Por Michel Croz.
A menudo emitimos juicios de valor sin tener pruebas ni datos concluyentes. Sobre todo cuando se trata de acusar a otra persona de cometer una acción reñida con la moral de la época. “La sospecha” es una fábula china sobre los prejuicios y habla precisamente de lo equivocados que podemos estar al acusar a otros u otras, solo por una intuición (o un arrebato de intuición). Vamos a la fábula.
Un día, un hombre perdió su hacha, y empezó a sospechar del hijo de su vecino. Todo en él le indicaba que se trataba del ladrón: observó la forma de caminar del muchacho (y le pareció que, efectivamente, andaba como un ladrón); observó su forma de hablar (y pensó que hablaba igual que un ladrón); y observó minuciosamente sus gestos… No había ninguna duda: ¡eran los gestos de un ladrón!
Pero días después, encontró su hacha tirada en el valle. Y al regresar a su casa, comenzó a observar que el hijo de su vecino realmente no tenía ninguna pinta de ladrón.
El mensaje: “Muchas veces vemos lo que queremos ver y emitimos un juicio sin saber”.
Esta fábula nos anima a reflexionar acerca de estos temas. Por qué tendemos a crear juicios de valor a partir de estereotipos.
Al final creemos lo que queremos creer y vemos lo que queremos ver. Las emociones (que tienen raíces en la vasta zona del inconsciente) nos engañan y nos confunden. Cómo la ira, nos nubla la inteligencia y la conciencia.
Esta fábula corta, escrita por Lie Zi, explica muy bien por qué muchas veces nos dejamos llevar por los prejuicios que trazamos guiados por el odio, la ambición e incluso la envidia, llegando a desfigurar por completo la realidad.
La realidad pasa a ser otra cosa, cuando tamizada por las emociones, en esta historia, el hombre que perdió el hacha estaba muy fastidiado. Guiado por la rabia, decidió buscar un sospechoso, y lo encontró rápido, en su vecindario. Deseaba tanto que el muchacho del que sospechaba fuera el culpable. Prejuicio que empezó a deformar la realidad y a potenciar su manera pérfida de ver las cosas. El psicólogo norteamericano John Dollard sugirió que el prejuicio es el resultado de la frustración, y se reconoce que es la base de la discriminación en contra de la dignidad humana. Aunque también el prejuicio tiene su lado positivo. El prejuicio como mecanismo de defensa. Se ha sugerido que en determinadas situaciones donde se puede correr cierto riesgo o peligro los prejuicios nos protegerían de los mismos mediante un mecanismo de anticipación y una rápida respuesta sin necesidad de emitir un razonamiento. Por tanto podría ser una ventaja evolutiva.
Pero aparte de la supuesta ventaja, en general no debemos dejarnos llevar por los prejuicios. Son juicios previos. El prejuicio hace referencia a lo infundado del juicio y al tono afectivo. Allport (otro psicólogo norteamericano, investigador sobre el tema en la Universidad de Harvard y edito un libro señero “The Nature of Prejudice”? (publicado en 1954) y donde señala que la frase “pensar mal de otras personas” debe entenderse como “una expresión elíptica, la cual incluye sentimientos de desprecio o desagrado, de miedo y aversión, así como varias formas de conducta hostil, tales como hablar en contra de ciertas personas, practicar algún tipo de discriminación contra ellas o atacarlas con violencia”. En las prácticas cotidianas de los sujetos, el prejuicio opera a partir de presupuestos valorativos basados en costumbres, tradiciones, mitos y demás aprendizajes adquiridos a lo largo de los procesos de conformación de las identidades.
Albert Einstein con suma lucidez y amargor decía: “¡Triste época es la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”.
No se puede acusar a nadie de haber hecho nada si no hay pruebas que lo demuestren. En este caso, el hombre que perdió el hacha no vio a nadie robarla. Entonces, ¿cómo podía estar tan seguro de que había sido el hijo de su vecino? Se dejó llevar por la rabia, el prejuicio y la necesidad de encontrar un culpable. Los prejuicios la mayoría de las veces suelen estar muy lejos de la realidad.