Por Sergio Rodríguez Gelfenstein.
Los movimientos independentistas en Haití comenzaron en 1790 combinados con insurrecciones de esclavos y levantamientos de mulatos que se hacían eco de la revolución francesa victoriosa un año antes en la metrópoli. El acoso de las monarquías europeas a la revolución triunfante en París fue replicado en las colonias, territorios ansiados por las casas reinantes del Viejo Continente.
Los patriotas haitianos que luchaban contra el esclavismo, la exclusión y la independencia hicieron una alianza táctica con España para enfrentar todas las lacras que constreñían su presente y su futuro. Toussaint Louverture destacó como el principal líder deviniendo en padre de la independencia haitiana. Como teniente gobernador cuando aún no se había logrado la independencia y la Española se encontraba dividida en dos partes, desarrolló un programa económico gradual que fue resistido por las clases altas de la sociedad, cercanas a Francia y también por el pueblo que quería la separación definitiva de la metrópoli.
En lo internacional, Louverture buscó apoyo en Estados Unidos, lo cual fue una muestra de autonomía que Napoleón no podía aceptar, enviando en 1801 un ejército con la misión de imponer el control sobre Haití y crear un gran imperio francés en América que uniera a su colonia en el Caribe con la Luisiana que bordeaba el rio Mississippi en la América del norte.
Toussaint se vio obligado a capitular ante el poderoso ejército francés, pero el proceso independentista y de liberación social haitiano no se detuvo, la insurrección estalló con mayor fuerza bajo el mando de un nuevo jefe, Jean Jacques Dessalines quien desató una guerra a muerte contra los blancos y los franceses hasta el 1° de enero de 1804 cuando se declaró la independencia. Francia y todos los poderes coloniales nunca perdonaron a Haití y juraron hacerle pagar cara su osadía… hasta hoy.
Aunque Dessalines proclamó su apoyo a Francisco de Miranda y a la lucha independentista en las colonias del sur de América, su desatino en la gestión gubernamental y su desenfreno ante las mieles del poder lo llevaron a su derrota y muerte en 1806, a continuación, el país se dividió. En el sur asumió la conducción Alexander Petión, quien recibió a Simón Bolívar en 1816 dándole ayuda material, financiera y moral sin la cual hubiera sido imposible dar continuidad a la lucha emancipadora en el continente con la celeridad que la organizó el Libertador. Esta es otra razón de los poderes coloniales para condenar a Haití de forma perpetua.
La llegada del siglo XX trajo la irrupción de Estados Unidos como poder imperial mundial. Así como la derrota del colonialismo español devino en el control neocolonial británico, ahora, éste daba paso a Estados Unidos en su fase de desarrollo imperialista. Así, Washington asumió la “responsabilidad” de hacer pagar a Haití su decisión de ser libre y soberano un siglo antes. El país ya era el más pobre del hemisferio occidental y así ha continuado siendo hasta hoy.
En 1910, Estados Unidos dio inicio a un rosario de intervenciones de todo tipo en Haití. Ese año, utilizando como argumento el Corolario Roosevelt de la Doctrina Monroe, el gobierno del presidente republicano William H. Taft envió unidades navales y un cuerpo de la infantería de marina para dar “protección” a un grupo de banqueros que bajó coacción “compró” el Banco Nacional de Haití, manejándolo a partir de entonces como una sucursal de Wall Street. Unos años más tarde, en 1915, el presidente demócrata Woodrow Wilson emuló a su antecesor ordenando la invasión de Haití, poniendo su gobierno, ejército, aduanas y finanzas bajo administración de Washington convirtiendo al país en un protectorado de hecho o, visto de otra manera, en una colonia de Estados Unido, cuyas fuerzas armadas permanecieron en el país por 18 años hasta 1933, tiempo en que se le impuso a Haití una Constitución redactada en Estados Unidos. Las tropas de ocupación asesinaron miles de ciudadanos durante los años de control de la nación caribeña.
La inestabilidad bajo control estadounidense se mantuvo por casi 25 años hasta que en 1957 se entronizó en el poder François Duvalier quien gobernó como presidente vitalicio, protagonizando brutales masacres, persecuciones, detenciones, desapariciones y torturas contra dirigentes opositores y la población civil, todo a vista del gobierno de Estados Unidos que avaló siempre tales acciones. A la muerte de Duvalier, lo sucedió su hijo quien dio continuidad a las “políticas” de su padre hasta que fue derrocado en 1986.
