Por Chris Williams. *
“Si la investigación a la que te consagras tiende a debilitar tu afecto y a destruir esos placeres sencillos en los cuales no debe intervenir aleación alguna, entonces esa investigación es inevitablemente negativo, es decir, impropia de la mente humana. Si se acatara siempre esta regla, si nadie permitiera que nada empañara su tranquilidad doméstica, Grecia no se habría esclavizado, César habría protegido a su país, América se habría descubierto más pausadamente y no se hubieran destruido los imperios de México y Perú.”
(Dr. Victor Frankenstein, Frankenstein o el Moderno Prometeo, de Mary Shelley)
Manhattan bajo las aguas
No hay duda que la conjunción de tormentas imprevisibles y anormalmente fuertes es un test de lo que nos depara el futuro en un sistema económico que ha “empañado la tranquilidad doméstica” y galvanizado las fuerzas de la naturaleza hacia un virulento choque de dislocaciones; como si emitiéramos incesantemente gases invernadero a la atmósfera o residuos industriales en nuestros pulmones.
La capa de ozono se desgarra como efecto del cambio climático y, después de 10.000 años en relativa calma y estabilidad, el clima del planeta comienza a caminar de forma torpe y a sobresaltos hacia un clima hasta ahora desconocido por la civilización humana: más volátil, violento y menos hospitalario.
Por eso resulta oportuno traer a colación la gran obra de Mary Shelley y bautizar como “Franktormenta” la conjunción del Huracán Sandy y el frente de aire frio que atraviesa el noreste de los Estados Unidos. Especialmente por la crítica simbólica que realiza Shelley en el párrafo citado de Frankenstein de la dinámica interna del capitalismo y de la sociedad divida en clases, así como por la forma como el conflictivo Víctor cuenta su historia y las incontrolables fuerzas que resultaron de su empeño por proseguir con el proyecto, a pesar de todos los peligros que se anunciaban a su alrededor.
La insaciable sed de beneficios del capitalismo global como “monstruo” que succiona nuestras vidas y nuestro planeta buscando nuevos espacios para la explotación y el crecimiento es un eco lejano de la obsesión que superó a Víctor, enajenado del mundo, abandonando a sus amigos, familia e incluso su sustento.
El que la obsesiva búsqueda consumiera a Víctor en las llamas cuando su criatura se volvió contra él no hace que, ante los mismos signos de riesgo, el capitalismo haga lo más mínimo por prever su propia destrucción y la del conjunto del planeta.
El cambio climático actual, inducido por la acción humana, constituye una de las causas del Huracán Sandy -“el más grande en la historia del Atlántico”
según el Capital Weather Gang, si se toma en cuenta las 1.040 millas de diámetro de su vendaval- según explica el Dr. Kenin E. Trenberth, distinguido científico superior en el departamento de análisis climático del National Center for Atmospheric Research:
“La temperatura de la superficie marina en la costa del Atlántico aumentó en 3ºC por encima de lo normal en una extensión de 800 km de costa, desde Florida a Canadá. El calentamiento global contribuyó en un 0,6ºC en ese incremento. Por cada grado centígrado de incremento, la concentración de agua en la atmósfera sube un 7% y la humedad alimenta las tormentas tropicales, aumentando su intensidad y duplicando el nivel de precipitación con relación a las lluvias normales.”
El cambio climático global ha contribuido a aumentar la temperatura de la superficie marítima y de los océanos y a calentar y humedecer la atmósfera.
Sus efectos se sitúan entre el 5 y el 10 por ciento. Tal vez las propias variaciones del clima reforzadas por el cambio climático hayan propiciado la rápida transformación del huracán en una impresionante tormenta.
A medida que el clima continúe calentándose, sus efectos aumentarán y nos llevarán hacia situaciones climáticas cada vez más extremas (inundaciones y sequías) tal y como se recoge en dos recientes artículos de la revista Nature.
Y será así. No porque no podamos prevenir los acontecimientos y orientar nuestros esfuerzos hacia otras energías diferentes a la fósil, sino simplemente porque ésta resulta muy rentable como para renunciar a ella.
Tiene que ver con la tendencia inherente al capitalismo, con la fuerza propulsora del beneficio que a su vez alimenta el crecimiento y que ponen a prueba la capacidad del planeta para absorber daños producidos en la biosfera.
En ese sentido, la definición de Karl Marx y Frederick Engels en el Manifiesto Comunista sobre la naturaleza del capitalismo resulta totalmente oportuna:
“La moderna sociedad burguesa, con sus relaciones de producción, cambio y propiedad que ha puesto en pie medios de producción y de cambio tan potentes, se parece al mago que ya no es capaz de dominar las fuerzas infernales que ha desencadenado con sus conjuros.”
