Hoy el número de refugiados por las guerras en Afganistán, Irak, Libia y Siria han desplazado a los que abandonaban sus países por las perennes hambrunas como Sudán del Sur, Etiopía, República Centro Africana. Aunque también son numerosos quienes huyen de sus países en guerras de baja intensidad como sucede en Mali o Somalia.
Pero existe un pequeño país con menos de 7 millones de habitantes, que está generando el 12 % del total de los que hoy buscan un lugar en Europa: Eritrea. En la última década, unos 365.000 eritreos, el 5% de la población, se han marchado del país.
Eritrea se ubica en el puesto 177, respecto a los índices de desarrollo, es decir uno de los más atrasados del mundo, y está entre los primeros en la falta de libertad de expresión.
Para muchos una sucursal del infierno en el Cuerno de África, para otros como el intelectual etíope Mohamed Hassan, especialista en geopolítica y el mundo árabe, una nación independiente en búsqueda de su propio camino a la autodeterminación.
Su presidente el General Isaias Afwerki, instalado en el poder desde 1991, había llegado al gobierno considerado un héroe de la guerra independentista que Eritrea libró con Etiopía desde 1962 a 1993, el conflicto más extenso del continente.
Desde entonces Afwerki gobierna con mano firme, quizás demasiado firme, considerando el flujo permanente de emigrantes habría que creer que los detractores de Afewerki, no estarían tan equivocados.
El general justificar la situación interna del país, como “estado de excepción permanente”, sin elecciones, ni derechos constitucionales. La sociedad eritrea, esta militarizada, cada ciudadanos deben tener entrenamiento militar y para ello se estableció que todos los jóvenes tanto hombres como mujeres, deben cursar su último año de estudios, aproximadamente a los 15 años, en un campamento militar. Según algunas fuentes este servicio militar obligatorio puede extenderse todos los años que el Estado lo considere necesario, por lo que puede llegar a 20 años o más.
La situación imperante en los campos de entrenamiento militar es extremadamente dura y al parecer carecerían de una buena alimentación, agua, instalaciones sanitarias, alojamiento y atención médica. A lo que habría que sumar abuso y los malos tratos, que incluirían golpes, torturas y violaciones.
Se habla también de mano de obra esclava para trabajar en los emprendimiento estatales como la minería y obras de infraestructura puentes y caminos.
El gobierno de Afewerki es acusado de ejecuciones extrajudiciales, torturas y de generar un estado policial. En el país solo existe un partido político el Frente Popular para la Democracia y la Justicia (PFDJ) obviamente en el poder.
Según informes de agencias occidentales de inteligencia y las Naciones Unidas quienes intentan abandonar el país son considerados traidores y en las áreas fronterizas la orden es tirar a matar.
En Eritrea solo se admiten cuatro cultos religiosos: “La iglesia ortodoxa de Eritrea, la Iglesia Católica, la Iglesia Luterana y el Islam en su versión sunita.”
En el país existe una discreta presencia israelí, quien lo abastece de material bélico a cambio de varias bases para control y monitoreo del Mar Rojo y el estrecho de Bab el-Mandeb .
Según informes de ONU desde el endurecimiento de las leyes en 2008 entre 3.000 y 4.000 personas huyen cada mes de Eritrea en dirección a Sudán y Etiopía. La meca es Europa, y allí Suecia, que es el único país, que brinda prioridad a los refugiados eritreos. En Israel, solo por proximidad, ya que no les otorga ninguna ventaja, se han establecido cerca de 90 mil eritreos, por lo que Tel-Aviv ordenó, en 2012, la construcción de un muro en su frontera sur.
Según la ONU, en estos últimos meses los eritreos forman el grupo más numeroso, después de los sirios, que desde Libia han llegado ha Lampedusa, aunque cientos de ellos se han ahogado en el intento.
Informes de Naciones Unidas han registrado durante el 2014 cerca de 50 mil solicitudes de asilo de eritreos en unos 40 países europeos.
Algo peor que el infierno.
Quienes huyen de Eritrea saben que no todo lo malo lo han dejando del otro lado de la frontera, quizás poco tiempo después su patria será anhelada, con el más dulce de los recuerdos.
Los eritreos, que representan un tercio de los inmigrantes clandestinos que llegan a Italia, entre el número de los que salen y los que llegan a Europa, a Etiopía o a Sudán, hay un notorio faltante.
La diferencia está dada en que entre la frontera eritrea y la primera ciudad de Sudán, Kasala, un tercio de los refugiados son secuestrados por traficantes que los trasladan, al desierto del Sinaí, donde serán retenidos por bandas que negociarán el rescate con sus familiares. Es conocido por todos que durante las negociaciones, los secuestrados sufrirán a manos de torturadores experimentados, terribles castigos, que incluyen violaciones múltiples, tormentos de todo tipo e incluso apuntación de dedos o miembros. El hecho obliga a la familia a buscar con mayor velocidad el valor del rescate que a veces haciende hasta 50.000 dólares.
