Metamorfose

Por Robert Reyes Gilles.

Recibí por correo el documento que presentó el cardenal Urosa Savino a la Comisión Coordinadora de la Asamblea Nacional. Así como observé las reacciones de la opinión pública sobre esta reunión, desde las más modestas hasta las más inverosímiles como la de la señora Carla Angola en su programa “Buenas Noches” en las que afirmó que el Arzobispo de Caracas era el auténtico candidato para las elecciones presidenciales de 2012.

A mí me sorprendió mucho Urosa Savino. Y me sorprendió de la misma manera la actitud de la presidenta de la Asamblea Nacional, Cilia Flores.

Más aún hay que resaltar lo positivo de esta reunión y los frutos futuros que pueda haber. Siempre he insistido que, a pesar de su locura y de su disociación, la derecha existe y es parte de la patria, por lo que eludir el diálogo con ellos es bastante inútil. En efecto, en una sociedad democrática como la nuestra, se hace imperante que nos acerquemos y dialoguemos, sobre todo ahora cuando el camino se despeja y las definiciones del pueblo se hacen más claras. Pero sin que este diálogo implique una coexistencia ideológica, no es momento para ambivalencias sino para definiciones. En el diálogo no se pueden confundir “prejuicios” con principios y verdades históricas.

Palabras más, palabras menos, el Cardenal sostuvo lo que en otras oportunidades ha dicho. Sólo que esta vez experimentó una metamorfosis y su tono fue más medido. Quienes hemos tenido oportunidad de conocer en privado al Cardenal sabemos que esta actitud no le es propia, él siempre se ha mostrado radical en su oposición al presidente Chávez.

Pero insisto en los frutos que este diálogo puede aportar a nuestro destino nacional. Alguien me dijo que este diálogo fue un pacto entre el Estado y la Iglesia –lo que no sería raro- y que de seguro no habrá más agresiones. Pero ¿acaso en este tiempo es posible pactar? ¿No es mejor entender el diálogo como una herramienta para convencer que el camino escogido es el correcto y que el aporte sano y razonable de ideas es válido?

Camino a las elecciones del 26-S los venezolanos estamos llamados a encontrarnos para que nos sinceremos sobre lo que queremos y estamos haciendo de nuestra patria. Una de las tareas más apasionantes de la vida es la batalla de las ideas, sobre todo cuando esta se convierte en un intercambio de reflexiones entre hombres libres y no en la pretensión de imponer a los demás lo que tenemos como nuestra verdad. La realidad del hoy es muy clara: el capitalismo colapsa como en su tiempo colapsó el socialismo de la URSS; el hombre así se encuentra en una encrucijada, es decir, se encuentra en el momento de decidir si sobrevive o no.

Tal como afirma el filosofo italiano Umberto Eco, estamos viviendo nuestros propios terrores del final de los tiempos, y podríamos decir que lo vivimos con el espíritu bibamus, edamus, cras moriemur (bebamos, comamos, mañana moriremos), al celebrar el crepúsculo de as ideologías y de la solidaridad en el torbellino de un consumismo irresponsable. Yo añadiría que también en la tormenta de un relativismo salvaje que ridiculiza al amor e impone una vida superficial.

Pero justamente, es frente a este “terror del final de los tiempos” cuando se hace preponderante encontrarnos para poner de relieve con sinceridad nuestras preocupaciones comunes y buscar la manera de aclarar nuestras diferencias, sacando a la luz lo que verdaderamente es diferente entre nosotros. Así pues, el diálogo al que somos llamados debe tener lugar también en aquellos terrenos donde no existe consenso, en aquellos puntos de los que surgen incomprensiones profundas que se traducen en conflictos en el plano político-social. Hay que tener la valentía de desenmascarar antes que nada los malentendidos que están en las raíces de la intolerancia y de la incomprensión, sólo así resultará más fácil medirse con las verdaderas diferencias.

Yo mantengo mi posición, para mí el Cardenal no es más que “uno de tantos” que se empeñan en detener a cualquier precio y sin importar las consecuencias la decisión de una mayoría que se empeña –con utopía y fe- ir por el camino del socialismo. Así también creo que no es la vía marxista la más apropiada para hacer frente a la crisis del mundo puesto que, siendo ésta una simple teoría económica que se contrapone al capitalismo, la adaptación política que le hizo Lenin y que es la única que conocemos ha derivado históricamente en el fracaso.

Por eso los venezolanos estamos llamados a “inventar” si no lo hacemos fracasaremos y eso no se nos está permitido a estas alturas.

Me gustaría saber qué camino propone el Cardenal. Pero lejos de un prejuicio me arriesgo a decir que é propondría lo mismo que sucedió desde 1958 a 1998 en Venezuela.

Como sucede en esta avasallante batalla de las ideas, la clave está en ir más allá, no criticar solamente, sino proponer alternativas.

A todas estas, la derecha da muestras de su insensibilidad patria. Con tal de derrocar a Hugo Chávez se alinean con los intereses extranjeros y apoyan a Colombia hasta el extremo de justificar una agresión militar a nuestra nación, basados en el supuesto negado e imposible de la presencia de las FARC en Venezuela. Esto demuestra que una vez más a ellos no les mueve el interés por el país sino sus intereses personales de poseer el poder.

Hace tiempo que la lucha de las FARC fue invalidada. Los tiempos de hoy no son de lucha armada ni de terrorismo, son estos los de la batalla de las ideas y de la unión para marchar juntos a la libertad y a la justicia social.

La Iglesia venezolana está solapada, esto debemos tenerlo presente. La actitud metamorfoseada del Cardenal lo pone en evidencia y de seguro responde a un plan según el cual el diálogo podría ser convertido en un arma para enredar al Gobierno y acelerar su hecatombe. Por eso insisto en que Urosa sí es un troglodita y que no merece para nada la credibilidad de sus palabras.

No se trata de declararnos en guerra con la Iglesia, el Cardenal y los Obispos no son la Iglesia. Se trata de ponernos alerta. La caída de la Revolución implica de manera directa una gran devastación y un baño de sangre innecesario.

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