Nosotros americanos

Por Urda Klüeger.

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Estivera vinte dias em África, onde tudo fora ótimo, onde só recebera gentilezas, onde todas as pessoas tinham sido simpáticas, inclusive os lindos negros da África do Sul, que têm todos os motivos para não gostar de branco, mas que me sorriam com doçura e calor, ao me saberem brasileira, da terra de Pelé. Nesses vinte dias, falara português o tempo todo, com a minha família que vive lá, com seus amigos portugueses e brasileiros, e com o doce povo moçambicano, e tudo correra tão bem, que eu não sabia que estava sentindo falta da América, desta nossa forte América na qual a gente presta pouca atenção no dia-a-dia.

Dai, chegou o dia de voltar. Eu viajara com a Malásia Airlines, e vale aqui falar um pouquinho dela: por 580 dólares, essa empresa leva e traz a gente de Buenos Aires a Johanesburgo, enquanto que o preço da Varig, de São Paulo a Joanesburgo, é de 1.300 dólares. Estupenda empresa, a melhor em que já viajei, com superaviões e excelente atendimento a bordo, duas vezes por semana ela parte de Buenos Aires em direção ao Oriente. Seus preços e sua qualidade são tão bons, que os argentinos estão indo, em penca, passar as férias na Malásia, lotando cada vôo de 450 lugares. Ao nos pegar em Joanesburgo, para a volta, o avião já estava viajando há 12 horas, desde a Malásia, e duas horas e meia depois, fez demorada escala no aeroporto da Cidade do Cabo para abastecimento e higiene da aeronave. Saltamos todos, naquele último ponto da África que pisaríamos.

O aeroporto da Cidade do Cabo é relativamente grande, e o pessoal se dispersou por ele. Mas dali a pouquinho as coisas começaram a acontecer. Um grupo de argentinos, sentados na parte central do aeroporto, desencantou um violão e começou a cantar. Dois deles, um senhor e um moço, tinham possante voz, apropriada às nossas músicas latinas, e a música da América começou a rolar em plena África, acompanhada pelo coro de mais umas duas dezenas de outros argentinos.

Gente, eu não sabia, até então, o quanto a América tinha me feito falta! Na doçura do convívio das gentes de língua portuguesa em África, sentira-me tão bem que não parara para pensar no assunto. Ao ouvir, porém, as nossas canções latinas, meu coração se derreteu de amor por esta nossa esplêndida América, e então eu soube o quanto sentia saudades dela, o quanto sentia a sua falta!

Nossos irmãos argentinos continuaram tocando por mais de uma hora, até o vôo sair de novo, e foram o sucesso do aeroporto. Árabes com seus olhos de águia, indianos com seus turbantes, europeus de passagem, negros e brancos sul-africanos, todos paravam ao redor de nossos irmãos americanos, atraídos pela sonoridade daquela música que nos fala tão de perto ao coração, decerto intrigados com aquela estranha língua que subia aos céus africanos, e com aquela gente de uma cor que eles não sabiam definir, aquela gente que tinha, cada um, sua parcela de sangue do antigo povo americano, do nosso índio que marcou aquelas caras com jeito de espanholas, mas que, apesar do jeito de Espanha, tem uma cor nova, uma cor mate que eu chamaria de cor americana.

Naquele país onde brancos e negros não conseguem se entender, a presença de uma gente de uma nova cor, de uma coisa nova no seu mundo, cantando lindas e dolentes músicas numa língua estranha, decerto causava profundas indagações. A estranheza, porém, não impedia a admiração, e depois das primeiras músicas, aquelas gentes não-americanas, todas, começaram a aplaudir a cada final de música, e um calor humano muito latino se espalhou pelo aeroporto daquele país extremamente racista. O som profundo, dolente e alegre ao mesmo tempo, que tinha suas raízes nas florestas da América, conseguia reunir todas aquelas etnias ali presentes numa união inesperada. E então eu soube da nossa força, da nossa força de americanos, da força deste continente grávido de sonhos, onde tudo está para acontecer, onde se vive voltado para o futuro, da força desta América que é capaz de reunir toda a gente em torno de um símbolo como a sua música.

E, mais que nunca, lá longe, lá distante, amei esta nossa América tão cheia de vida! Nunca poderei esquecer daqueles hermanos argentinos que, lá longe, lá do outro lado do mar, me devolveram a minha América da qual eu nem sabia que estava sentindo tanta falta!

Nosotros americanos

Por Urda Klueger.

