El levantamiento popular que comenzó en la ciudad libia de Bengasi el pasado 17 de febrero ha conseguido, tras meses de enfrentamientos que se han cobrado la vida de decenas de miles de personas, aunque no hay cifras definitivas, la caída del régimen del coronel Muamar al-Gadafi, que finalmente ha sido asesinado, como fácilmente se podía prever. En Libia, si bien no existía una sociedad civil organizada ésta empezará a abrirse camino, fundamentalmente en la región de Bengasi, a la vez que perviven las redes de influencia tribales y familiares. Por el componente bélico que ha supuesto la revolución libia, a diferencia de las revoluciones tunecina y egipcia, la oposición al régimen se estructura en torno a un grupo amplio de líderes políticos de composición muy dispar entre los que ha de surgir, no sin dificultades, el gobierno que dirija la transición. Por su implicación en el derrocamiento del régimen y la muerte de Al Gadafi, el papel que a partir de ahora desempeñe la comunidad internacional será también uno de los elementos que pesen en el desarrollo futuro del país.
El hecho de que la revolución libia no haya sido pacífica sino armada y muy violenta, implica que la salida de la crisis puede ser más complicada que en otros contextos. Además plantea cuestiones como cuándo el país podrá acabar definitivamente con los enfrentamientos armados y dedicarse a la construcción de un nuevo Estado y sistema político.
A pesar de las inmensas reservas de petróleo y gas que posee Libia, existe el riesgo de que el país se haga demasiado dependiente del exterior puesto que, aunque tiene la financiación, carece de los medios técnicos y los expertos necesarios para llevar a cabo la reconstrucción.
Libia va a necesitar más tiempo que otros países para comenzar a organizar la transición y la comunidad internacional debe acompañar y ayudar pero sin pretender alimentar nuevos orientalismos que suelen llevar a la injerencia y al deseo de controlar esa territorialidad.
Respecto a la muerte de Al Gadafi es grotesco ver como las grandes cadenas de información del mundo juegan el “festival de la muerte”. Lo que evidencia que la línea editorial mundial es el terrorismo psicológico. Una sociedad más justa crece solamente sobre la base de ciertos valores inalienables, propios de la naturaleza humana, sobre todo la inviolable dignidad de toda persona. Hay que reprobar todo asesinato y cualquier acto de violencia que conculque derechos fundamentales de la persona humana. Es un deber condenar de modo especial toda violencia que sea empleado para atacar al terrorismo, cualquiera que sea la forma que adopte, aunque reivindique derechos que se estimen justos y aun cuando no hubiere víctimas humanas. Siempre hay, al menos, una víctima, en este caso el pueblo libio, que se ve privado de la paz y la justicia. Los actos de violencia, como el asesinato de Al Gadafi, llevan siempre consigo el doble mal del temor que crean en los ciudadanos y de la privación de algunas libertades a que obliga su represión.
Quien crea que la muerte de Al Gadafi concluye el conflicto en Libia está equivocado. En adelante, la reconstrucción del Estado libio y la pacificación del pueblo, serán las tareas más desafiantes que tendrán por delante el Consejo de Transición y la comunidad internacional. Sobre todo ésta última a quien le corresponderá garantizarla prevalencia de los derechos humanos y el justo proceso de quienes son responsables de crímenes de guerra y genocidio.
Embajador de la Paz en Venezuela
Círculo Universal de Embajadores de la Paz de Ginebra
Imagem: Clarin.com
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