica de chorizos! Alineados como los soldaditos de plomo de la infancia, cuando mi inocencia aún no había sido perturbada por el pacifismo y la canción de Víctor Heredia. Verlos desaparecer, prolijos y apetitosos, por la maligna influencia de la ideología neomarxista del viceministro de Economía y la perversa persecución del secretario de Comercio Interior, me producía (todavía me produce) esa indescifrable sensación de ganas de comerme cada uno de los embutidos que iban esfumándose de la pantalla televisiva y, a la vez, un ataque de risa que, por respeto al descanso de los vecinos, no se transformaba en carcajada sísmica, barrial, provincial, continental y universal. La cuestión es que los chorizos se iban, tal vez a otra parrilla, y al final, chorizo.
O la nena que abandonaba la mesa familiar para salir con el chico Argen y dejaba al abuelito Tina en estado de soponcio y con el postre sin comer. Y esa moneda que, en cámara lenta, sube y baja mientras se escuchan los voces en off de Menem prometiendo que no nos iba a defraudar, la de Duhalde (el malo) devolviendo los depósitos bancarios en la moneda correcta, la de Néstor invitándonos a compartir su sueño y la moneda que sigue bajando lentamente y el creativo que se olvidó del helicóptero, del chupete en el corralito, los científicos lavando platos, los jubilados en bolas, los sueldos devaluados, los 38 muertos de diciembre, Cavallo y sus secuaces mediáticos, de Kosteki y Santillán, y la moneda que se diluye en papeles pintados, los ahorristas pateando Bancos, las filas en Ezeiza, el país a la deriva y el pesimismo encabezando nuestra vida.
En fin, que pasaron las PASO y los spot de campaña me quedaron en la retina y, vale decirlo, dejaron buena guita en las agencias de publicidad. Los voy a extrañar aunque, felizmente, en poco más de dos meses volverán las inspiradas ideas de los creativos, dispuestos a alegrarnos los almuerzos, a recrearnos las tardes y las noches para que sepamos, de una buena vez, que la agenda la marca el grupo de prohombres argentinos que, desinteresadamente, pone todo lo que tienen al servicio de la sociedad que busca salvarse de esta dictadura chavista, marxista y corrupta que dignificó el trabajo, construyó casi 1.800 escuelas nuevas y repatrió mil científicos y le dio la posibilidad al mediopelo de tener vivienda propia. ¡Gloria eterna al pseudoperiodista gordo y fumador, el ícono del dedo medio en alto, el patriota de la verdad, el denunciador posesivo, el fabricante de candidatos impolutos, el gran resucitador de cadáveres políticos!
Acá, en la provincia del vino magnífico y las muchachas en flor, triunfó el voto bobo. El sociólogo mendocino Marcelo Padilla escribió: “Cobos es una representación simbólica patética de lo que puede una sociedad construir como autorrepresentación”. No tengo mucho más para agregar. Apenas sugerir que el PJ local (léase bien: digo el PJ, no el kirchnerismo) parece más heredero de Herminio Iglesias que militante del gobierno de Cristina. Que Julio Cobos, el primer vicepresidente que fue jefe opositor mientras ejercía el cargo, se haya convertido en el candidato derechista más ganador en estas internas generalizadas, junto con el restaurador intendente de Tigre, Sergio Massa, es una evidencia de que el surrealismo está tan vivo aquí como cuando André Breton y Alfred Jarry, entre otros, brillaban en Europa. Ni Marcelo Santángelo, el genial mendocino que mantuvo encendida su antorcha, lo hubiese imaginado.
Pero no es monopolio vernáculo el delirio. Barack Obama, quien sigue sintiéndose el presidente del mundo, acaba de avisarnos que nos va a espiar con más transparencia. Claro que, aclaró que lo hace para protegernos de tanto loco suelto que entra a los tiros en las escuelas, tanto terrorista enardecido que bombardea preventivamente a poblaciones inermes , tanto narcotraficante insaciable. O sea, protegernos, parece, de ellos mismos. Un oxímoron. De manera que ahora, después de su iniciativa, el agente de la CIA deberá tocar el timbre en tu casa, presentarse y decir que viene a cuidarte, pero como es espía no se lo digas a nadie. Ni a tu perro, a tu gato o tu canario y, mucho menos, a la vecina, porque en el almacén lo puede divulgar y, entonces sí, todo el operativo se va al carajo y el pobre tipo pierde su trabajo o tiene que pedir asilo en Moscú, un horror.