Por Gilad Atzmon.
Podrán decir que la pasada semana no fue muy fácil para el movimiento de solidaridad con Palestina: primero, una pacífica flotilla internacional que iba a entregar ayuda humanitaria a Gaza no pudo abandonar los puertos griegos. El gobierno griego se había rendido sumisamente a la presión israelí y a las organizaciones judías estadounidenses, y bloqueó la operación naval.
En segundo lugar, un intento internacional de llevar por avión a cientos de activistas de todo el mundo a Cisjordania también fracasó parcialmente, ya que el gobierno israelí logró aplicar suficiente presión para asegurar que el proyecto fuera frustrado antes de despegar. [1]
Aunque pueda parecer que el movimiento de solidaridad con Palestina sufrió un golpe, en realidad fue Israel el que resultó duramente golpeado en este caso, porque Israel sacó a la luz su nivel de histeria: parece que los ocho antiguos yates y unos cientos de pasajeros de Easyjet habían logrado estremecer a toda la sociedad israelí. Ahora tratad de imaginar el impacto potencial de cientos de miles de refugiados palestinos en marcha hacia sus casas en Jaffa, Acre Lod, Ramle, Haifa, Beer Shiva y Al Quds.
Creo que el cuadro está más claro que nunca, Israel no tiene ni la más mínima posibilidad de éxito. Su suerte está condenada. Solo es cuestión de tiempo. Y no es un asunto de ‘si’, es un asunto de ‘cuándo’.
Pero la verdad es un poco más grave. Tanto la Flotilla como la Flytilla son casos ejemplares de ‘campañas de la sociedad civil’, tenían el propósito de movilizar el apoyo público internacional utilizando medios pacíficos y democráticos.
Ambas campañas no apuntaban a dañar de alguna manera la seguridad de Israel; más bien iban para atraer la atención del mundo a la situación en Gaza y en Cisjordania. Su objetivo inmediato, es decir llegar a Palestina, no se cumplió, pero a pesar de todo su misión es una victoria clara y significativa porque prueba una vez más lo que significa Israel: el Estado judío es una sociedad cerrada, un colectivo mórbido impulsado por “Desorden de Estrés Pre-Traumático” (nutrido por vívidas fantasías imaginarias de destrucción). Aún más importante, las medidas desesperadas del gobierno israelí contra la pacífica Flytilla probaron al mundo que Cisjordania también está sitiada, y que Palestina está cerrada a los visitantes.
Los dirigentes de las dos ‘campañas de la sociedad civil’ habían hecho bien las cosas: lo habían planificado todo durante meses, orquestado y coordinado un puente aéreo de diferentes grupos internacionales. Habían reunido fondos, y habían operado como se esperaría que operaran los ‘defensores de la sociedad civil’.
Pero no se dieron cuenta de una cosa. No llegaron a comprender el hecho más obvio del Estado judío y los poderes que lo apoyan en todo el mundo. Por mucho que quisieron poner en acción la estrategia pacífica más civilizada, pueden haber descuidado el hecho de que el Estado judío no es un sitio civilizado, y que es totalmente ajeno a la noción de civilización. Una vez más el gobierno israelí suministró a sus críticos en todo el mundo una clara lección sobre las características singulares del Estado judío.
Israel contra la civilización
La palabra ‘civilización’ proviene originalmente de la palabra latina civilis, relacionada a las palabras latinas civis, ciudadano, y civitas, lo que quiere decir ciudad o ciudad-Estado.
‘Civilización’, por lo tanto, se entiende tradicionalmente como una sociedad que reconoce y respeta nociones de ‘derecho civil’ y ‘ciudadanía’. Por desgracia Israel no es una sociedad semejante. La mayor parte de las personas cuyas casas están en tierras controladas por israelíes carecen de derechos civiles básicos solo porque no son judíos.
Es posible que la deficiencia de Israel en este sentido tenga su origen en el desafío del judaísmo ortodoxo de las nociones de ‘derecho civil’ y civilización. Para el judaísmo rabínico, los derechos y deberes del judío son estrictamente fijados por la ley Halachá. [2]
Curiosamente, el sionismo de los comienzos fue un intento de remediar la situación. Prometió ‘civilizar la vida judía’. Prometió erigir una sociedad judía que respetara los principios de ciudadanía y de derecho civil secular. Pero el sionismo estaba condenado al fracaso. Desde su nacimiento, el Estado judío prefirió realizar la limpieza étnica de la población palestina en lugar de ejercer la posibilidad teórica de ‘civilización judía’.
