Pasar una semana en Israel estos días es como estar atrapado dentro de una escena de la película “Atrapado sin salida”.
Como Jack Nicholson en el papel principal de ese clásico del cine, se podría no ser demente, pero los doctores y enfermeros que dirigen el área psiquiátrica fabrican cada dos por tres una histeria colectiva para mantener a todos paralizados por el miedo y el odio. Todo el mundo es enemigo, cada visitante una amenaza existencial.
Una activista francesa de más de sesenta años –parte del reciente fly-in de Bienvenidos a Palestina– es recibida en el aeropuerto por una brigada militar y una masiva fuerza policial que dejó gran parte de Israel a merced de sus delincuentes de poca monta que sacaron el máximo provecho mientras los guardianes del orden iban a arrestar a los invasores extranjeros que llegaban de Europa.
Una semana antes, un poema de un honesto y noble premio Nobel de 85 años, Günter Grass, que advirtió contra un ataque israelí a Irán y rogó a los israelíes que mostraran compasión hacia los palestinos ocupados, fue presentado como un texto que no solo es peor que Mein Kampf de Adolf Hitler, sino que podría tener un impacto similar en la historia. Por lo tanto, la reacción nacional se dejó en manos del primer ministro Benjamin Netanyahu y el ministro del Interior, Eli Yishai, quienes prohibieron el ingreso del anciano literato.
Alucinación en Washington
Fue en abril de 2012. El mes antes, Netanyahu, el experto mundial en histeria prefabricada, cruzó el Atlántico para reunirse con sus homólogos estadounidenses. En Washington, ante un público de AIPAC ansioso de complacerlo, Netanyahu comparó el rechazo de una guerra contra Irán como equivalente a la negativa ante la solicitud de dirigentes judíos de bombardear Auschwitz.
Juntos, Netanyahu y su adulador público estadounidense, se subieron a la montaña rusa de la histeria colectiva del tipo más enfermizo, alucinante, en circunstancias que EE.UU. requiere liderazgo que lo saque de su crisis económica e Israel necesita encontrar un camino en un mundo que más que nunca antes se niega a tolerar su colonización, ocupación y desposeimiento de Palestina.
Al volver de ese belicismo y fanatismo mutuo, Netanyahu y el ministro de Defensa Ehud Barak, compinches desde los días en los que ambos jugaran a ser Rambos como comandos israelíes, siguieron enviando a los israelíes a los búnkeres y simulando ataques químicos en preparación para un masivo ataque iraní que sería provocado por un ataque preventivo israelí contra Irán.
Abuelas francesas, un poeta retirado y el holocausto nuclear son todos amenazas de la misma magnitud en el mundo posmoderno de los actuales capitanes del Titanic israelí.
Política arriesgada
En mi calidad de en parte visitante y en parte recluso en el pabellón encontré consuelo en tres libros, cada uno de los cuales nos habla de cómo mantener la cabeza incluso cuando el Estado más armado y agresivo de la región ha reemplazado la diplomacia y la estrategia nacional por una arriesgada política histérica que se podría convertir fácilmente en una guerra verdadera y mayor derramamiento de sangre.
El primero es un antiguo clásico, 1984 de George Orwell. En la despótica Oceanía, la dirigencia, el Partido Interior, depende de una guerra constante contra las otras dos potencias globales. Los dirigentes fabrican histeria para seguir adelante, pero comienzan a creérsela ellos mismos:
Precisamente es en el Partido Interior donde la histeria bélica y el odio al enemigo son más intensos. Para ejercer bien sus funciones administrativas, se ve obligado con frecuencia el miembro del Partido Interior a saber que esta o aquella noticia de guerra es falsa y puede saber muchas veces que una pretendida guerra o no existe o se está realizando con fines completamente distintos a los declarados. Pero ese conocimiento queda neutralizado fácilmente mediante la técnica del “doble pensar”.
