Por Wilfredo Ardito Vega.
-¡Provinciano ridículo! –exclamó una voz, seguida por un coro de carcajadas.
Uno de mis compañeros había dado una respuesta rebuscada a la pregunta del profesor y otro aprovechó para humillarlo públicamente.
Treinta años han transcurrido desde este incidente, pero lo recuerdo como si fuera ayer. Recuerdo también que una amiga cusqueña me comentó días después lo mal que se había sentido por esta frase, pero ni ella ni el profesor, ni nadie intervino, ni yo tampoco.
Ahora que soy profesor y cuento esto a mis alumnos, ellos me dicen que sería imposible que un incidente así se produjera en estos tiempos. Sin embargo, cuando les pregunto si la discriminación existe en la Universidad, la mayoría me dicen que sí. Lo mismo me indica la investigación que una alumna mía realizó en las Universidades de San Marcos, Agraria, Lima, San Marcos y San Martín. En muchos casos, la discriminación no se expresa con acciones violentas u ofensivas, sino simplemente se trata de junto a quién se sienta uno, a quién le habla, con quién entabla amistad. A veces, está tan internalizada que quien margina a otro por su color, ni siquiera es consciente de lo que está haciendo.
-Seguro que los blancos se siguen sentando juntos en tu clase –me comenta un amigo que lleva años sin ir a la Universidad… y yo le debo confesar que muchas veces es así.
Recuerdo mi primer día de clases en Letras en la PUCP y cómo las chicas que habían estudiado en la Academia Trener (entonces la mejor forma de asegurar el ingreso a muchas universidades), que acaso por casualidad eran las más blancas, se sentaban en las primeras filas y colocaban cuadernos Minerva a su alrededor, para “reservar” los asientos para sus amigos. Aprovechar la experiencia universitaria para conocer personas distintas a las de su colegio o su academia no les parecía ninguna prioridad para esas chicas, que mantuvieron su espacio étnico durante todo el ciclo.
Ya en Derecho, las bromas racistas eran muy frecuentes: a un compañero marcadamente andino, algún chistoso le había puesto “Terruco” y a otro le pusieron “Gregorio” en alusión a la película del Grupo Chaski. En general, todos los que no éramos blancos éramos denominados los “brownies” (aunque oficialmente no debíamos saberlo). Sé que varios de mis amigos tuvieron que defenderse frente a las bromas racistas y sé también que algunos que las sufrieron no tienen el menor interés de frecuentar otra vez a los compañeros de promoción.
El racismo también se manifiesta en las universidades de otros lugares del Perú. Hace unos días leí el testimonio lacerante de un ingeniero sobre lo que padeció en una universidad trujillana. En la región andina, la discriminación puede generar graves problemas de deserción entre aquellos alumnos que provienen de comunidades campesinas. Con frecuencia los propios profesores los descalifican como “motosos” por su manera de hablar, generando una fuerte inseguridad.
Paradójicamente, algunas políticas inclusivas pueden generar nuevos problemas de discriminación: un alumno de la Ruiz de Montoya me contó consternado cómo una compañera suya sostenía en voz alta que los robos se habían incrementado en su universidad por la llegada de los estudiantes de Beca 18.
Una amiga abogada precisa: “No es lo mismo ser blanca limeña que blanca de otra parte del Perú. Cuando ingresé a la Universidad me preguntaban de qué colegio era y yo contestaba “Del Colegio Belén”, me trataban con mucho entusiasmo, pero cuando se enteraban que era del Belén de Andahuaylas me miraban como un ser extraño y no me hablaban más. Sin embargo, las encuestas que mi alumna y yo hemos realizado en seis universidades confirman que quienes más sufren discriminación son los estudiantes de rasgos andinos, sean provincianos o limeños.
Algunas Universidades han decidido enfrentar esta problemática: la Universidad del Pacífico también brinda especial atención a los estudiantes provincianos, no solamente en temas económicos, sino personales o afectivos. La Universidad San Cristóbal de Huamanga y la San Antonio Abad del Cusco han desarrollado el programa Hatun Ñan para apoyar a los estudiantes de comunidades campesinas. La PUCP ha brindado asesoría permanente a este programa y, dentro de la propia Universidad, apoya las actividades del grupo AFROPUCP.
En otro ámbito, los reglamentos internos de la PUCP y la Universidad del Pacífico establecen que la discriminación es una grave falta que debe ser sancionada. No creo que todas las Universidades lo hayan contemplado.
El maltrato sufrido por una joven frente al local de la UPC debería generar que la discriminación sea un tema discutido en todas las Universidades. Y todos, profesores, estudiantes, autoridades, deberíamos participar en el esfuerzo de combatirla, aunque primero, debemos aceptar que existe.
Fonte: Artigo publicado originalmente em Adital
Foto: Reproducción