Por Ricardo Salgado.
Entender las contradicciones que impulsan el desarrollo de las sociedades es a veces muy complicado, especialmente si el análisis va salpicado de complejos enfoques personalistas, también las interpretaciones o sensibilidad al lenguaje juegan un papel crucial en este proceso que muchas veces se simplificaría si tuviéramos una vocación a debatir con franqueza y sin estigmatizar a quienes nos oponen ideas distintas. Muchas veces nos resulta más fácil entrar en acuerdos con la derecha que con otras personas, o grupos que piensan, teóricamente, igual que nosotros.
En la visión de muchos, los procesos políticos consisten en una serie de arreglos de pensamiento, costumbres y “sexto sentido” que permiten a ciertos hombres percibir las nociones y las intenciones de otros individuos. Normalmente, se llama pragmatismo a una esfera donde se impone el cinismo de lo que se puede arreglar “entre políticos” y que está más allá de la voluntad y el entendimiento de los simples ciudadanos, que deben acoplarse a las decisiones de los elegidos. En un día cualquiera, bajo un ardiente sol, u generoso político coloca a un filósofo en una posición metafísica que es extraña a lo terrenal, al campo de la praxis del que otorga: “Yo soy político, vos no entendés”.
De esta manera el político desdeña el valor del pensamiento y lo desplaza a un plano irreal, mientras el intelectual confunde la praxis con lo que puede hacer, que normalmente se limita al ejercicio cotidiano de lo subjetivo. En medio de esta monotonía de fuerzas gravitatorias más o menos equivalentes, se encuentra una masa enorme que solo es capaz de la contemplación, con mucha fuerza, pero donde se acumulan todos los productos que usualmente llamamos “imaginario Colectivo”.
No es sorprendente entonces ver como la discusión “fútil” relacionada con el “¿Qué Hacer?”, se convierta fácilmente en un tabú indescifrable para las mayorías que generalmente serán beneficiarias o víctimas de la respuesta que surja, tanto de la metafísica como de la praxis huérfana de conocimiento. Un cambio notorio se produce cuando la intuición popular comienza a percibir el desarreglo ideológico que se produce en el seno donde las líneas se aburguesan y se proletarizan los problemas.
En ese momento se producen interesantes procesos sociales, en los que, por norma, las bases inmensas, tienden a rebasar una y otra vez a sus clases dirigentes, cuyos procesos se van llevando a cabo de manera más lenta a medida que se acoplan a la mecánica superestructural del sistema, y una y otra tienden a legitimarse mutuamente. Llega entonces el momento de revisar la teoría y la praxis; los enfoques, las estrategias y las tácticas. El neoliberalismo, por su naturaleza, hace que los agentes sociales se muevan en un entorno que tiende permanentemente al desorden, aunque no por eso dejen de responder a leyes fundamentales del desarrollo histórico.
En nuestra Honduras, las coyunturas no se cansan de demostrarnos que debemos seguir un proceso más fiel al pensamiento que al dogma, y que la posición que adoptamos, en respuesta a una crisis determinada, debe estar condicionada por la forma en que los actores sociales se relacionan en un momento concreto. Así, la verdad insurgente de un momento pasa a convertirse es un proyecto masivo insertado en el corazón mismo del Estado Burgués. El problema no radica en la transición, sino como nos vamos sujetando a las condiciones objetivas y subjetivas que tiene la pésima “costumbre” de cambiar sin avisarnos.
Mucho se habla de facciones dentro del Frente Nacional de Resistencia Popular; se dice que unas son “refundacionales” y otras “electoreras”; se afirma con terror que “nos arrastran a un escenario electorero…”, o se habla de la lucha por el poder, sin entender concretamente de que se trata este asunto tan delicado. Ahora bien, esta discusión no es de ningún modo un estancamiento; si acaso es más bien una señal de que hemos comenzado a movernos para destruir el sistema oprobioso que nos subyuga.
Ahora se habla de dialogo interno, de debate amplio de ideas, con franqueza y respeto. Nos dirigimos a un nivel cualitativo superior. Entramos al camino donde se marcan tendencias dentro del frente, pero no tendencia fatales, sino fuerzas que promueven desarrollo, y promueven la conformación de estrategias que, comienzan a ser menos “termodinámicas”, y tienden más a la cohesión frente a retos comunes.
