Por Bruno Peron Loureiro.
“Los presidentes de los países del sur que prometen el ingreso al Primer Mundo, un acto de magia que nos convertirá a todos en prósperos miembros del reino del despilfarro, deberían ser procesados por estafa y por apología del crimen.” (Eduardo Galeano – Patas Arriba)
Estaria o problema de habitação definitivamente resolvido no Brasil se o governo decidisse injetar todo o dinheiro necessário – em detrimento das políticas públicas de outros setores – na concessão de casas a quem não as tem e no suprimento de todas as falhas infraestruturais que distanciam milhões de moradias dos padrões mínimos de dignidade?
A União Nacional por Moradia Popular estima que o déficit habitacional no Brasil é de 8 milhões de vivendas, mas os recursos disponíveis atenderão a pouco mais de 2 milhões de famílias até final de 2014, quando a presidente Dilma Rousseff fizer um balanço do quadriênio.
Além da falta de teto, 10 milhões de brasileiros têm uma casa, mas contam com algum problema infraestrutural, como falta de tratamento de esgoto ou instalação elétrica clandestina. É um número que ultrapassa os que nem casa têm e vivem, portanto, em condições precárias.
O tema da habitação é tão complexo que demanda a participação de entidades que discutem o crescimento urbano, o planejamento familiar, as migrações interestaduais, o êxodo rural, a repartição de terras, a matriz econômica regional, e a criação de empregos. As ações concertam-se porque nenhum destes temas aceita segregação.
Maior parte da população brasileira não vive, mas aglomera-se nas cidades, focos de civilização em que a especulação imobiliária brinca com o direito de moradia das pessoas e os salários diminutos corroboram a incapacidade de desfrutar da vida.
Nas zonas urbanas de expansão rápida, lotes de condomínios de luxo vendem-se cabalmente nas primeiras horas de lançamento, enquanto se gera um excedente cada vez maior de famílias que não logram uma habitação de incentivo governamental, que compreende, em geral, poucas dezenas de metros quadrados espremidos.
As políticas públicas habitacionais concentram-se na população de renda baixa, sobretudo a que dorme em favelas e espaços clandestinos, uma vez que a de ingressos maiores tem condições de financiar a expansão dos condomínios privados, cuja administração amiúde burla a legislação ambiental e tributária em prol de um grande negócio.
O Ministério das Cidades labora com a meticulosa Política Nacional de Habitação e o Plano Nacional de Habitação, que dispõem de um diagnóstico e um programa de ação bem embasados e mitigadores, porém paliativos se não se discutem caminhos para estancar o aumento do déficit habitacional.
O objetivo da Política Nacional de Habitação é “universalizar o acesso à moradia digna para todo cidadão brasileiro”. O adjetivo destaca que a preocupação governamental é a de estruturar e formalizar as condições habitacionais para que todos possam viver em vez de aglomerar-se, usufruir em vez de sonhar.
Em linha similar de raciocínio, anda o Movimento dos Trabalhadores Sem Teto (MTST), que luta desde 1997 por um modelo de cidade que garanta moradia a todos e condições melhores de trabalho. Malgrado as irregularidades que eventualmente surgem em sua estratégia de ocupação e sua atuação mais acentuada nas zonas metropolitanas, o argumento deste grupo é mais razoável que o de empreendedores do ramo imobiliário.
Como o dinheiro é prioridade sobre a dignidade no Brasil, que vende suas engrenagens ao capital especulativo e às bolsas de valores, os banqueiros saem com os bolsos mais recheados que churros extravasantes. O governo empresta-lhes para construir as moradas e os bancos endividam os pobres com prestações para toda a vida.
Cada empreendimento do programa Minha Casa, Minha Vida levanta até 500 apartamentos ou casas em unidades habitacionais que dispõem de dois quartos, uma sala, uma cozinha, um banheiro e uma área de serviço. A Caixa Econômica Federal efetiva a venda financiada de imóveis a famílias com renda de até R$1.395,00.
O problema mal resolvido não deixa de mover as rodas do sistema.
Há estudos que indicam que a clandestinidade é maior do que se imagina em habitação no Brasil. A formalização, deste modo, interessa aos gestores das políticas de moradia tanto quanto as construtoras comemoram o inchaço urbano, que remete à lei de oferta e procura, e torna o sonho da casa própria mais distante para muitos.
Há que mudar a cultura paternalista que retém milhões de brasileiros na passividade à espera de que alguém resolva seus problemas. O Estado corrigirá as distorções quando se tornar agente catalisador e facilitador de uma trama que não prescinde do trabalho árduo de todos nós a fim de que façamos mais e dependamos menos.