Estuve veinte días en África, donde todo fuera óptimo, donde solo recibí gentilezas, donde todas las personas habían sido simpáticas, inclusive los lindos negros de África del Sur, que tienen todos los motivos para que no gustar de los blancos, pero que me sonreían con dulzura y calor, al saber que yo era brasileña, de la tierra de Pelé. En esos veinte días, hablé portugués todo el tiempo, con la familia q vive allí, con sus amigos portugueses y brasileños, y con el dulce pueblo mozambiqueño, todo ocurrió tan bien, que yo no sabía que estaba extrañando América, de esa nuestra fuerte América en la cual prestamos poca atención en el día a día.

Entonces, llego el día de volver. Viajé con Malásia Airlines, y vale aquí hablar un poquito de ella: por 580 dólares, esa empresa nos lleva y nos trae de Buenos Aires a Johanesburgo, mientras que el precio de Varig, de San Pablo a Johanesburgo, es de 1.300 dólares. Estupenda empresa, la mejor en la que ya viajé, con superaviones y excelente atención a bordo, dos veces por semana parte de Buenos Aires en dirección al Oriente. Sus precios y su calidad son tan buenos, que los argentinos están yendo, a montones, pasar las vacaciones en Malasia, llenando cada vuelo de 450 lugares. Al recogernos en Johanesburgo, para la vuelta, el avión ya estaba viajando hace 12 horas, desde Malasia, y dos horas y media después, hizo una demorada escala en el aeropuerto de Ciudad de El Cabo para abastecimiento e higiene de la aeronave. Saltamos todos en aquel último punto de África que pisaríamos.

El aeropuerto de Ciudad de El Cabo es relativamente grande, y las personas se dispersaron por él. Pero de ahí en adelante las cosas comenzaron a suceder. Un grupo de argentinos, sentados en la parte central del aeropuerto, desencantó una guitarra y comenzó a cantar. Dos de ellos, un señor y un joven, tenían voz posante, apropiada a nuestras músicas latinas, y la música de América empezó a tocar en plena África, acompañada por el coro de más de unas dos decenas de otros argentinos.

¡Amigos, yo no sabía, hasta entonces, cuánto había extrañado a América! En la dulzura de la convivencia de las personas de lengua portuguesa en África, me sentí tan bien que no paré para pensar en el asunto. Al oír, sin embargo, nuestras canciones latinas, mi corazón se derritió de amor por esa nuestra espléndida América y entonces ¡supe cuánto sentí nostalgia de ella, cuánto la extrañé!

Nuestros hermanos argentinos continuaros tocando por más de una hora, hasta el vuelo salir de nuevo, y fueron el éxito del aeropuerto. Árabes con sus ojos de águila, hindúes con sus turbantes, europeos de pasaje, negros y blancos surafricanos, todos paraban alrededor de nuestros hermanos americanos, atraídos por la sonoridad de aquella música que nos habla tan cerca al corazón, ciertamente intrigados con aquella extraña lengua que subía a los cielos africanos, con aquella gente de un color que ellos no sabían definir, aquella gente que tenía, cada uno, su cuota de sangre del antiguo pueblo americano, de nuestro indio q marcó aquellas caras con formas españolas, pero que, a pesar de la forma de España, tiene un color nuevo, un color mate que yo llamaría de color americana.

En aquel país donde blancos y negros no consiguen entenderse, la presencia de personas de un nuevo color, de una cosa nueva en su mundo, cantando lindas y dolientes músicas en una lengua extraña, ciertamente causaba profundas indagaciones. La extrañeza, sin embargo, no impedía la admiración y después de las primeras músicas, aquellas personas no americanas, todas, empezaron a aplaudir a cada final de música, y un calor humano muy latino se esparció por el aeropuerto de aquel país extremadamente racista. El sonido profundo, doliente y alegre al mismo tiempo, que tenía raíces en las florestas de América, conseguía reunir todas aquellas etnias allí presente sen una unión inesperada. Y entonces supe de nuestra fuerza, de nuestra fuerza de americanos, de la fuerza de este continente embarazado de sueños, donde todo está para suceder, donde se vive vueltos para el futuro, de la fuerza de esta América que es capaz de reunir toda la gente entorno de un símbolo como su música.

¡Y, más que nunca, allí lejos, allí distante, amé esta nuestra América tan llena de vida! ¡Nunca podré olvidarme de aquellos hermanos argentinos, que, allí lejos, allí del otro lado del mar, me devolvieron mi América de la cual yo ni sabía que estaba extrañando tanto!

Versión en español: Jole de Melo para Desacato.