Por Ricardo Salgado.
En un intento por retomar protagonismo en la política vernácula hondureña, el Partido Liberal ha comenzado el año 2012 haciendo despliegues mediáticos para posicionar su disputa interna como un acontecimiento en la vida nacional. Siendo uno de los pilares fundamentales del neoliberalismo en Honduras, y corresponsable de la indescriptible desigualdad que abruma a cerca de un 70% de las familias del país, su innegable papel protagónico en el derrocamiento del único gobierno que en 50 años pensó en la necesidad de hacer cambios para aliviar un poco la miseria, tiene un peso definitivo, especialmente cuando su presunto proceso renovador no hace otra cosa más que recurrir a las mismas caras.
Llama la atención como su último candidato a la presidencia, y cómplice silencioso del golpe militar contra la administración liberal de Manuel Zelaya Rosales, decide renunciar a un nuevo intento por la silla presidencial. El que en otro momento, no tan distante, tuviera opciones reales de continuar con el proceso iniciado en 2006, se muestra impotente y carente de talento en la aparición pública donde declina sus aspiraciones. Dice haber reconocido “miles de veces” que lo sucedido aquel fatídico junio, fue un golpe de Estado, pero que él no lo denunció “porque quería ser presidente”. El personaje con perfil mercadotécnico más relevante del Partido Liberal en la actualidad, cierra su carrera, en una demostración trágica de doblez que nos hace inferir que estamos frente a la escritura del último capítulo de la vida de esa institución política.
La mayoría de candidatos, especialmente los alineados con el golpe, han caído en cuenta que no tiene sentido seguir con la burda argumentación de la “sucesión constitucional”; y piensan que es oportuno reconocer, sin entrar en detalles, que hubo un golpe de Estado, aunque no admiten el rompimiento del orden constitucional, y con ello la destrucción del estado de derecho. Como todos los partidos burgueses modernos, su dirección estratégica está dirigida a crear imágenes y no a hacer reflexiones políticas, por eso no se dan cuenta que, poco a poco, sus personeros en lugar de un acto de constricción publica, están confesando tácitamente, al menos, su complicidad en la comisión de un crimen.
El caso del candidato ungido en Choluteca es también interesante; miembro del Opus Dei, de triste recordación para miles de hondureños (recordemos a la vice canciller de la dictadura de Micheletti, Marta Lorena Alvarado), de perfil político discreto, que prestó su cara para poder inscribir al retirado Elvin Santos Ordoñez, e íntimo colaborador del “tiranillo”, ha lanzado su candidatura presidencial hablando disparates sobre el liberalismo social [1], y tratando de descalificar lo que él llama “socialismo del siglo XXI”, asunto que seguramente desconoce. Su pretendida imagen de apertura a debatir ideas, no remplaza fácilmente las acciones de su partido derrocando a un gobierno popular, al que no entendían, y entonces acusaban de populista, por estar entregando a los pobres algo que les pertenecía a ellos por derecho divino.
Otras candidaturas son previsibles, la tendencia histórica a la atomización de este partido sigue vigente, no así su base popular de sustentación. Algunas de ellas involucran gente que se opuso tímidamente al golpe de Estado, pero que supo convivir con la dictadura, y, sobre todo, no está dispuesta a dejar atrás los privilegios que les ha proporcionado su militancia centenaria (muchos de estos privilegios han sido pasados de una generación a otra, al más puro estilo feudal). Ninguna de ellas cuenta con simpatía desde la derecha, y son ampliamente rechazados por la resistencia surgida contra el cuartelazo. Además, su indefinición ideológica y política, hace temer a las mayorías que exigen una transformación inmediata, potenciales traiciones de gente que se mueve muy fácilmente en las esferas de la sumisión a las políticas gringas, pero que no sabe hacer mucho por las necesidades del pueblo.
Igual que en todas las esferas de la vida, el neoliberalismo crea mercancías que se venden mediante costosos procesos de mercadeo; lo mismo sucede dentro de los partidos tradicionales, lo que los deja huérfanos de planteamientos, de propuestas que suenen al menos coherentes para la población que esta ávida de dejar atrás esta larga noche de postergación, de la que los políticos sin patria son responsables, y que ha sido entronizada sin ninguna consideración al hecho de que todas las cosas cambian. El partido liberal, víctima no solo del intenso desgaste que le ha producido su sometimiento constante a los dictados de Washington, sino también de su falta de interpretación del camino que ha seguido, llega al punto sin retorno, en el que no se muere, pero queda relegado al papel de bufón del sistema, gritando de cuando en cuando, las consignas que le envíen desde la embajada americana.
La renuncia de Santos Ordoñez, pone de manifiesto la falta de convicción, de principios o de ideales; ese oportunismo que ellos prefieren llamar pragmatismo, factores que hoy permiten al pueblo hondureño asistir con esperanza al ocaso de este agente del atraso, de la miseria, de la sumisión, de la traición y del subdesarrollo. En cuanto a Villeda, es el segundo del ex presidente golpista[2] que intenta llegar a la presidencia del país, esta vez con la desventaja de estar marcado por la agenda política de una secta religiosa, y por su participación activa en el derrocamiento del último gobierno que el pueblo le daría al Partido Liberal de Honduras.
No cabe duda de que ninguno de estos políticos, que celebraban jubilosos el 28 de junio de 2009, no entendían, y quizá siguen sin entender, las consecuencias terminales que sus actos tendrían, para ellos mismos, y, sobre todo, para su propio partido.
Notas
[1] Corriente de finales del siglo XIX que buscaba, en teoría, alejarse del individualismo extremo del liberalismo clásico, creada como alternativa para enfrentar las ideas socialistas. Su práctica mostro su alineamiento con el desarrollo del sistema capitalista, sin ninguna trascendencia para la vida de las mayorías empobrecidas por el neoliberalismo.
[2] Ramón Villeda Morales quien habría acordado con los militares su propio derrocamiento en 1963 para evitar el ascenso al poder de su compañero de partido, Modesto Rodas Alvarado