Respondendo à indagação inicial: a ciência por vezes tarda a substituir o milagre.
Eduardo Galeano – Patas Arriba
¿Estaría definitivamente resuelto en Brasil el problema de la vivienda si el gobierno decidiese inyectar todo el dinero necesario –en detrimento de las políticas públicas de otros sectores– en la concesión de casas a quienes no las tienen y en la solución de todas las fallas estructurales que distancian a millones de viviendas de los patrones mínimos de dignidad?
La Unión Nacional por Vivienda Popular estima que el déficit habitacional en Brasil es de ocho millones de viviendas, pero que los recursos disponibles atenderán a poco más de dos millones de familias hasta el final del 2014, cuando la presidenta Dilma Rousseff haga un balance del cuatrienio.
Además de la falta de techo, diez millones de brasileros tienen una casa, pero cuentan con algún problema infraestructural, como la falta de tratamiento de aguas residuales, o instalación eléctrica clandestina. Es un número que traspasa a los que no tienen casa y viven por lo tanto en condiciones precarias.
El tema de la vivienda es tan complejo que demanda la participación de entidades que discuten el crecimiento urbano, la planificación familiar, las migraciones interestatales, el éxodo rural, el reparto de tierras, la matriz económica regional y la creación de empleos. Las acciones se conciertan porque ninguno de estos temas acepta la segregación.
La mayor parte de la población brasilera no vive, sino que se aglomera en las ciudades, focos de civilización donde la especulación inmobiliaria salta sobre el derecho de vivienda de las personas, y los salarios diminutos corroboran la incapacidad para disfrutar la vida.
En las zonas urbanas de expansión rápida, lotes de condominios de lujo se venden prácticamente a las pocas horas de su lanzamiento al mercado, mientras se genera un excedente cada vez mayor de familias que no logran una habitación de incentivo gubernamental, con áreas en general muy comprimidas de unas pocas decenas de metros cuadrados.
Las políticas públicas habitacionales se concentran en la población de renta baja, sobre todo en la que duerme en “favelas” y espacios clandestinos, ya que las de mayores ingresos tienen condiciones como para financiar la expansión de los condominios privados, cuya administración a menudo burla la legislación ambiental y tributaria en pro de un mejor negocio.
El Ministerio de las Ciudades trabaja con la meticulosa Política Nacional de Habitación y el Plan Nacional de Habitación, que disponen de un diagnóstico y de un programa de acción bien fundamentado y mitigador, sin embargo son apenas paliativos si nos se discuten caminos para frenar el crecimiento del déficit habitacional.
El objetivo de la Política Nacional de Habitación es “universalizar el acceso a una vivienda digna para todo ciudadano brasilero”. El adjetivo destaca que la preocupación gubernamental es la de estructurar y formalizar las condiciones habitacionales para que todos puedan vivir en lugar de aglomerarse, usufructuar en lugar de soñar.
En una línea de pensamiento similar anda el Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST) que lucha desde 1997 por un modelo de ciudad que garantice la vivienda para todos y mejores condiciones de trabajo. A pesar de las irregularidades que surgen eventualmente en su estrategia de ocupación y su actuación más acentuada en las zonas metropolitanas, los argumentos de este grupo son más razonables que los de los empresarios del ramo inmobiliario.
Como el dinero es prioritario frente a la dignidad en Brasil, que vende sus engranajes al capital especulativo y a las bolsas de valores, los banqueros salen con los bolsillos más repletos que churros rellenos. El gobierno les presta para construir las viviendas y los bancos endeudan a los pobres con obligaciones de por vida.
Cada proyecto del programa Mi Casa, Mi Vida, construye hasta 500 apartamentos o casas en unidades habitacionales que disponen de dos habitaciones, una sala, una cocina, un baño y un área de servicio. La Caja Económica Federal hace efectiva la venta financiada de inmuebles a familias con renta hasta R$ 1.395,00.
El problema mal resuelto no deja de mover las ruedas del sistema.
Hay estudios que indican que la clandestinidad es mayor de lo que se imagina en el área de vivienda en Brasil. De esta manera la formalización interesa a los gestores de políticas de vivienda, mientras tanto las constructoras celebran la hinchazón urbana, que remite a la ley de la oferta y la demanda y torna para muchos cada vez más distante el sueño de la casa propia.
Habrá de cambiar la cultura paternalista que retiene a millones de brasileros en la pasividad a la espera de que alguien resuelva sus problemas. El Estado corregirá las distorsiones cuando se torne catalizador y facilitador de una trama que no prescinda del trabajo arduo de todos nosotros, a fin de que hagamos más y dependamos menos.
Respondiendo a la pregunta inicial: la ciencia a veces tarda en sustituir al milagro.