La verdad es que el Estado judío se ha enfrentado a leyes Halachá desde el primer día. Por una parte israelíes seculares, agentes de la Hasbará y sionistas diseminan la engañosa imagen de una ‘sociedad civilizada y abierta’, ‘democrática’, judía, pero por otro lado, las instituciones religiosas de Israel cuestionan ese programa ficticio y engañoso: arguyen claramente que si Israel se define como el ‘Estado judío’, tiene que dar un verdadero significado al judaísmo. Se refieren básicamente a las leyes Halachá.
El resultado de esta lucha es obvio: A esta altura, Israel tiene muy poco respeto por la noción de ‘civilización’ o ‘derecho civil’. En el mejor de los casos, imita algunos síntomas liberales occidentales. El miembro de la Knéset [parlamento israelí] árabe Azmi Bishara, quien sugirió hace algunos años que Israel debería convertirse en un Estado de todos sus ciudadanos (es decir una civilización), tuvo que escapar lo más rápido posible, y ha vivido en el exilio desde entonces. No es un secreto que los israelíes árabes (palestinos con ciudadanía israelí) son ciudadanos de segunda clase y que los palestinos en Gaza y Cisjordania carecen de todo estatus significativo. Viven en prisiones al aire libre. Están sometidos a la brutalidad israelí y a diferentes formas de leyes racialmente discriminatorias. No solo ellos, las comunidades de trabajadores extranjeros en Israel también están totalmente marginadas. Viven una vida de total inseguridad, con pocos derechos.
Así, la pregunta obvia en este caso es si una ‘acción de la sociedad civil’, como hemos visto en las últimas semanas por parte de los activistas de la solidaridad internacional, puede tener algún efecto en absoluto sobre una sociedad que desafía de un modo tan evidente las nociones de ‘derecho civil’ y ‘civilización’.
Diáspora judía y civilización
El propio Israel es obviamente solo parte del problema: el Estado judío está apoyado por algunos incansables lobbies judíos de todo el mundo. Esos lobbies se las arreglan para presionar a los gobiernos e instituciones políticas occidentales hacia algunos laberintos siniestros. En Gran Bretaña, por ejemplo, Sheikh Raed Salah, también conocido como el ‘Gandhi de Palestina’, ha estado detenido durante más de una semana después de la vergonzosa rendición del gobierno británico ante la presión derechista del lobby judío. Asimismo, la prensa israelí se enorgulleció recientemente de informar sobre los incentivos ofrecidos por organizaciones judías al asediado gobierno griego antes de la Flotilla.
El gobierno israelí y los lobbies que lo apoyan se dieron cuenta hace rato de que es mucho más barato comprar a un político occidental que comprar un tanque.
Por lo tanto, la moral para el resto de nosotros debiera ser obvia: aunque el propio Israel desafía la noción de civilización, los incidentes mencionados prueban que sus lobbies en todo el mundo todavía se las arreglan para interferir con las civilizaciones de sus respectivas naciones.
Acción de la sociedad civil contra los no civilizados
Los líderes de la solidaridad con los palestinos tendrán que sacar las lecciones necesarias de los últimos eventos. Las campañas de la sociedad civil movilizan el apoyo público en todo el mundo y es ciertamente muy importante. Sin embargo, tales campañas pueden ser simplemente demasiado débiles para producir un cambio de conciencia en Israel.
A fin de derrotar a Israel y al sionismo, tenemos que reconocer lo que significa Israel: estamos combatiendo contra un proyecto tribal expansionista singular, de orientación racial, que no tiene precedente en la historia, y este proyecto va más allá de sus fronteras geográficas naturales. Israel no es una empresa territorial; es realmente una ideología, y su modus operandi está impulsado por formas radicales de supremacía racial (el carácter de ‘elegido’ del pueblo judío). Pero también debemos reconocer que el Estado judío no está solo: está apoyado institucionalmente por los judíos del mundo.
Si nos importan Palestina, la paz mundial y el estado de nuestro mundo en general, nuestra tarea es ponernos de pie abiertamente e identificar los tipos de ideología, política y cultura que sirven al Estado judío y sus intereses, global y localmente. No tenemos que ir necesariamente a Palestina a combatir a los soldados israelíes: podría ser mejor ubicar a sus mercenarios entre nosotros, en nuestros medios, instituciones políticas, think tanks, en el mundo académico y la economía.
Esa gente y esas organizaciones interfieren realmente con nuestra civilización y nuestros más sagrados valores occidentales de ética, pluralismo, armonía y tolerancia.
Notas:
[1] Los activistas que lograron llegar a Israel fueron rápidamente detenidos y recibieron órdenes de deportación.
[2] Se podrá argumentar que el Islam también desafía la noción de Derecho Civil. Sin embargo, a diferencia del judaísmo, el Islam es un precepto universal. Definió claramente medidas y actitudes respetuosas hacia minorías étnicas y religiosas.
Artículo publicado originalmente en Gilad Atzmon (http://www.gilad.co.uk/
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens.