Daniel Scioli (esq.) e Mauricio Macri (dir.), candidatos à presidência da Argentina
Por Ricardo Salgado Bonilla.
En una semana más, el pueblo argentino tendrá ante sí la responsabilidad de tomar una decisión que en las condiciones actuales tiene en vilo todo lo que se ha podido construir en América Latina desde finales del siglo anterior: olvidar toda la amarga experiencia vivida, y dar paso a una versión “recargada” de aquel suplicio, o ratificar su convicción de que la ruta soberana que ha seguido es el camino a mejores alternativas para alcanzar una sociedad más justa y verdaderamente libre.
Por doquier se puede leer, con mucha preocupación, que la elección ha convertido este trascendental momento en una contienda entre Scioli y Macri, dándoles mayor connotación a los individuos, olvidando sus entornos políticos. Ese este esquema de análisis es muy conveniente a la derecha local (y continental), pero es un absurdo desde el punto de vista de la izquierda, especialmente la que ya vivió los horrores de la dictadura y las penurias del menemismo.
Es un error gravísimo de la izquierda (esto sucede a menudo en todos nuestros países) esperar que otros construyan lo que ella tiene como deber hacer; una sociedad socialista no se construye desde la comodidad de la crítica permanente ni la elaboración permanente de anécdotas. Peor error aun, es no entender las diferencias que existen entre la realidad que ahora viven, y la nueva versión militarizada de neoliberalismo que Macri trae como fórmula.
La cuestión sobre Macries que el representa los intereses de una clase concreta, que tiene propósitos bien definidos, y está inserta en los planes hegemónicos mundiales de los poderes transnacionales. Su proyecto, de inmediato, además de destruir todo el entramado de la integración latinoamericana (de la que Argentina es una pieza fundamental), se centra en la acelerada desposesión violenta de la propiedad estatal, a la que señala como inepta y deficiente, para permitir el enriquecimiento exponencial de la ya opulenta clase dominante argentina. Ese enriquecimiento solo es posible empobreciendo sin límites a la mayoría de los ciudadanos.
Si la experiencia de “el corralito” fue pavorosa, ahora la derecha planea una estrategia de “fast track”, inutilizando la capacidad del Estado, endeudándolo e hipotecando el patrimonio nacional; destruyendo literalmente toda organización gremial para terminar con la resistencia a la transformación, y el aumento de la capacidad represiva de los aparatos militar y policial, mediante una militarización de la sociedad dirigida desde el comando sur, como solución para combatir la violencia.
Durante los últimos cuarenta años, ha quedado demostrado el efecto destructivo que esto tiene, incluso para el capitalismo mismo. Ha sucedido en todas partes del mundo, pero los asoladores efectos son pagados amargamente por los que no son dueños de capital; de aquellos que solo pueden vender su fuerza de trabajo, ya sea en las fábricas, los campos, o las universidades y centros públicos.
La propuesta de la derecha argentina, dirigida a una población que está básicamente a merced de la manipulación todos los días de su vida, apuesta al olvido, a la amnesia de la sociedad, que insatisfecha por lo que hoy tiene, puede jugarse en una ruleta rusa su futuro.
Pero no debe culparse al pueblo por las deficiencias que mostramos en nuestra construccion histórica. Sería mejor entender la dimensión de nuestro compromiso desde la izquierda, que debe ser mayor que el de cualquier otro. Nada será posible si tiene éxito la destrucción de la memoria de nuestro pueblo, y es nuestro deber militante derrotar ese despropósito.
Más allá del juego electoral, Scioli puede no parecernos (simplemente porque no es), parte del proyecto que nosotros desearíamos, pero, indudablemente, las condiciones que le llevan en esta carrera por la presidencia son significativamente opuestas a lo que Macri representa, y esa explicación, sobre la conexión anti latinoamericana y anti argentina que apoya a Macri, los trágicos resultados que han dejado sus aliados en sus países (como Uribe en Colombia o Aznar en España), nos corresponde a nosotros.
Si no sirve de nada caer en la trampa de poner a ambos candidatos en el mismo plano, menos aún servirán las quejas a posteriori cuando la maquinaria destructiva del neoliberalismo esté en pleno desempeño de su terrorífica tarea de destruir la nación argentina, y a la gran patria grande con ella.
Muchos dirán que en la Argentina se vive bajo un modelo de explotación neoliberal, que los privilegiados siguen haciendo lo que quieren, y muchas cosas más; pero eso no es extraño. Lo que tenemos es lo que hemos sido capaces de hacer, y muchas veces ha estado condicionado por la dureza de la realidad, y otras tantas por nuestra falta de posibilidades de avanzar. No esperemos el país que queremos construido por otros.
A falta de unos días para el desenlace de este difícil momento, sería prudente y razonable adherir sin reservas la lucha contra la amnesia; la unión férrea, aunque sea por un instante, para derrotar al enemigo, luego habrá chance para proponer una estrategia para aspirar a más.
Foto: Dami Marras.
Fuente: TeleSUR.