Por Leonardo Boff.
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A crise atual não é apenas de escassez crescente de recursos e de serviços naturais. É fundamentalmente a crise de um tipo de civilização que colocou o ser humano como “senhor e dono” da natureza (Descartes). Esta, para ele, é sem espírito e sem propósito e por isso pode fazer com ela o que quiser.
Segundo o fundador do paradigma moderno da tecnociência, Francis Bacon, cabe ao ser humano torturá-la, como o fazem os esbirros da Inquisição, até que ela entregue todos os seus segredos. Desta atitude se derivou uma relação de agressão e de verdadeira guerra contra a natureza selvagem que devia ser dominada e “civilizada”. Surgiu também a projeção arrogante do ser humano como o “Deus” que tudo domina e organiza .
Devemos reconhecer que o Cristianismo ajudou a legitimar e a reforçar esta compreensão. O Gênesis diz claramente:” enchei a Terra e sujeitai-a e dominai sobre tudo o que vive e se move sobre ela”(1,28). Depois se afirma que o ser humano foi feito “à imagem e semelhança de Deus”(Gn 1,26). O sentido bíblico desta expressão é: o ser humano é lugar-tenente de Deus e como Este é o senhor do universo, o ser humano é senhor da Terra. Ele goza de uma dignidade que é só dele, o de estar acima dos demais seres. Dai se gerou o antropocentrismo, uma das causas da crise ecológica. Por fim, o estrito monoteismo retirou o caráter sagrado de todas as coisas e o concentrou só em Deus. O mundo, não possuindo nada de sagrado, não precisa ser respeitado. Podemos moldá-lo ao nosso bel-prazer. A moderna civilização da tecnociência encheu todos os espaços com seus aparatos e pôde penetrar no coração da matéria, da vida e do universo. Tudo vinha envolto pela aura do “progresso”, uma espécie de resgate do paraíso das delícias, outrora perdido, mas agora reconstruído e oferecido a todos.
Esta visão gloriosa começou a ruir no século XX com as duas guerras mundiais e outras coloniais que vitimaram duzentos milhões de pessoas. Quando se perpetrou o maior ato terrorista da história, as bombas atômicas lançadas sobre o Japão pelo exército norteamericano, que matou milhares de pessoas e devastou a natureza, a humanidade levou um susto do qual não se refez até hoje. Com as armas atômicas, biológicas e químicas construidas depois, nos demos conta de que não precisamos de Deus para concretizar o Apocalipse.
Não somos Deus e querer ser “Deus” nos leva à loucura. A idéia do homem como “Deus” se transformou num pesadelo. Mas ele se esconde ainda atrás do “tina” (there is no alternative) neoliberal:”não há alternativa, este mundo é definitivo.” Ridículo. Demo-nos conta de que “o saber como poder” (Bacon) quando feito sem consciência e sem limites éticos, pode nos autodestruir. Que poder temos sobre a natureza? Quem domina um tsunami? Quem controla o vulcão chileno Puyehe? Quem freia a fúria das enchentes nas cidades serranas do Rio? Quem impede o efeito letal das partículas atômicas do urânio, do césio e de outras liberadas, pelas catástrofes de Chernobyl e de Fukushima? Como disse Heidegger em sua última entrevista ao Der Spiegel: ”só um Deus nos poderá salvar”.
Temos que nos aceitar como simples criaturas junto com todas as demais da comunidade de vida. Temos a mesma origem comum: o pó da Terra. Não somos a coroa da criação, mas um elo da correnta da vida, com uma diferença, a de sermos conscientes e com a missão de “guardar e de cuidar do jardim do Eden”(Gn 2,15), quer dizer, de manter a condições de sustentalidade de todos os ecossistemas que compõem a Terra.
Se partimos da Bíblia para legitimar a dominação da Terra, temos que voltar a ela para aprender a respeitá-la e a cuidá-la. A Terra gerou a todos. Deus ordenou: “Que a Terra produza seres vivos, segundo sua espécie”(Gn 1,24). Ela, portanto, não é inerte, é geradora e é mãe. A aliança de Deus não é apenas com os seres humanos. Depois do tsunami do dilúvio, Deus refez a aliança “com a nossa descendência e com todos os seres vivos”(Gn 9,10). Sem eles, somos uma familia desfalcada.
A história mostra que a arrogância de “ser Deus”, sem nunca poder sê-lo, só nos traz desgraças. Baste-nos ser simples criaturas com a missão de cuidar e respeitar a Mãe Terra.