Llegados a este punto, cuando una tormenta enorme azota la costa este de los Estados Unidos -un país que en otras latitudes aún sufre los efectos de una sequía sin precedentes – parece indiscutible que el sistema capitalista ha puesto la existencia humana en una carrera acelerada contra la estabilidad de la biosfera y del sistema climático. Una de ambas tiene que ceder y no hay ningún indicio de que será el sistema capitalista quien cederá.
Si no se actúa internacionalmente para dar una respuesta conjunta a la crisis ecológica y social, el resultado será la destrucción de los últimos vestigios del patrimonio común a través de la privatización.
En lo que se refiere a la producción de petróleo y otros combustibles fósiles, esto resulta evidente. Si se quiere evitar un cambio climático irreversible, según la Agencia Internacional de Energía, tras alcanzar un pico alto de producción en cinco años se debería empezar a disminuir su producción. Sin embargo, está previsto que la producción de petróleo se incremente de aquí a 2020 de 80 a 110 millones de barriles diarios y que las compañías petroleras continúen explotando las reservas y perforando nuevos pozos.
Durante el mandato de Obama, no sólo se favoreció el incremento de los beneficios de las compañías petroleras mediante aumento de los precios, sino que también la perforación de nuevos pozos petrolíferos. Según un informe de la Associated Press que cita la investigación realizada por el Citibank, Estados Unidos podrá rivalizar con Arabia Saudí como principal productor de petróleo en el planeta y convertirse en el “nuevo Medio Oriente”.
El Departamento de Energía estadounidense prevé que el año que viene la producción de crudo y de otros hidrocarburos líquidos en los EEUU (entre ellos los biocombustibles) alcance un promedio de 11,4 millones de barriles diarios. Sería la producción más elevada en 40 años, justo por debajo de Arabia Saudí que produce 11,6 millones. Citibank predice que para el año 2020 EE UU puede llegar a producir entre 13 y 15 millones de barriles diarios y convertir América del Norte en “el nuevo Oriente Medio”.
Mientras tanto Obama se jacta repetidamente del compromiso de su Administración para instalar suficientes tuberías (oleoductos) como para rodear el planeta. Y le lee la cartilla a Romney por la posición “anti-carbon” de los republicanos cuando las exportaciones de carbono de los EE UU están batiendo records debido a la expansión de otro combustible fósil: el gas de pizarra.
Así pues, aún cuando las emisiones de carbono en los EEUU han disminuido porque las plantas de carbón están siendo cerradas y sustituidas por las de gas de pizarra, éste ha sido un período prospero para la compañías del sector que han incrementado la exportados de su producción al exterior, conduciendo al conjunto del planeta a la no reducción neta de emisiones de carbono. En la práctica, ocultando la contaminación derivada de la intensa fracturación hidráulica que exige la producción del gas pizarra, se mofan de los argumentos que consideran que el gas natural pueda ser, de una manera u otra la energía “puente” o de “transición” hacia una energía más limpia para el futuro.
Tal vez por eso la Administración Obama abandonó recientemente su compromiso para limitar el incremento global de la temperatura por encima del nivel crítico de 2ºC que adoptó formalmente hace dos años.
Así pues, no resulta extraño que apenas dos años después del peor desastre medioambiental en la historia de Estados Unidos, las autorizaciones para perforar pozos en el Golfo de México se incremente superando las autorizadas en 2007 y que la producción también aumente. De acuerdo con el Times-Picayune: “Dos años después de que la Casa Blanca levantara la moratoria sobre la perforación de pozos en aguas profundas establecida tras los vertidos de la British Petroleum, las agencias federales han otorgado han otorgado más autorizaciones que nunca desde 2007. Muchos industriales esperan que la producción de petróleo en el Golfo de México exceda pronto los niveles previos al accidente.”
No hay duda de que esta producción nacional extra permite a ConocoPhilips, la novena mayor corporación del mundo, amasar dinero a costa del ecocidio del planeta. El 25 de octubre, esta multinacional anunció que los beneficios de su tercer trimestre alcanzaban 1,8 billones de $ USA. Esta compañía, al mismo tiempo que la compañía tranfería 1,3 billones a su cuenta de reservas y compensaba a su ex director ejecutivo, James Mulva, con 18,92 millones en 2011, se benefició de una exoneración fiscal de 600 millones de $ USA.
Apuesto a que con la llegada de la Franktormenta Sandy, Obama hubiera deseado haber guardado en la recámara algunos principios políticos de izquierda; al menos, alguna mención al cambio climático en alguno de los embrutecedores debates presidenciales. En cambio, cada vez que los candidatos hablaban sobre energía, el debate giraba sobre quién de los dos consumiría más cantidad de combustibles fósiles y transformaría más rápidamente la tierra en cenizas.