Estas bandas se refugian en la península del Sinaí, un extenso territorio perteneciente a Egipto, pero que es en realidad tierra de nadie. Solo en la franja norte de la península hay cierto control de El Cairo, aunque en los últimos meses grupos vinculados al Daesh como Wilayat Sinaí se han instalado y han dado duros golpes al ejército egipcio, dejando en varios atentados y emboscadas entre 200 y 300 soldados muertos.
La propia policía sudanesa es la que secuestra a los migrantes, que a su vez son vendidos a los rashaida una tribu de beduinos nómades del Nilo que ancestralmente han vivido del pastoreo y el contrabando.
A partir de ese momento, las redes de trata conducen a los inmigrantes hasta Libia o Yemen, donde se han descubierto centros de detención y tortura.
Los relatos de los liberados son espeluznantes ya no solo por los castigos inenarrables, sino por las condiciones de vida a los que son sometidos.
La avidez por el negocio, tal cual también sucede en México con los migrantes centroamericanos, hace que los secuestros y multipliquen sus exigencias. Para cazar a sus víctimas llegan a operar en las cercanías de los campos de refugiados de ACNUR de Kasala y al-Shagarab, en Sudán.
Con la complicidad de las autoridades sudanesa, las víctimas son revendidas en las diferentes etapas del periplo, lo que va aumentando en valor final. Según se ha podido establecer en Sudán un guarda fronterizo cobra 100 dólares, en Egipto un secuestrado alcanza a valer 300 dólares y para cuándo “la mercancía” llega al Sinaí, donde realmente se va a negociar alcanza los 10.000 dólares. En número de secuestrados en los últimos 4 años se calcula en unos 30.000, que fueron retenidos en unas 200 prisiones clandestinas.
Desde finales de 2010 opera otra red en Etiopía, por entonces el único país que recibía a eritreos, que se amontonaban en el campo de refugiados de May Ayni, cercana a la frontera eritrea. La banda, que opera dentro del campo se especializa en niños de 13 y 14 años a quienes les prometen trabajo, los montan en buses y en menos de un día son entregan a los traficantes sudaneses, para iniciar el periplo.
Se descubrió que la esta red de trata estaba capitaneada por el general Teklai Kifle Manjus, jefe de la zona militar del oeste de Eritrea y hombre de extrema confianza del presidente Afewrki, que además de traficantes de personas lo es de armas.
La situación económica del pueblo eritreo hace imposible el cumplimiento de la exigencia de los secuestradores, por lo que en la mayoría de los casos se ven obligadas deshacerse de sus propiendas, rebaños y las joyas, si las hubiera. Una vez reunido el dinero la familia deberá enviarlo por algún correo privado a Israel, donde se esfuma la pista.
Muchos de los eritreos que llegan a Israel son internados en algunos campo de retención el mayor de todos ellos es de Saharonim, a solo 3 kilómetros de la frontera egipcia, en el desierto del Néguev, donde son hacinados entre 6 meses a 3 años. La prioridad política del ex ministro del interior israelí Gideon Sa’ar, representante del ala derecha del Likud, fue conseguir la expulsión de unos 35.000 eritreos, 15.000 sudaneses y otros 5.000 de diferentes nacionalidades, para ello, se han sobornado a las autoridades de Uganda, a quién comprar por 2500 euros por expulsado.
Uganda al ser un país de tránsito, pude volverlos a expulsar a sus países rápidamente, lo que hace que los eritreos corran el riesgo de vida al llegar a su país.
De acuerdo a las cifras oficiales del Ministerio del Interior israelí ha trasladado en avión hasta Kampala 63 inmigrantes en noviembre pasado, 325 en diciembre, 765 en enero y un número superior a los 1.500 en febrero, la tendencia ascendente continuó todo el año lo que muestra con la premura que Benjamin Netanyahu, el primer ministro israelí, quiere sacarse el problema de encima.
Hasta el año 2008, el tráfico de personas hacia Israel era aproximadamente de unos 500 inmigrantes al mes, con el aumento de la represión en Eritrea se sumaron a esa ruta más fugitivos por lo que las tarifas de los traficantes treparon hasta unos 1.000 dólares. Hasta entonces en ese camino también había somalíes, afganos e incluso chinos. La virulencia en el trato por parte de las autoridades israelíes bajó estos números en 2014 a solo 20. Israel prepara una batería de leyes para poder expulsar a cualquier inmigrante en el término de horas, sin ninguna posibilidad de defensa.
El mundo parece no registrar el drama de esta nación, y como si una oscura mancha tapara su presencia, tanto que ni siquiera grupos como al-Qaeda o Daesh siempre tan dados a abrir nuevas sucursales les ha importado este territorio.
El pueblo eritreo es perseguido y hambreando en su país, violado y torturado en el Sinaí. Detenidos arbitrariamente en Israel y ahogados en el Mediterráneo quizás a lo único que pueda aspirar es a ser considerado el pueblo más triste del mundo.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.