No está claro lo que va a pasar horas después de cerrar la “cajas” destinadas a ser la morada de las partes del muerto que nunca muere.
Que no murió ni cuando se consumó la conquista, ni durante la asfixiante colonización, ni con las crueldades de tiranías, estados terroristas e invasiones extranjeras. Mucho menos durante las dictaduras de hojalata en esta “era” digital y realmente neo-liberalizada.
Lo sacrificaron y no muere. Lo conducen a la inmolación y tampoco muere.
En realidad, cual sea la calaña de sus victimarios, carecen de poder para matarlo, aunque lo den reiteradas veces por alegremente fallecido.
Ahora parece posible que los verdugos de siempre, debidamente readecuados, desborden sus intestinas ambiciones alrededor de ese cadáver irreal para apropiarse de nuevo de sus bienes. Que peleen duro por apropiarse del fruto de su pasajera y aparente inmolación. Quizás si, quizás no. Pero los nubarrones andan…y con muy malas intenciones.
Entre los victimarios en competencia habrá un “vencedor” paradójicamente condenado a sufrir las consecuencias del renacer del muerto que nunca muere, porque el poder detentado después del circulo vicioso y del ficticio velatorio estará estructuralmente “forzado” a hacer leña del palo supuestamente caído.
Desatará contra sus raíces, tronco, ramas y flores sus fábricas de penurias sociales; confiado en la capacidad de aguante de un muerto que no murió; cayendo, en consecuencia, en una trampa peor de la que antes tejió y ejecutó.
Los sufrimientos colectivos desatados habrán de volverse contra ese poder espurio con intensidades difíciles de contener. Porque el muerto que nunca muere volverá a indignarse, como tantas veces lo ha hecho en su accidentada historia.
Habrá de levantarse de su “tumba” para aguarle la fiesta a los que tanto se han empeñado en drogarlo y darlo por muerto para servirse de su rica y hermosa herencia, forjada en siglos de natura y trabajo colectivo.
Paquetes, recortes, imposiciones del Fondo y agentes provocadores de los grandes males acumulados recibirán las embestidas de su justa y necesaria resurrección.
El después de la euforia “victoriosa” será de tormentos y lamentos para los estafadores de siempre. Y que bueno que así sea: ¡que el temido fantasma vuelva a recorrer el país y el mundo!