El estallido del lado oculto violento de los barrios marginales de Reino Unido no resulta sorprendente. Lo he visto de primera mano a lo largo de los dos últimos años, cuando me uní a unas unidades policiales de primera línea en zonas marginales de Londres, Manchester y Glasgow. Niños cada vez más jóvenes se ven arrastrados a la delincuencia callejera menor y a las actividades de las bandas, de ahí que los saqueos sean más de lo mismo. Vi el muro de silencio, los ceños fruncidos y las comunidades cerradas. Hablé con un miembro de una banda de 19 años en Manchester que le acababa de propinar un cabezazo a un policía, y con un chico de 15 años en Glasgow que estaba a la espera de un juicio por desfigurar para siempre a otro adolescente con un palo de golf. Ninguno de los dos tenía padre y trataban de ser “el hombre de la casa” según un código callejero ultramachista y distorsionado.
Desde edad temprana, a los críos se les dice que no llegarán a nada en la vida
La expectativa de vida de los hombres en la zona es cercana a la de Irak
En un barrio de viviendas de protección oficial crónicamente desfavorecido, una madre le regaló por su cumpleaños a su hijo de 13 años un machete para protegerse. Pasé algún tiempo en Southall con un niño de 14 años, un antiguo niño soldado de Somalia, que había llegado a una urbanización de viviendas subvencionadas de una zona marginal de Londres y comprobó que su experiencia con las armas de fuego estaba muy solicitada entre los chicos locales. Su contratación y la explotación por dinero era la misma que en la capital somalí, Mogadiscio, destrozada por la guerra.
Me senté en la parte de atrás de coches de gran cilindrada y de aspecto exterior sencillo con detectives mal pagados, desbordados de trabajo, exhaustos y frustrados por el papeleo, la burocracia y los formularios que tienen que rellenar. Un policía de 48 años se había desgarrado un tendón al perseguir a un miembro de una banda, de unos 20 años y futbolista semiprofesional. A otro policía le había pasado por encima de la pierna el coche que un pandillero empleó en su huida. A un detective que trabajaba en turnos consecutivos hasta las tres de la madrugada y con dos divorcios a sus espaldas, le pagaban diez veces menos de lo que ganaba el capo de la droga de 31 años al que estaba persiguiendo. Le estuvo pisando los talones durante años. El juicio en el que le condenaron duró seis meses, se presentaron 8.000 pruebas y costó más de 5,5 millones de euros. La política contra las drogas no ha cambiado en 30 años y necesita abrirse mucho más a ideas nuevas y experimentales. El hombre condenado era persuasivo, carismático y emprendedor. ¿Habría usado esas capacidades de forma diferente si hubiese nacido en el seno de una familia de tres generaciones de corredores de Bolsa, como el primer ministro David Cameron, en vez de en un callejón sin salida de una zona desfavorecida de Manchester?
Hablé con una chica adolescente que se había afeitado la cabeza y que se vestía como un chico para poder traficar con drogas y de ese modo arreglarse los zapatos y presentarse a las audiciones. Nos sentamos en la cocina de su centro de rehabilitación y me dijo, con una pulsera electrónica alrededor de su pierna, que quería ser actriz, no camello. Trabajaba mucho traficando con drogas, pero al final los chicos le robaban a punta de navaja lo que había ganado. Al tercer día, apuñaló a uno en el brazo y la dejaron en paz para que se ganara la vida.
Reino Unido es desde hace algún tiempo dos países. Está el que todo el mundo conoce, el de la próspera economía de clase media. Y luego están los barrios céntricos pobres de los que nadie habla o informa, como si fueran un país del Tercer Mundo o una zona de guerra. Económicamente hablando, el declive puede relacionarse con el hundimiento del sector industrial durante el Gobierno de Margaret Thatcher y su política del derecho a comprar una casa que impulsó a las familias de la clase trabajadora con aspiraciones a marcharse de las urbanizaciones de viviendas subvencionadas. Los recortes en el presupuesto para viviendas de protección oficial conllevaron una reducción del total de casas. Diez años de crecimiento económico con el Partido Laborista no han resuelto los problemas de los barrios marginales por culpa de la falta de una visión a largo plazo. Como consecuencia de ello, estas zonas necesitadas han experimentado una proliferación de bandas de adolescentes, un aumento de los crímenes con arma blanca y una grave violencia juvenil.
Niños pertenecientes al distrito del diputado por Nottingham Norte Graham Allen acuden a la escuela primaria “incapaces de resolver sus diferencias sin violencia”. Desde una edad muy temprana, a los críos se les dice que no llegarán a nada en la vida. Empiezan a creerlo, se quedan rezagados en el colegio, hacen novillos, caen en las garras de la delincuencia y finalmente acaban en un correccional de menores que cuesta por interno 230.000 libras esterlinas (261.855 euros) al año. Y el ciclo continúa. El 25% de los delincuentes juveniles ya son padres. Patrick Regan, de una organización benéfica en uno de estos barrios marginales llamada XLP, afirma que el 63% de los padres violentos tienen hijos que acaban infringiendo la ley.
En Glasgow, los jóvenes aburridos y desafectos participan en peleas de bandas con espadas y machetes durante el fin de semana. No hay trabajo. Los astilleros de Clyde y los altos hornos de Parkhead han quebrado y han sido sustituidos por enormes centros comerciales. Pero los antiguos soldadores y chapistas de clase obrera no son capaces de adaptarse a este cambio a una economía basada en los servicios. Conocí a un antiguo miembro de una banda que había conseguido un empleo estable trabajando en los probadores de la cadena de ropa T-K Max, pero era una excepción.
Salí con la División B de la policía de Strathclyde, cuya comisaría está en Shettleston, una de las zonas más deprimidas de Reino Unido. Allí, la expectativa de vida de los hombres es de 63 años, 14 años menos que la media nacional, cercana a la de Irak o los territorios palestinos. Mientras los policías se metían en la furgoneta, pasaron ante un contenedor con armas confiscadas: hachas, espadas, postes de andamios. La Unidad de Reducción de la Violencia de la policía de Strathclyde trata ahora la violencia como una enfermedad infecciosa, transmitida por los padres o los amigos. Los fondos para hacerle frente provienen del presupuesto de Sanidad. Cada vez más, el mensaje más importante que hay que transmitir en estas comunidades fracturadas es que uno es capaz de una violencia extrema. Esto aporta respeto, categoría. Los demás le dejan a uno tranquilo.
La entrada de drogas es otro factor. Southall es uno de los sitios más baratos donde comprar heroína en Reino Unido. El tráfico de drogas, por valor de 1.000 millones de libras, es el negocio más dinámico y emprendedor de las barriadas marginales. En todos los barrios deprimidos de Londres, los chicos mayores holgazanean a la entrada de los institutos, alardeando de los músculos conseguidos en la cárcel y del tiempo que han pasado encerrados como de una condecoración. Están decididos a reclutar pequeños hombres de acero para sus pandillas. Más eficaces y persuasivos que cualquier servicio de asesoramiento profesional, los preparan, les regalan zapatillas de deporte nuevas o les dan 50 libras para atraerlos. Se calcula que los ingresos provenientes de las drogas pueden ser de nada menos que 130.000 libras anuales en el caso de los grandes traficantes. Los trabajos con salarios bajos, como el de enyesador o cajero de un supermercado Tesco no pueden competir con eso. El tráfico de drogas da paso a la violencia. Un chico del barrio de South Acton se negó a traficar y lo metieron dentro de un ascensor desnudo con un pitbull y lo mandaron al piso 15. Los chicos mayores somalíes de Southall condujeron a otros chicos reacios al parque local y les azotaron la espalda desnuda con fustas. Si uno crece en una zona de guerra, se convierte en un guerrero.
Tenemos que interesarnos a largo plazo por los jóvenes de nuestros barrios deprimidos. Cuando nadie se preocupa por uno, es menos probable que a uno le preocupe destrozar un escaparate.
Gavin Knight es autor del libro Hood Rat, que Summa de Letras publicará en España próximamente Traducción: News Clips
Imagem: foros.espectador.com