No conozco La Quiaca. Busco información y averiguo que en 1772 anduvo por allí Alonso Carrió de la Vandera (Lila no lo pudo acompañar porque, posiblemente, estaba en la resistencia, en Punta del Este. Si no, le hubiese dicho que el apellido segundo estaba mal escrito por culpa del autoritarismo K). El tipo fundó una posta cerca de donde hoy se erige la ciudad. Además de ser conglomerado fronterizo vale destacar que antes de serlo ya tenía escuela. Fue el 12 de mayo de 1886 y recién el 28 de febrero de 1907, por ley N° 134 se oficializa la creación del pueblo. Es decir, no cualquiera tiene ese curriculum. Primero la escuela y después la burocracia.
Queda a 1.987 kilómetros del Obelisco porteño. Y no es un detalle.
Ayer la Morocha inauguró un gasoducto que mejorará la vida de argentinos y bolivianos. Sin que la frontera lo impida. Luego del saludo protocolar del gobernador jujeño pidió hablar con Salustriana Gerónimo que, con su sombrerito de chola y su poncho rojo, dijo del orgullo y la alegría de ver nacer la respuesta a un reclamo de décadas.
Como es costumbre, Cristina habló como final de acto. Y se refirió al subterráneo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El ingeniero-gerente Mauricio Macri firmó un acuerdo el 3 de enero de 2012 en el que recibía este medio de transporte tantas veces reclamado. Y tanta algarabía le dio por recibirlo que, inmediatamente, subió la tarifa el 127%. Lo demás es conocido, devolvió el chiche porque es viejo y, en realidad, porque prefiere jugar a ser el niño malo que se enoja para que la gente vea que tiene carácter y puede subirnos todas las tarifas que quiera, si llega a ser el dueño del país. Eso sí, los porteños, o casi todos, no dijeron ni pío. Chochos con su gerente, parece. En el Congreso Nacional veremos un interesante duelo ideológico acerca de los roles de cada representante del pueblo. Estoy ansioso por saber cómo se comportarán los legisladores de las provincias frente a sus votantes cuando haya que explicarles que Salustriana y usted y vos, mi amor, y mi vecina nos levantamos cada mañana, desayunamos, nos vamos a trabajar o estudiar y tenemos que depositar unos manguitos diarios en la alcancía de Benito Roggio, el concesionario del subte de allá. Porque, como Salustriana ya sabe en el único lugar de esta matria que somos que hay un tren que circula bajo la tierra es cerquita del Río de la Plata.
Salustriana Gerónimo nunca subió (o bajó) a un subte. Vive ancestralmente entre tolas, tolillas, churquis, chijuas y yaretas. Acaricia sus vicuñas y sus llamas, busca chinchillas casi infructuosamente porque las damas patricias las lucen en cocktails y vernissages y ahora ella luce esa sonrisa de orgullo que le vimos ayer. Macri no debe haber visto un churqui ni en el diccionario. A nuestra gente chola todavía le falta conquistar miles de reivindicaciones que le fueron arrancadas por “cinco siglos igual”.
Si Salustriana está orgullosa y Macri enojado. Si Salustriana es tierra que anda y Sarlo lee Der Spiegel para conocer lo que pasa en su tierra. Si Salustriana tutea a la presidenta y Cambio 16 le da voz al genocida. Si Salustriana sonríe y Lanata eructa.
Si hoy mi país es así, yo me subo a la Estación Salustriana.