Tiempo loco, dicen las vecinas. Y tienen razón. ¡Quién te ha visto y quién te ve!, dice mi tía Sarita. Y tiene razón. El diario del grupo monopólico incentivando un paro obrero orquestado por un dirigente que, hasta hace un año y medio, era “ese negro de mierda”, Lucifer con campera de cuero y prototipo de sindicalista corrupto, enemigo público número dos, inmediatamente después de “la yegua”.
Desde que Hugo Moyano fue ganado por el despecho al no ser elegido como candidato a vicepresidente de Cristina, pasó a ser rubio, de ojos celestes y un destacado miembro de la high society política. Mimado por periodistas genuflexos y por opositores oportunistas que ven en él al Lanata del sindicalismo. O sea, la derecha berreta con ínfulas. El camionero fue un gremialista hábil, que enfrentó casi en soledad al menemismo y rifó su capital humano por un fallido cálculo político. Antes, su gremio (porque es más el propietario que el Secretario General), les bloqueaba la salida del diario en la sede de la planta impresora y, al unísono, los dirigentes de la patronal agraria y la ultraizquierda repetían, con voces destempladas “¡Escándalo!”. Que los jerarcas de la Sociedad Rural aflauten el grito es coherente, pero que los Licenciados en Todo o Nada coincidan con ellos, les da la razón a mi amiga Patricia: “Lo esencial es invisible a los troskos”, diría el Principito si fuese de La Cámpora.
Es posible que no haya actividad bancaria, ni circulen los micros, se demoren o cancelen vuelos y muchos pibes y pibas se queden sin clases. Bancarios, choferes del transporte público de pasajeros, docentes y personal aeronáutico no pararán ya bajo la vieja consigna de “Paz, Pan y Trabajo” de aquellos tiempos de ajustes, inviernos sin abrigo y cinturones dolorosos. Hoy representan algo así como la clase media de la clase obrera. No es ocioso destacar que la fuerza de la medida proviene de los trabajadores del área de servicios y no de la producción con valor agregado, en un país que busca sustituir importaciones y fomentar la reindustrialización con valor agregado.
Hay paz, hay pan y hay trabajo en la Argentina (aunque siempre es deseable generar más trabajo y más pan), pese a la crisis global y mal que les pese a los agoreros de tormentas. Sin embargo, no está demás ir por más siempre y cuando lo que se reclama no huela a usina resentida. El centro neurálgico de la huelga del martes 20 contra el gobierno nacional pasa por el piso del Impuesto a las Ganancias. Y la verdad es que no parece lógico que el salario y el haber jubilatorio paguen impuestos. Como tampoco resulta justo y razonable que de ese mismo gravamen estén eximidos los jueces de la Nación y la renta financiera. Claro que llama la atención que se motorice el conflicto desde las oficinas del CEO del monopolio mediático y que los escoltas del camionero sean personajes como Luis Barrionuevo (debe hacer siglos que no agarra una bandeja ni sirve un plato de comida) y Gerónimo Venegas (que debe hacer milenios que no ve un obrero rural), dos dirigentes que representan lo peor de un sindicalismo prebendario, corrupto y alejado de las mejores tradiciones de las reivindicaciones de clase.
O sea, habrá paro, se sentirá más o menos (según el ámbito territorial y las características de cada gremio), pero no habrá épica. Y no la habrá porque esta vez las patronales, los formadores de precio, los deformadores de opinión y la alta y mediana burguesía estarán, insólitamente, a favor de una huelga obrera.
Como una extraña manera de hacerle burlas a la historia.