Como informaba el New York Times, “incluso un año después de batir el record de altas temperaturas, sequía y el deshielo del Ártico, ninguno de los moderadores de los cuatro debates televisivos que se realizaron sobre la campaña planteó ninguna pregunta sobre el cambio climático; tampoco ninguno de los candidatos se interesó en abordarlo.”
Times lo describía de este modo: “A pesar de sus diferencias, el Presidente Obama y Mitt Romney están de acuerdo sobre el recalentamiento del planeta y la responsabilidad de la actividad humana en ello, pero no está nada claro lo qué harían al respecto .”
A lo largo de esta campaña, tanto Obama como Romney parecían estar más interesados en mostrarse como los más interesado en el impulso de las energías fósiles y del gas pizarra, los combustibles más responsables de los niveles de carbono de dióxido que se emite a la atmósfera.
Pero a pesar de que los estudios científicos sobre el cambio climático han mejorado enormemente y las predicciones de los científicos resultan cada vez más concluyentes – por no decir desesperantes-, es la primera vez en toda una generación que no se cita el cambio climático en los debates televisivos. La primera vez desde 1988, año en el que incluso el candidato a republicano a la vice-presidencia, Dan Quayle, pensaba que el cambio climático era un problema al que había que dar respuestas.
En esta campaña, no sólo los candidatos no tienen ningún interés en abordar el tema sino que tampoco lo tuvo el moderador del segundo debate en la CNN, Candy Crowley a pesar de que le fuera remitida una petición en ese sentido respaldada por más de 160.000 personas.
Crowly excusó la omisión con el siguiente argumento: “Claro que me planteo la cuestión del cambio climático. igual que todo el mundo. La cuestión es que que todos sabemos que la economía es el tema central”. Solo que. los candidatos encontraron la forma de debatir sobre el control de armas a pesar de que su conexión con la economía es aún menor.”
En realidad, la razón por la que los candidatos no querían discutir sobre el cambio climático es precisamente porque la economía -sobre todo la de EE UU
– depende, como ninguna otra en el mundo, de la energía basada en los combustibles fósiles.
Días más tarde, en una entrevista para la MTV acerca de la ausencia total de este tema en los debates, el presidente Obama expresó su “sorpresa” porque no se hubiera planteado. ¡como si el presidente de los Estados Unidos no tuviera la capacidad de llevar un tema como este a los debates!
Esto hace que Obama se sitúe a la derecha del colectivo “Young Evangelicals for Climate Action”. Miembros de este grupo viajaron en grupo al segundo debate en Long Island y oraron en el aparcamiento a favor de una mención sobre el cambio climático y la adopción de políticas gubernamentales tales como el gravamen sobre emisiones de carbono y ayudas a los países pobres que luchan contra el cambio climático.
Aún cuando tenga desacuerdos tácticos sobre la eficacia del método elegido, no puedo sino estar de acuerdo con el portavoz del grupo, Ben Lowe: “La lucha en la que estamos comprometidos va para largo.”
Así pues, la cuestión fundamental es la siguiente: ¿Podemos votar por Obama como el mal menor en esta larga lucha? Mi respuesta es no; como la de Chris Hedges en su excelente artículo en Truthdig:
“Las elecciones de noviembre no son una batalla entre Republicanos y Demócratas, entre Barack Obama y Mitt Romney. Es una batalla entre un Estado al servicio de las multinacionales y nosotros.”
Y si no nos comprometemos inmediatamente en esta batalla, estamos acabados, como lo han dejado suficientemente claro los científicos.
Este Estado al servicio de las multinacionales ha librado con éxito una campaña dirigida a quitar poder a los votantes y a la ciudadanía. Han intimidado a los votantes con un aluvión de propaganda cuyo mensaje era que tenían que votar por el mal menor y que es contraproducente adoptar una postura desafiante ante la justicia y la democracia, instalando entre la gente la agenda de las influyentes multinacionales que nosotros tratamos de impedir.
Una campaña de miedo hábilmente difundida con 3,5 billones de $ gastados en propaganda política que ha silenciado a la oposición real. Una campaña que ha convertido en parias a los pocos políticos y líderes (como los candidatos del partido verde Jill Stein y Ralph Nader) que han tenido el coraje de resistir negándoles la voz en los debates y el diálogo nacional. Sin embargo capitulación, silencio y miedo, no constituyen una estrategia. Sólo sirven para garantizar que no habrá cambios.
Como señala Hedges, a través de la historia nuestro bando sólo gana cuando nos organizamos independientemente y construimos movimientos y partidos políticos al margen y en oposición a la política de los principales partidos.