El “complejo Dios” de la modernidad
Por Leonardo Boff
La crisis actual no es solo una crisis de escasez creciente de recursos y de servicios naturales. Es fundamentalmente la crisis de un tipo de civilización que ha colocado al ser humano como «señor y dueño» de la naturaleza (Descartes). Ésta, para él, no tiene espíritu ni propósito y por eso puede hacer lo que quiera con ella.
Según el fundador del paradigma moderno de la tecnociencia, Francis Bacon, el ser humano debe torturarla hasta que nos entregue todos sus secretos. De esta actitud se ha derivado una relación de agresión y de verdadera guerra contra la naturaleza salvaje que debía ser dominada y «civilizada». Surgió así también la proyección arrogante del ser humano como el «Dios» que domina y organiza todo.
Debemos reconocer que el cristianismo ayudó a legitimar y a reforzar esta comprensión. El Génesis dice claramente: «llenad la Tierra y sujetadla y dominad sobre todo lo que vive y se mueve sobre ella» (1,28). Después se afirma que el ser humano fue hecho «a imagen y semejanza de Dios» (Gn 1,26). El sentido bíblico de esta expresión es que el ser humano es lugarteniente de Dios, y como Éste es el señor del universo, el ser humano es el señor de la Tierra. Él goza de una dignidad que es solo suya: la de estar por encima de los demás seres. De aquí se generó el antropocentrismo, una de las causas de la crisis ecológica.
Finalmente, el monoteísmo estricto suprimió el carácter sagrado de todas las cosas y lo concentró sólo en Dios. El mundo, al no poseer nada de sagrado, no necesita ser respetado. Podemos modelarlo a nuestro gusto. La moderna civilización de la tecnociencia ha ocupado todos los espacios con sus aparatos y ha podido penetrar en el corazón de la materia, de la vida y del universo. Todo venía envuelto con el aura del «progreso», una especie de recuperación del paraíso, en otro tiempo perdido, pero ahora reconstruido y ofrecido a todos.
Esta visión gloriosa empezó a derrumbarse en el siglo XX con las dos guerras mundiales y otras coloniales que produjeron doscientos millones de víctimas. Cuando se perpetró el mayor acto terrorista de la historia, las bombas atómicas lanzadas sobre Japón por el ejército estadounidense, que mataron a miles de personas y destruyeron la naturaleza, la humanidad se llevó un susto del cual no se ha repuesto hasta hoy. Con las armas atómicas, biológicas y químicas construidas después, nos hemos dado cuenta de que no necesitamos a Dios para hacer realidad el Apocalipsis.
No somos Dios y querer serlo nos lleva a la locura. La idea del hombre queriendo ser «Dios» se ha transformado en una pesadilla. Pero él se esconde todavía detrás del «tina» (there is no alternative) neoliberal: «no hay alternativa, este mundo es definitivo». Ridículo. Démonos cuenta de que «el saber como poder» (Bacon) cuando se realiza sin conciencia y sin límites puede autodestruirnos. ¿Qué poder tenemos sobre la naturaleza? ¿Quién domina un tsunami? ¿Quién controla el volcán chileno Puyehe? ¿Quién frena la furia de las inundaciones en las ciudades serranas de Río? ¿Quién impide el efecto letal de las partículas atómicas de uranio, de cesio y de otros elementos, liberadas por las catástrofes de Chernobyl y de Fukushima? Como dijo Heidegger en su última entrevista a Der Spiegel: «sólo un Dios podrá salvarnos».
Tenemos que aceptarnos como simples criaturas junto con todas las demás de la comunidad de vida. Tenemos el mismo origen común: el polvo de la Tierra. No somos la corona de la creación, sino un eslabón de la corriente de la vida, con una diferencia, la de ser conscientes y con la misión de «guardar y cuidar el jardín del Edén» (Gn 2,15), es decir, de mantener las condiciones de sostenibilidad de todos los ecosistemas que componen la Tierra.
Si partimos de la Biblia para legitimar la dominación de la Tierra, tenemos que volver a ella para aprender a respetarla y a cuidarla. La Tierra generó a todos. Dios ordenó: «Que la Tierra produzca seres vivos, según su especie» (Gn 1,24). Ella, por lo tanto, no es inerte; es generadora, es madre. La alianza de Dios no es solo con los seres humanos. Después del tsunami del diluvio, Dios rehizo la alianza «con nuestra descendencia y con todos los seres vivos» (Gn 9,10). Sin ellos, somos una familia menguada.
La historia muestra que la arrogancia de «ser Dios», sin nunca poder serlo, sólo nos trae desgracias. Bástenos ser simples criaturas con la misión de cuidar y respetar a la Madre Tierra.
Imagem: masalladelcarpediem.blogspot.com
