Parte I
Recientemente la presidenta de la Argentina, Cristina Fernández, llamó en una reunión del G 20 a “volver al capitalismo en serio”; reflexiono sobre la forma actual del sistema y lo nombre “anarco capitalismo”. Después de esto era de esperar que muchos cayéramos en la tentación de reaccionar ante estas palabras. No se puede hablar mucho de ideología, menos aún de las posiciones personales de la presidenta. Si está claro que este llamado en medio de los personajes a cargo de ver como encuentran una salida a las crisis recurrentes, cada vez más frecuentes, del sistema, fue un acto de mucho valor; en él queda evidenciada la preocupación de los países del mundo por los efectos que tiene para todos cada proceso de crisis y de salvataje que se produce en el entorno más industrializado del planeta, y que, por otro, lado nadie más que ellos provocó.
El llamado a volver al capitalismo no debería provocar ninguna incomodidad entre nosotros, pues las condiciones a que hemos llegado a raíz de la aberración construida alrededor de la idea friedmaniana del mercado total, nos impone la necesidad de estudiar de nuevo, y entender los retos que tenemos de frente. Es complicado afirmar que “regresar” es el proceso que buscamos, pero para las economías de nuestros países es imposible seguir como espectadoras de lo que acontece en un mundo donde cada crisis financiera en un centro hegemónico del planeta desata una guerra criminal en alguno de nuestros lacerados estados.
Algunas consideraciones sobre el capitalismo sostenido hasta Keynes, nos indican severas distorsiones producidas en el sistema a partir de la aplicación de los reaganomics en la década de los ochenta. Debemos entender que existen diferencias claras entre etapas distintas del capitalismo, además que el sistema busca maneras de reproducir sus condiciones de existencia, lo que le mantiene en constante movimiento. Igual que la historia, el capitalismo es dinámico, está en permanente proceso de cambio, de desarrollo. Lo que Marx conoció, lo que le sirvió de materia prima para construir su excepcional obra, no podía prever la ruta que seguiría el sistema, para Lenin, Gramsci o Mariátegui era menos que imposible ver la mutación que seguiría el imperialismo a través de las décadas; difícil era ver a los gobiernos de países poderosos actuando como empleados de las corporaciones, o las transnacionales definiendo el futuro de las naciones.
A lo largo de los últimos cien años, el sistema ha ido generando cambios de forma y de fondo de su propia definición estructural, y sigue haciéndolo. En Honduras, por ejemplo, después del Golpe de Estado se ha impulsado la creación de un laboratorio para las llamadas “Charter Cities”, una forma de “feudalismo corporativo” que le da opción a inversionistas transnacionales de adquirir concesionalmente un mínimo de mil kilómetros cuadrados de territorios y fundar en ellos pequeños reinos que manejaran a su antojo. Esta monstruosidad, destinada a reducir a la nada a países que se consideran parias, ha venido siendo gestada desde inicios de los años noventa, en pleno apogeo del neoliberalismo mismo. Ya entonces los “diseñadores” se atrevían a examinar el futuro y a plantear el “paso siguiente”.
El reclamo por entrar en una etapa clara donde se reconstruyen las estructuras y la superestructura capitalista clásicas, no parece del todo antojadiza o absurda. Para entender eso debemos fijarnos en los conceptos fundamentales planteados por Marx, quien nos lleva a encontrar en el trabajo el núcleo de todo el desarrollo histórico de la humanidad. Concibe al trabajo como una actividad transformadora de la realidad, llevada a cabo por hombres carentes de acceso a la propiedad. En cualquier caso, el trabajo, enajenado o no, estaba destinado a aportar desarrollo a la humanidad, y a enriquecer el conocimiento, la cultura, la artes. El proceso hacia el socialismo produciría un cambio en la manera en que se relacionaban las fuerzas productivas, las productoras de ese trabajo fecundo, y los medios de producción, entendidas dentro del capitalismo como antagónicas.
Aunque Marx fue capaz de anticipar el paro como una de las consecuencias del avance de la tecnología, no podía prever el desempleo masivo que viven nuestros países; el capitalismo de entonces producía, el de hoy especula. Cuando vemos los análisis de compañeros que nos explican la exorbitante suma de capitales especulativos que suman tres veces más que el valor total de la producción del planeta, estamos obligados a hacernos muchas preguntas sobre el trabajo que genera este capital sin respaldo, que sirve para apostar nada más. Y debemos preguntarnos acerca de esto porque este tipo de capital no produce ningún beneficio en nuestros países, pero si muchos perjuicios. Para los empleados de corporaciones multinacionales en sus centros de poder generan al menos una ilusión consumista, mientras que entre nosotros solo produce la angustia de esperar la vorágine de sus catástrofes.
Otro fenómeno que debe llamarnos la atención sobre la naturaleza del trabajo en esta etapa del sistema, es que tiende a retroceder las condiciones de los trabajadores en muchas décadas. Fomenta la absurda creencia que cada hombre, cada mujer es un micro empresario en potencia, cuando en realidad lo que hacen es liberar al mercado de la molesta carga de los costos relacionados con la labor de sus empleados. Cada día se fomenta más y más una especie de esclavitud del trabajo frente al capital, se promulgan leyes de trabajo por horas, eliminando los derechos que si se dan en el empleo pleno, e ignorando las condiciones propias de cada país. Además, la creación de “pequeños empresarios” presenta una oportunidad de atar financieramente a los trabajadores, que ahora deben solicitar préstamos para poder entrar a competir.
El trabajo transformador, con patronos y trabajadores, fábricas y maquinas, ha sido reemplazado por relaciones de “emprendedores” y redentores bancarios. La explotación del trabajo ha mutado en muchas y novedosas formas que obligan a un estudio renovado y a la redefinición dialéctica de las condiciones en que subsiste y reproduce el sistema. No es descabellado después de todo, pensar que cuando se habla de regresar al capitalismo, en realidad se está planteando la necesidad de dar un paso hacia adelante, para llegar a esto es imperativo que redescubramos el pensamiento revolucionario desde mediados del siglo XIX, transitando el siglo XX formulando las ideas que sirvan a nuestros países para encarar el siglo XXI.
Los conceptos, las ideas, la realidad son dinámicas; ahora hemos examinado superficialmente, y de forma incompleta, el tema del trabajo, sobre el cual debe hacerse mucho. Debemos también ver el proceso de acumulación en nuestros países. En general, mientras se daba la acumulación originaria en los países europeos, en los nuestros se daban intensos saqueos y “limpiezas” culturales. Así seguimos enfrentando el reto, que debe ser particularmente intenso para nuestros economistas, quienes deberían decirnos que nos toca hacer a nosotros.