En el debate surgen miles de ideas y posturas, pero se abre un espacio desconocido de convergencia en el que se asegura la derrota del adversario. No se promueven conspiraciones o trampas al estilo de las viejas prácticas partidistas que nos preceden, sino que se construye pensamiento valido con praxis sustentada en esa producción intelectual; se abandona el divorcio, y el político deja de ser “real” y el filósofo deja la zona de la “utopía”, por los que las bases se vuelven revolucionarias, es entonces donde suceden dos fenómenos trascendentales para la historia del país: a) Conquistamos el poder y; b) Refundamos la sociedad en que vivimos.
Si interpretamos la realidad no hay contradicción alguna entre la lucha política por el poder y la refundación del país. Simplemente una de ellas se enmarca en una lucha permanente, cotidiana, mientras la otra depende mucho de los cambios coyunturales. Sin embargo, la organización deviene obligada a preparase para ambas posibilidades. Seguir el proceso político es un hecho necesario para la auto convocatoria popular; mientras esta última resulta ser ni más ni menos que una acción profundamente política.
La discusión fundamental se centra en la vida orgánica del frente Nacional de Resistencia Popular: El mismo es una organización política que surge de la voluntad de todos los sectores que adversan el golpe de Estado y concuerdan que la democracia participativa, propuesta por el presidente José Manuel Zelaya debe concretarse para alcanzar estadios mejores de existencia para la generalidad de la población. Estas líneas pueden sonar trilladas y demagógicas, pero mientras vivamos en las mismas condiciones tercermundistas, se repetirán una y otra vez.
Las organizaciones que integran el frente han existido antes que este, pero han propugnado siempre por un cambio estructural en la sociedad. En consecuencia, es natural pensar que el Frente Nacional de Resistencia Popular debe ser el instrumento de estas organizaciones para alcanzar este fin supremo de la lucha popular: esto debe suceder sin que cambien, ni el “fenotipo” ni el “genotipo” de cada organización, por el contrario estas deben profundizar sus luchas, además de fortalecer el frente, que se nutre de la formación, organización y movilización de sus cuadros en todo el país.
Llegados a este punto nos encontramos con la organización que tiene como meta derrotar a la oligarquía y sus podridos partidos en cualquier escenario de lucha en que nos toque encontrarnos; las experiencias de otras naciones latinoamericanas muestran que la posibilidad de refundar la sociedad se ve mejorada ostensiblemente desde el poder; si bien es cierto cada nación posee sus particularidades, también es cierto que la sociedad busca traducir en desarrollo de las fuerzas productivas la profundización de las contradicciones internas, y, en última instancia, el rompimiento de las condiciones de existencia de la formación socio económica predominante; sin que todos estos fenómenos se produzcan necesariamente de una manera única.
Nuestras ideas giran en torno de los agentes sociales y los acontecimiento, de esta manera interpretamos mejor la dialéctica del momento histórico; por eso nuestra mente no percibe, no puede “olfatear”, algunas de las intuiciones comunes a los políticos. Sin embargo, no podemos negar que un político equipado con las herramientas de análisis correctas, o un intelectual capaz de percibir lo que hacen los políticos, nos arrojan un agente social capaz, hábil y fuerte. Al final, si hemos de ganar esta lucha debemos conseguir este prototipo de individuo en cantidades suficientes para guiar al pueblo a la victoria,
Debemos rechazar el estereotipo y el dogma que nos encasilla a los agentes de cambio en categorías predeterminadas; por el contrario debemos contextualizar certeramente los liderazgos dentro de la coyuntura, y su papel intrínseco al del pueblo mismo. Además, las organizaciones comprometidas en el proceso de liberación nacional, deben ser protagonistas permanentes, y bajo ningún punto deben ser caracterizadas por su funcionalidad. Es lógico que una organización de 10, 000 miembros sea más funcional que una de mil, pero a la hora de luchar lo que cuenta es su capacidad de propiciar acontecimientos y no solo hechos.
Se ha abierto la discusión, vamos a fortalecernos políticamente, ahora, recién ahora, nos damos cuenta de la importancia del “vaso medio lleno”.
09/noviembre/2010