Por Julio Rudman.
Uno, es anarquista, ateo, hedonista, cocina por placer, durante la dictadura eclesiástico-cívico-militar escribió cuentos para niños con metafóricas imágenes libertarias. Es poeta, tiene publicado un libro de cuentos, Los Cuerpos, acerca de mujeres vejadas por genocidas, no sólo de uniforme. Es profesor de Guión Cinematográfico en la Universidad de La Punta, San Luis. Aunque es hermano de una monja, con la que se lleva de maravillas, mira la vida con prismáticos multicolores. El sexo, para él, es fuente y usina de placer. Entiende el matrimonio y la familia como instituciones en crisis, dinámicas, dialécticas y, por eso, está a favor de la igualdad de derechos, incluido el de adopción de niños, por parte de los homosexuales
El otro, anda persiguiendo a Pedro Picapiedras y su mascota Dino, para convertirlos al catolicismo. Cree que un señor, ungido jefe de una secta, es infalible. No se casó nunca y, que se sepa, no engendró hijos. Durante la dictadura le mataron a un hermano llamado Enrique Angelelli y miró para otro lado. Otro de los suyos, Christian von Wernich, consoló y bendijo genocidas. Cree, firmemente, que cada traspié de su secta es una movida del diablo y llama a librar una guerra santa, como si viviéramos en el siglo XIII o Torquemada fuese el modelo de hombre virtuoso. Es Arzobispo de Tucumán.
Los dos se llaman Luis Villalba. Uno es mi amigo, mi compañero. Con él puedo mirar hacia adelante.
El otro, no. El otro ve pasar la Historia y el púlpito le cruje bajo sus pies.
Son homónimos. Sólo eso.