Parecía que Haití podía comenzar su encuentro con la democracia y con ella el progreso y el desarrollo. En junio de 1988 hubo elecciones en las que triunfó Leslie Manigat, quien se constituyó en el primer presidente elegido en más de 30 años. Sin embargo, éste fue prontamente derrocado inaugurando un período de gobiernos militares cortos e inestables hasta que en 1991 fue elegido Jean Bertrand Aristide quien también fue derrocado pero reinstalado en el poder gracias a la presión internacional, pero en 2004 cuando el país conmemoraba el bicentenario de su independencia, Estados Unidos organizó un golpe de Estado para derrocar a Aristide sumiendo a Haití en una crisis de proporciones gigantescas.
Aristide fue secuestrado por las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y sacado del país con violencia de la misma manera que lo sería el presidente Manuel Zelaya de Honduras unos años más tarde. El hecho produjo fuertes incidentes que derivaron en violencia generalizada.
Sudáfrica, destino final de Aristide exigió a la ONU una comisión investigadora del derrocamiento de Aristide pero dicha petición nunca fue escuchada. A cambio, la ONU creó una fuerza militar de ocupación bajo la dudosa denominación de ”Misión de Estabilización de las Naciones Unidas”. La misma no ha podido cumplir su misión, ni ha podido estabilizar el país. Al contrario, Estados Unidos que fue el causante del problema, difícilmente podría ser el promotor de la solución, utilizando su derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU para impedir cualquier decisión que apunte a un desenlace favorable para Haití, manejando a su antojo el contingente militar subordinado a sus intereses.
El contingente de la ONU se ha transformado en una nueva peste para Haití. Ya en 2005 produjeron una terrible masacre en la ciudad de Soleil provocando decenas de muertos incluyendo mujeres y niños. A eso se le suman las continuas violaciones de indefensas mujeres de la población humilde y su incapacidad para afrontar las calamidades de un país que debían estabilizar. Esta fuerza de ocupación que llegó a tener casi 11.000 miembros entre militares, policías y funcionarios y que ha estado bajo el mando de las fuerzas armadas de 20 países, entre ellos 9 de América Latina es una vergüenza para la ONU convirtiéndose en una nueva lacra que ha azotado al país.
En enero de 2010, se produjo un enorme terremoto que devastó todo el país produciendo más de 300 mil víctimas fatales, 350 mil heridos, un millón y medio de personas sin hogar y la destrucción casi total de la frágil infraestructura del país. Aunque llegó ayuda internacional que permitió paliar en alguna medida la monumental crisis humanitaria generada, ella fue insuficiente, al servir solo como argumento para una nueva intervención estadounidense con 20 mil marines, cuya mentalidad imperial no ayudó mucho a extinguir la angustia de un pueblo inerme.
Al revés, la crisis fue utilizada por personas inescrupulosas para obtener ganancias a partir del sufrimiento del pueblo haitiano. El caso más descarado y repulsivo es el del ex presidente Bill Clinton quien utilizó su fundación para desarrollar un plan de emergencia y reconstrucción que recibió miles de millones de dólares desviando ilegalmente parte de esa ayuda, embolsándose un porcentaje. Para Haití la fundación Clinton recibió mucho más dinero que lo que envió al país como ayuda humanitaria, como ya había hecho en Mozambique, Papúa Nueva Guinea, y con el huracán Katrina en Nueva Orleans, robándose ingentes cantidades de recursos, utilizando sus contactos en Washington para evitar ser auditado ni ser objeto de control del uso de la gigantesca ayuda recibida. Otra expresión de la inmunda moral imperial y del castigo al que siguen sometiendo al país caribeño.
Hoy, el pueblo haitiano nuevamente está luchando por sus derechos y en contra de la pretensión del presidente títere colocado por Estados Unidos de prolongar ilegalmente el ejercicio del poder, sustentado en la fuerza y la represión que llevan a cabo las organizaciones paramilitares creadas para reprimir la insurrección rebelde..
Para Venezuela, la solidaridad con Haití es deuda imperecedera, no se sabe cuánto tiempo más se habría demorado el ejercito republicano en conseguir la libertad y cuántas vidas mas se habrían perdido si Bolívar no hubiera recibido la ayuda solidaria y desinteresada del presidente Petión. Nuestra independencia y nuestra emancipación – así como la de las otras cinco naciones que Bolívar liberó- están indisolublemente ligadas a Haití. En esa medida, todo lo que hagamos es poco. Haití no necesita militares, necesita ayuda para el desarrollo y, en esta coyuntura que vive hoy, apoyo moral y solidaridad para derrotar al sátrapa que gobierna bajo los dictados de Washington.
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