Os charrua, os guarani e um delírio meu

guaraniesPor Julio Rudman.
A mis amigas, a todas.
No es lo mismo rojo que colorado. Ayer asumió la presidencia de Paraguay Horacio Cartes, multiempresario derechista que reinstala así en el gobierno (el Poder no lo perdió nunca) al Partido Colorado, el de Stroessner. Hasta hace un rato estaba seguro de que al pueblo de ese mapa se lo conocía, generalmente, como los guaraníes. La confusión me vino porque en el diario “Los Andes” de hoy, viernes 16 de agosto de 2013, dice que “el mandatario conservador charrúa” prometió combatir la pobreza y bla bla bla. Lo de siempre. Y hasta se colgó de la sotana del Papa con el latiguillo de que si no cumple le hagan lío. Pero lo sorprendente, periodísticamente hablando, es el intercambio étnico que hace nuestro “Clarín” del pedemonte, con el pueblo uruguayo, al que, siguiendo con sus clases magistrales de calidad comunicacional,, habría que empezar a denominar como “guaraníes”. O sea, que en Cuyo, ya sabe, está permitido hablar de charrúas paraguayos y guaraníes orientales, me cago en la Guerra de la Triple Alianza. En nuestra tierra, capaz de producir el milagro del agua y el fulgor del ocre en el otoño, todo es posible. Si votaron a Cobos también pueden traspolar pueblos originarios. De todos modos, cualquier desatino pasará inadvertido para la señora enojada que no puede comprar dólares y guardarlos en el colchón.
Sin embargo, el premio al papelón de la jornada se lo lleva Hilda. Te cuento. Hilda tenía una frutería en un barrio del conurbano bonaerense. “El Cabezón” se llamaba el boliche y su especialidad, las manzanas. Crocantes, jugosas, de todas las variedades: bicolores, amarillas del tipo Golden Delicious, rojas del tipo Red Delicious y verdes del tipo Granny Smith. Hilda hizo un curso de especialización en el INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) y lo aprobó cum laude. Tan bien le fue con el negocio que convenció a su marido para que invirtiera unos ahorros non sanctos con el loable propósito de ampliar las instalaciones y contratar personal (féminas únicamente) para inaugurar el servicio de delivery. Así fue. El éxito de ella y la astucia de él hicieron el milagro. Hilda fue catapultada al masculino mundo de la política. Pero no cerró el local manzanero. Al contrario, lo adaptó a los nuevos tiempos, le puso la foto de Francisco en el frontis, seleccionó su clientela (eliminó a homosexuales, divorciadas, ateas, trans y otras perversiones de la modernidad satánica) y hasta le cambió el nombre, luego de discutirlo con el capo mafioso de su zona, el marido. Consensuaron en rebautizar la frutería y, ahora también, verdulería: “El candidetto” se llama desde el domingo 11 de agosto. Cuando las clientas, asombradas y lentas, le preguntan la razón de tan extraño nombre, Hilda y el marido sonríen, pícaros y enigmáticos. Adivinen, les dicen. Y comienzan las especulaciones. Que si se trata de un italianismo (eso lo sugiere una profesora de Letras del colegio de monjas de la otra cuadra), otra piensa que es un error del letrista que hizo el cartel y no falta aquella que cree, pero no lo dice, que es un mensaje subliminal al novio de la adolescencia de Hilda, cuyo apellido terminaba en “etto”.
Por eso sorprenden (o no, usted verá) las declaraciones que efectuó en una radio amiga (de ella, de su marido y del candidetto): “Tiene que entrar en el debate si la mujer está preparada para ejercer la política per se, con sus características, con sus condiciones y convicciones o si, simplemente, va a acompañar el proyecto de alguien”. También habló de lóbulos y desequilibrios, pero con la espuma del odio filtrándosele por entre los labios. Y no se trata de que la exsenadora nacional Hilda González de Duhalde esté haciendo una autocrítica (después de todo ella es una mujer que hace política. Basura, pero política al fin), sino de la ofensa, golpista y de género, a gran parte de la sociedad. Igual que el diputado Jorge Yoma, el jefe de campaña de Ernestina y sus secuaces y el médico y periodista Nelson Castro. Todos, en coro con Chiche, sugieren que Cristina está enferma, desequilibrada psicológicamente, y fogonean un Golpe institucional para que no llegue a 2015. Meten miedo, tratan de que todos compremos manzanas podridas y verdura en descomposición en el ahora Mercadito “El candidetto”.

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