Estos movimientos tienen el capacidad de influir en los grandes debates en EE UU. Una de las mejores muestras de ello es la alocución de Richard Nixon sobre el Estado de la Unión en 1970 en la que planteó la necesidad de incluir en el debate la “gran cuestión de los 70”:
“¿Debemos rendirnos ante la realidad o debemos hacer la paz con la naturaleza y comenzar a reparar los daños producidos en el aire, la tierra y el agua?”
Restaurar la naturaleza a su estado natural es un tema que va más allá de los partidos y de sus facciones; forma parte de la causa común de todo la gente del país. Es un tema preocupante para los jóvenes americanos porque ellos, más que nosotros, van a cosechar las horribles consecuencias de nuestra fracaso para poner en pie el programa que necesitamos ahora para prevenir el desastre del futuro.
El aire puro, el agua cristalina, los espacios abiertos, deberían constituir el patrimonio que todo americano recibe al nacer, su derecho natural. Si actuamos, podemos lograrlo.
Aunque Nixon fuera, incontestablemente, un megalómano de derechas que causó un incalculable sufrimiento, muertes en masa y la devastación de la atmósfera en el sudeste asiático, se vio obligado, a causa del potente movimiento de masas independiente de los demócratas, a imponer a las multinacionales la creación de la Agencia para la Protección del Medio Ambiente y firmar una legislación que establecía muchos de las normas de regulación medioambiental que aún figuran en los textos.
Aunque creo que el argumento de Nicholas Carne en su reciente carta abierta en el New York Times contradice su afirmación de que vivimos en una “gran democracia”, considero que el artículo ilustra bien a dónde nos llevan las elecciones de los EEUU:
“Se supone que las elecciones sirven para optar. Podemos recompensar a unos y castigar a otros. Podemos elegir entre Republicanos o Demócratas. Podemos elegir entre políticas conservadoras o progresivas.”
Sin embargo, en muchas elecciones no podemos decir mucho en un tema
importante: si queremos estar gobernados o no por los ricos. A través de las elecciones, optamos. ¿Desearía estar representado por un abogado o por un empresario millonario? Incluso en nuestra gran democracia, es raro que tengamos la posibilidad de situar en la Casa Blanca a alguien que no provenga de la élite.
¡Efectivamente! Y los representantes de las elites patrocinarán e impulsaran políticas a favor de su clase, no a favor de nosotros. Y si esas políticas conducen a poner en cuestión la estabilidad climática del planeta, que así sea.
Con esto quiero decir que para mí lo más importante es trabajar con la gente, tejer alianzas para construir un movimiento por la justicia climática con todo el que quiere luchar contra las clases dominantes en los 1.460 días que hay entre dos elecciones que elegir entre los dos representantes del 1%.
Aquí estoy por si alguien no desea votar por el peor de los dos males el 6 de noviembre.
Y en esta batalla, estoy más dispuesto a trabajar junto a los Jóvenes Evangelistas a favor del clima de lo que estoy por apoyar a Obama y su equipo del Partido Demócrata.
Para muchos medioambientalistas, parece mas fácil imaginar el fin del mundo que el fin del sistema socioeconómico capitalista. No estoy de acuerdo con eso; si no logramos deshacernos del capitalismo, no podremos pensar en otro mundo.
No obstante, incluso si lográramos levantar un amplio movimiento para luchar por una reforma real del sistema, para frenar la huida adelante del monstruoso sistema capitalista basado en la combustión fósil que provoca las Franktormentas y otros males en el camino a la devastación ecológica y social, necesitaríamos un alternativa totalmente diferente a este sistema.
Esto exige contextualizar la actividad ideológica y practica del capitalismo y la degradación ambiental en un marco más amplio que requiere ser reemplazado por un sistema basado en la cooperación, la democracia real, un producción sostenible para responder a las necesidades humanas y la tierra en fideicomiso para todas las personas, con el interés puesto en las futuras generaciones. Sólo entonces, a través de este cambio social revolucionario, podremos evitar el desmembramiento catastrófico de los ecosistemas globales a través del cambio climático producido por la humanidad.
Este cambio no se va a lograr a través de los votos. La lectura del Frankenstein de Mary Shelly lo deja claro: el monstruo vivo fabricado por burgués Dr. Frankenstein con el que el lector simpatiza, tan enfurecido por su opresión y explotación que constituye un símbolo para el derrocamiento de su creador antagonista.
En otras palabras, el Dr. Frankenstein, al igual que el capitalismo, ha creado su propio enterrador: en forma de obreros, campesinos y comunidades organizadas que luchan en las calles, el campo y los bosques del mundo para lograr nuestra propia emancipación y la de nuestro planeta.
* Chris Williams es autor de Ecology and Socialism: Solutions to Capitalist Ecological Crisis.