El 5 de junio se cumplió el 45º aniversario de la llamada “Guerra de los Seis Días”, el ataque lanzado por Israel contra los ejércitos de los países árabes vecinos, que en Palestina y el mundo árabe se conoce como al-Naksa (“la derrota”). En menos de una semana, Israel triplicó su territorio, expandiéndose y ocupando Gaza, Cisjordania, Jerusalén Oriental, la península del Sinaí egipcia y los Altos del Golán sirios. El saldo fue de 15.000 árabes muertos (Israel tuvo sólo 700 bajas), cientos de miles de palestinxs desplazadxs, expulsadxs de sus tierras (en muchos casos por segunda vez) y convertidxs en refugiadxs.
Estos días proliferan los análisis y testimonios sobre la tragedia que significó esta segunda ocupación, a partir de la cual Israel afianzó su proceso de judaización y limpieza étnica del territorio de Palestina, comenzando la construcción de colonias, carreteras e infraestructura urbanas exclusivas para la población judía. Hoy medio millón de israelíes viven ilegalmente (según el derecho internacional, IV Convenio de Ginebra) en Cisjordania, y la población nativa palestina dispone de menos del 12% de su territorio original.
En este espacio iré compartiendo algunos de esos testimonios y visiones desde la realidad presente de la ocupación de Palestina y el régimen colonial y de apartheid impuesto por Israel. Ofreceré distintas perspectivas -algunas escépticas, otras optimistas- tanto palestinas como israelíes antisionistas.
Empiezo con el discurso pronunciado por Nurit Peled-Elhanan el 9 de junio en Tel Aviv, durante la manifestación de palestinxs del 48 e israelíes contra la ocupación.
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Nurit Peled-Elhanan (Alternate Focus)
El 45º cumpleaños de la Ocupación
Nurit Peled-Elhanan *
Traducción del inglés: María M. Delgado Discurso pronunciado el 9 de junio de 2012, en la manifestación contra el aniversario de al-Naksa, en Tel Aviv.Esta tarde quiero dedicar mis palabras a tres presos en huelga de hambre: Mahmoud Sarsak, que está ayunando desde hace 83 días; un excelente jugador de fútbol de Gaza, que fue arrestado hace tres años bajo la ley “contra los combatientes ilegales”, que permite a Israel mantenerlo preso de por vida sin juicio ni cargos; Akram Rikhawi, preso desde 2004 y en huelga de hambre desde el 12 de abril, en protesta por no haber sido liberado a pesar de su frágil estado de salud; y Samer al-Barq, que reanudó su huelga de hambre después de haberla terminado con la firma del acuerdo [N. de la T: entre los presos palestinos y las autoridades israelíes, el 14 de mayo], porque al igual que otros que fueron liberados, recibió una nueva orden de detención administrativa.
Estos prisioneros todavía están con vida porque “cuando la libertad se adueña del alma de una persona, ni los dioses pueden tocarla” (Jean-Paul Sartre). Ni el dios del poder sionista, ni el ángel de la muerte israelí. Esos prisioneros, y miles más como ellos, incluyendo a más de veinte miembros del Parlamento palestino, y al mismo Presidente del Parlamento, el Dr. Aziz Dweik, están presos sin juicio ni justicia, en condiciones humillantes, sin visitas ni esperanza, por años. Ellos son los luchadores de la libertad de este país, que nos recuerdan una y otra vez que todxs vivimos bajo ocupación, y que sólo su liberación nos devolverá la libertad a nosotrxs.
Lxs ciudadanxs árabes de Israel han vivido bajo ocupación por cerca de 65 años, y lxs ciudadanxs judíxs de Israel viven bajo un sitio que ellxs mismxs se han impuesto. Todxs estamos sujetxs a un régimen colonialista que incluye apropiación de tierras y recursos de agua, limpieza étnica, destrucción del paisaje y del espíritu humano. A lxs árabes se les ha impuesto una lengua y una cultura que no necesitan, excepto para expresar que han sido conquistadxs, y su propia lengua y su cultura han sido deliberada e institucionalmente eliminadas de la vida de lxs judíxs, para que no podamos enseñarles a nuestrxs hijxs ni recordarles a lxs suyxs que “también puede haber una historia de amor entre un poeta árabe y este país” (Mahmoud Darwish). Así, desde su nacimiento Israel ha venido perpetuando, a través de regímenes opresivos, una sociedad alienada y una cultura separada de este lugar, de sus habitantes, de sus aromas y sus sabores. Incluso los árboles y las flores de nuestros jardines son foráneos, alienados, no pertenecen al lugar. Esta alienación atestigua una y otra vez que el día de su fundación Israel estampó en su bandera el símbolo del apartheid y el racismo.
Este año el régimen de apartheid del Estado Judío demostró su completa lealtad al racismo y a los principios racistas. Veinticinco leyes racistas fueron presentadas y más de diez leyes racistas fueron aprobadas este año; y lxs ciudadanxs israelíes casi no salieron a las calles. Más de 300 palestinos detenidos sin juicio ni cargo lanzaron una huelga de hambre hasta las últimas consecuencias durante más de dos meses, y casi ningún/a ciudadanx israelí salió a las calles. Miles de niñxs no van a la escuela en Jerusalén Oriental porque el ministro de educación judío no les asigna recursos, o porque la ley racista de Ciudadanía los ha convertido en ciudadanxs de ninguna parte; y nadie sale a las calles.
Separación de familias, expulsión de residentes, confiscación de tierras, secuestro de niños arrancados de su cama e interrogados cruelmente, familias desalojadas de sus hogares y dejadas en la calle, campesinos torturados por matones con kippá protegidos por el ejército, por orden del gobierno… y nadie sale a las calles. Ese es el principal logro del movimiento sionista.
El Estado de Israel, que se declaró oficialmente un estado de apartheid, se distingue por lo que ha sido siempre el método de racismo más típico y exitoso: la clasificación de los seres humanos. El idioma hebreo, que se va haciendo más y más repugnante bajo los auspicios del ejército de ocupación y la burocracia de la ocupación, está lleno de clasificaciones: hay personas que son un cáncer en el corazón de la nación, y hay personas que son un peligro para la seguridad, y hay personas que son una plaga o una pesadilla demográfica, y hay personas que son un riesgo para la salud; todas ellas clasificadas y categorizadas de tal manera que aun el más ignorante y bruto de los ministros israelíes puede aprenderse de memoria esta clasificación.
Todxs estamos sujetxs a clasificaciones. Todxs estamos controladxs por las leyes racistas de este lugar, y encerradxs voluntariamente en guetos. El gueto sionista ha aprendido a no ver ni oir nada más allá de los muros que lo rodean: los muros reales de cemento, y los muros imaginarios hechos de obediencia, odio, y un miedo terrible. No nos atrevemos a protestar contra las leyes racistas, no nos atrevemos a desafiar señales racistas, no nos atrevemos a defender a los niños torturados, no nos atrevemos a romper los muros de Gaza, y no nos atrevemos a ir a Hebrón o Deheisheh, a Yenín o Ramalah a preguntar por los vecinos. Esa es la gran victoria de la Ocupación. Bajo el manto de la Ocupación, elegimos una y otra vez someternos a la autoridad de criminales de todo tipo, criminales de guerra, ignorantes y patanes. Así nos auto-castigamos por nuestra impotencia y por el blanqueo de nuestro espíritu.
Año tras año llevamos a nuestrxs hijxs hasta la puerta de las escuelas y les dejamos a merced de un sistema educativo que quema libros de historia y ciudadanía y autoriza libros que incitan a asesinar ñiñxs. Les abandonamos al lavado de cerebro y las mentiras sobre la Guerra de Liberación que ganamos, y sobre el Día de Jerusalén que representa nuestras conquistas, y el desfile por Samaria (que es nuestra); dejamos que les lleven a Hebrón, la Ciudad de nuestros Patriarcas, y a la Ciudad de David -que no está vivo ni bien. Lxs docentes de ese sistema no se amilanan cuando son exhortadxs a envenenar las mentes de sus alumnxs con historias mendaces acerca de nuestros derechos históricos a la tierra de nuestrxs vecinxs, acerca del heroísmo y la victoria -cuando en realidad fue limpieza étnica, inspirada y planeada por las instituciones racistas. Todo el propósito de la educación israelí es preparar a lxs niñxs para ser obedientes soldadxs de las Fuerzas de Ocupación Israelí.
Inclinamos la cabeza cuando la organización terrorista más institucionalizada del mundo nos arranca a nuestrxs hijxs, les enlista en sus filas y les enseña a clasificar a la gente, a clasificar a lxs niñxs, a clasificar a los bebés, a clasificar el dolor y a clasificar a lxs muertxs. Todo eso a fin de endurecer sus corazones y embotar sus sentidos para que puedan abusar, destruir y matar con la conciencia limpia. Estamos ocupadxs hasta tal punto que aun cuando el ser humano se vuelve sangre continuamos clasificando, sin entender que todxs nosotrxs, lxs muertxs y lxs vivxs, somos víctimas de la Ocupación que corrompe.
Sentimos el dolor de los padres de un soldado judío cautivo y no dejamos que el dolor de los padres de miles de niños palestinos secuestrados penetre en nosotros; padres y madres que tienen prohibido visitar a sus hijos encarcelados por años, porque el precio exigido por la visita es que colaboren con el opresor. Ignoramos el sufrimiento de lxs niñxs de Gaza que viven al borde de la muerte, víctimas de desnutrición y de falta de servicios médicos, sin electricidad, sin derecho a la educación ni al sustento, sin oportunidades ni esperanza.
Como todo el mundo sabe hoy(1), la guerra de 1967 no fue una guerra inevitable. Fue un arrebato de los jóvenes generales, potros de sangre caliente que habían brotado y crecido en el gueto sionista y aprendieron a soñar con la conquista. Ellos se entrenaron y se entrenaron hasta que ya no pudieron esperar más, y entonces aprovecharon un momento de estupidez de los vecinos para sortear todos los obstáculos, librarse de todas las trabas y conquistar y expandirse y destruir alegremente, con los sentidos intoxicados y un sentimiento de supremacía omnipotente, pero sin ningún plan de futuro, sin pensar en el día siguiente ni en los millones de seres humanos que fueron sometidos de la noche a la mañana. Para justificar la devastación y la destrucción, los mitologistas oficiales fueron convocados para asignarle un versículo de las Escrituras a cada asesinato profano: una nación entera fue arrastrada en la corriente de saqueo y explotación, que fue superándose cada año, porque el genio judío, desde el momento en que se alistó para la tarea de ruina y devastación, de destrucción y muerte, no ha cesado de sacar cada vez más patentes.
Hoy, cuando la Ocupación está empezando a mostrar sus efectos en la calidad de vida de la nación dominante, se están levantando para reclamar justicia social. Pero la justicia social también está clasificada. La justicia social es para lxs residentes de este gueto, no para aquel gueto. Lxs residentes de aquel gueto van a arruinar nuestra justicia social si les incluimos en nuestros reclamos, si les damos un foro, si dejamos que se escuche sus voces en reclamo de lo que les pertenece. Porque ese gueto está allí por razones de seguridad, y sus residentes no son víctimas de injusticia y racismo, sino un problema de seguridad; todos y cada unx de ellxs. Y cuando se les mata no es por racismo, sino por consideraciones políticas, y nosotrxs no nos metemos en política. De modo que ese movimiento por la justicia social, cuyo fracaso estaba prescrito desde su nacimiento, es el producto más espectacular del sistema educativo israelí.
Pobres de nosotrxs si los criminales de la Ocupación son hoy nuestrxs hijxs. Pobres de nosotrxs si hemos sucumbido al racismo, si hemos permitido a los criminales del apartheid ocupar nuestros espíritus y alejarnos de todo lo que es humano, de todo lo que es justo, de todo lo que es paz y tranquilidad, buena vecindad, amor a la humanidad, misericordia y compasión, para poder alcanzar sus objetivos. El espíritu de los prisioneros en huelga de hambre encerrados en sus celdas estrechas respira libertad, mientras nuestro espíritu oprimido agoniza.
Nosotrxs vivimos en un gueto que no tiene ciudad ni patria, cuyo idioma no es el idioma local, que no tiene hacia dónde abrirse, excepto las carreteras de circunvalación que circunvalan todo lo que está vivo.
Pero ha llegado la hora de unirnos a nuestrxs vecinxs de todo Medio Oriente, de cantar las consignas de la verdadera rebelión, de declarar abiertas las fronteras y derribadas las barreras; de tirar abajo las puertas de las prisiones, de devolver los olivos y los viñedos a sus dueños, de hacer regresar a lxs Hijxs de Palestina a sus fronteras y a su tierra, y de tratar de recuperar lo que se perdió y fue pisoteado bajo las botas de los gruesos matones. Sólo entonces, si lxs verdaderxs hijxs de este país nos permiten aprender a vivir en él, podremos quizá liberarnos nosotrxs también de la Ocupación y del miedo; porque como dijo Menachem Begin: “La esencia de la libertad es liberarse del miedo, porque el miedo no es un amo menos terrible por ser invisible”.
En nosotrxs el miedo es abierto; el miedo es la fuerza motora detrás de cada acción. Miedo de rehusarse a servir en el ejército de Ocupación; miedo de apoyar un justo boicot a los productos de las colonias; miedo de visitar a lxs vecinxs. Lxs pre-escolares que llegaron de Etiopía hace pocos meses ya saben a quién odiar y de quién tener miedo. Ya son presa del terror y el miedo a “los árabes”, a los que nunca han visto en persona. Están convencidxs de que fueron los árabes los que incendieron el Templo, los que asesinaron a lxs judíxs en Alemania, los que lxs detuvieron en Gondar; y los que están al acecho por todas partes.
Tenemos que liberar a nuestrxs niñxs de los muros del miedo y enseñarles los fundamentos de la libertad y la responsabilidad, y explicarles a ellxs y a nosotrxs mismxs que una persona que obedece las órdenes que le prohíben ir adonde quiere ir, ya sea Hebrón o Yenín o Ramalah, no es una persona libre, sino una persona conquistada. Una persona que inventa leyes que coartan la posibilidad de sus vecinxs de acceder a la educación o de tener un trabajo es una persona reprimida, una persona sitiada. Ese sitio sólo puede ser levantado con resistencia como la que vemos en Bil’in, en Ni’lin, en Nabi Saleh, en Maasara, y mediante una valiente desobediencia civil, con un “no” categórico -como están haciendo nuestrxs vecinxs.
Voy a terminar con estas líneas escritas por Almog Behar para Mahmoud Darwish:
“A mi hermano Mahmoud Darwish: ¿quién volvió nuestra historia conflictiva y me colocó entre las altas torres mirando parado por arriba de los pesados portones de Gaza observando las ventanas de las casas a través de la mira de los rifles? ¿Quién levantó entre nosotros muros de cemento y hierro y ojos de cámaras y nos dividió en conquistadores y conquistados cuando deberíamos ser hermanos?”