Por María Elena Álvarez Ponce.
Segura de que ni crisis globales ni bloqueo imperial podrán borrar la sonrisa de sus niñas y niños, Cuba se viste de fiesta cada primero de junio, para regalar a “los que saben querer” toda la alegría, la ternura y un inolvidable Día Internacional de la Infancia.
En 1954, la Asamblea General de la ONU acordó la celebración anual, en la fecha que cada país decidiera, de un día consagrado a promover el entendimiento y la hermandad entre todos los infantes del mundo y su bienestar, y la Antilla mayor, al igual que otras naciones, escogió el primero de junio.
Celebrar puede, razones tiene. Nunca serán suficientes la gratitud y el elogio a la obra infinita de amor, justicia, respeto y salvaguarda, conquistada y defendida contra viento y marea por la Revolución para sus más jóvenes hijos.
¿Perogrullada, apología, “teque”? Nada de eso. La verdad ha de ser dicha y repetida, mucho más cuando los apremios de la vida y ese dar por sentadas las cosas y por hecho lo logrado, nos hace subvalorar algo tan cierto como que este viernes el planeta amanecerá igual, con millones de niñas y niños privados de sus más elementales derechos.
Lejos de festejar, el mundo tendría que llorar a mares, de rabia, dolor y vergüenza por todos los que han muerto, los que ahora mismo están muriendo y los que aún han de morir, por las bombas, el hambre, el trabajo esclavo, la explotación sexual, la polución, las drogas, las enfermedades prevenibles y curables o el bisturí, que uno a uno, les roba sus órganos vitales.
La tragedia de una infancia arrebatada o negada sin piedad a millones de seres humanos, provoca en los cubanos una mezcla de indignación y alivio. Nos sentimos a salvo, como en un oasis en medio de tanto desierto y con el raro privilegio de poder proponernos mejorar la calidad del disfrute de derechos garantizados a todos por igual, incluso desde antes de nacer.
“Cuba es el paraíso de la niñez y el mundo debería mirar más hacia este país, del cual tiene mucho que aprender”, ha dicho más de una vez José Juan Ortiz Brú, representante del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) en la Isla.
Vivimos orgullosos de lo que hemos construido para nuestros niños y niñas y de lo hecho para preservar esa edad dorada que es la infancia, y es legítimo el orgullo, especialmente porque este paraíso no está en la culta Europa o la Norteamérica rica; sino en un país pobre, pequeño y sitiado del Sur.
Pero, cuidado, que la satisfacción no nos lleve a la complacencia fatua ni a creer que, puesto que el Estado trabaja, soluciona, garantiza y vela, podemos simplemente dejarlo todo en sus manos y dormirnos a pierna suelta en los laureles, en primer lugar porque en Cuba socialista el Estado somos todos, cada uno de nosotros es la Revolución.
Nadie puede desentenderse de la educación de un niño, de su atención, desarrollo y bienestar material y espiritual: ni la familia, ni la escuela, ni la comunidad, ni la sociedad y sus instituciones, ni ninguno de nosotros, porque, definitivamente, en algún momento todos influimos y hasta podemos inclinar la balanza, para bien o para mal.
Celebremos, pues, este primero de junio, que sobradas razones tenemos en este bastión de la esperanza conquistada y la infancia protegida, pero, reflexionemos también y pongamos juntos manos a la obra, para alcanzar por y para cada niña y niño toda la felicidad y el sueño posible de una sociedad cada vez mejor, más justa, solidaria y plena.
Fuente: Agencia Cubana de Prensa