Cronopiando por Koldo Campos Sagaseta.
Me lo contaba Patrick Welsh, un irlandés dedicado en Nicaragua a ayudar a los hombres a desaprender el machismo y que recorría el país, de pueblo en pueblo, organizando encuentros e impartiendo talleres.
En su empeño de que los hombres reflexionaran sobre su pretendida masculinidad y descubrieran y respetaran otras maneras más felices de ser y relacionarse, llegó Patrick a una perdida aldea nicaragüense dispuesto a hablar con los vecinos. Sabía que lo más oportuno era empezar por el patriarca de la aldea, ese a quien se tiene, por razones de edad y de respeto, como al representante de la autoridad moral. De que diera su aprobación dependía en buena medida el éxito de su propuesta.
Cuando Patrick terminó de argumentar la conveniencia de un encuentro con los vecinos para abordar la violencia que resume el machismo, el patriarca, sin permitirse un gesto, aún más parco de palabras se limitó a asentir con la cabeza.
Por la tarde, a la sombra de una ceiba, los casi treinta vecinos de la aldea entre los que no faltaba el patriarca, juntos empezaron a atreverse a desmontar dogmas y a desnudar espantos, hasta casi la noche, en el empeño de aprender a ver la vida con unos ojos nuevos. Sólo el patriarca permaneció callado.
Cuando el encuentro concluía, sin embargo, el patriarca levantó una mano y pidió la palabra. Todos volvieron a sentarse y, cuando se hizo el silencio, el patriarca habló: ¡El machismo es eucalíptico!
Patrick, superado el estupor, se atrevió a preguntar: ¿Quizás quiso decir… apocalíptico?
-No – respondió tajante el patriarca. El machismo es eucalíptico porque él también necesita secar la vida que lo rodea para poder crecer, porque se nutre de la vida de los demás.
Esa podría haber sido la mejor definición sobre el machismo si no fuera porque hasta el eucalipto aporta algo.
Foto: Tali Feld Gleiser.