El segundo libro es El hijo del general de Miko Peled. La investigación de Peled en los archivos militares israelíes sacó a la luz cómo los generales de Israel manufacturaron histeria colectiva en Israel en víspera de la guerra de junio de 1967 y urdieron una historia sobre un inminente segundo Holocausto –como lo hizo David Ben-Gurion en 1948– sabiendo perfectamente, en ambas instancias históricas, que enfrentaban a un oponente débil y desorientado más dispuesto al compromiso que al combate.
El tercero es Fabricando Histeria de Jay Feldman, una historia compacta de cómo la dirigencia en EE.UU. fabrica histeria colectiva cada vez que se enfrenta a crisis reales o imaginarias que tienen el potencial de costarles el poder. Algunos de los resultados inevitables de una histeria semejante son la conversión en chivos expiatorios a minorías en EE.UU., la opresión de otros pueblos en todo el mundo y de los pobres en el interior (dedico esta breve lista a los Ocupantes de Wall Street cuya biblioteca fue brutalmente destruida y a quienes les prometí una lista de lectura para una nueva futura biblioteca, la que nunca logré hacer).
A diferencia de la cinta de Jack Nicholson, la histeria no se confina a la sala, y el problema no son los reclusos sino los que dirigen la prisión-hospital y que quieren internar aún más gente en su zona de histeria, control y violencia.
Estado avanzado de enfermedad
Pero Israel en 2012 se encuentra en una etapa mucho más severa y avanzada de la enfermedad, sea la imaginada por Orwell en 1984 , la que describe Peled sobre 1967 o la resumida históricamente por Feldman en EE.UU. en 2012.
La histeria fabricada en Israel se ha convertido en un modo de pensar constante y nada menos que una estrategia. Su propósito es mantener a las poblaciones judía y palestina de Israel dentro de una cierta existencia permanente y ansiosa. A la población palestina bajo la ocupación se le niega contacto con los que quieren mostrar solidaridad con sus sufrimientos, de modo que la “guetización” de Cisjordania sea tan efectiva como la lograda en la Franja de Gaza mediante el cerco militar, y que sin embargo no sea demasiado molesta para los aliados internacionales del Estado judío.
La vida allí tiene que ser suficientemente opresiva para alentar a la gente a partir o a seguir encerrada en la mayor mega-prisión del mundo, pero más aparentemente plausible como para desalentar otro levantamiento.
La población judía tiene que ser constantemente distraída de lo que impulsó a casi medio millón de sus miembros a protestar masivamente en las calles de Tel Aviv el verano pasado y que siga haciendo caso omiso de la opresión de los palestinos por una parte, y de la creciente repugnancia moral en todo el mundo hacia Israel, por la otra.
En nuestro pabellón psiquiátrico aquí, el tiempo entre la Pascua judía y lo que Israel llamada Día de la Independencia, durante el cual cae el Día nacional del Holocausto, es muy especial.
Es cuando recibimos en nuestras venas sobredosis de histeria prefabricada. Y entonces comenzamos a alucinar: el Faraón egipcio de la antigüedad, Hitler, la abuela de París, el anciano poeta de Berlín y Osama bin Laden, se funden todos en una aparición, y cualquiera que no sea sionista puede encarnar esa aparición.
Sea que los veamos como los guardas del Nido del Cuco, o el histérico Partido del Interior, los gobernantes que impulsan la histeria saben lo que hacen. Están armados hasta los dientes y tienen el poder de apretar el botón rojo que nos enviaría a nosotros, y a todos los que nos rodean, al infierno o al cielo, según el caso.
Al final de “Atrapado sin salida” uno de los héroes es brutalmente sometido por los guardas del pabellón mientras otro escapa de los confines del pabellón. No nos podemos permitir un fin tan ambiguo. Pero no es demasiado tarde, mientras más nos unamos para negarnos a participar en su juego.
Autor de numerosos libros, Ilan Pappe es profesor de historia y director del Centro Europeo de Estudios Palestinos en la Universidad de Exeter.
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens.