Por Julio Rudman.
Al final, la Historia dirá que fue una incomprendida. Toda su militancia contra el matrimonio igualitario, su prédica de “rubia tarada”, como el personaje de Luca Prodan, sus mentados valores occidentales y cristianos no eran más que un velo profiláctico para ocultar el verdadero sentir y pensar de este paladín de la democracia representativa.
Quiero decir que no es justo (en el sentido que el Pastor Alemán Ratzinger le da a este término) tratar a la diputada macricobista Cynthia Hotton, de reaccionaria, fundamentalista, ultraconservadora y otros piropos ideológicos similares con que nosotros, el zurdaje, la hemos catalogado en estos cálidos días de noviembre del año del Señor 2010.
Cynthia es una publicista enorme. Sus ricitos, su sonrisa de country, su teléfono móvil de última degeneración, toda su parafernalia de mina, perdón, mujer de clase garca, esconde un talento sin igual.
Resulta que su marido, el empresario Julio Ducdoc, es el capo de la cadena Rochester Hotels. El de Bariloche es ofrecido, publicitado, como “gay friendly”. De donde cabe deducir que estos purificadores del alma del pueblo argentino hacen la vista gorda si el homosexual tiene la guita suficiente para que mi tocayo pueda engordar la cuenta bancaria. Lo que mis atorrantes amigos del café llaman, un verdadero miembro del establishment vernáculo (solicito tener la piedad y el buen gusto de evitar rimas molestas). Todo parece remitir a una cuestión de clases sociales, ese invento satánico del tío Marx.
Es decir que, la Cynthia es una revolucionaria de los valores. Si tienen con qué, vengan putos queridos. Si no, vade retro, urbi et orbi, ora pro nobis, orate frates y siguen latinajos como escupitajos.
Se dice en los pasillos del Congreso Nacional que la diputada en cuestión creció ilusionada con la posibilidad de casarse con uno de sus héroes infantiles: el General Susvín. Ya crecidita, le explicaron que no, era un error. La canción patria dice “con valor sus vínculos rompió”. Para paliar su decepción, su papá, que era diplomático, le consiguió un hombre rico que la hizo feliz, la dejó jugar a la política, fundar un partido y ponerle el ingenioso nombre de Valores bla bla bla.
A los forros, en Bariloche, se les llama Rochester.