Por César Hildebrandt.
El guion fue evidente y sus intérpretes previsibles. Los peritos quisieron parecer exigentes en aspectos secundarios y neutros en lo que respecta a la esencia del debate. La obra tiene un final cantado. El problema es que a Cajamarca no le gusta el teatro.
Es una buena pieza teatral. Podría titularse “Tres personajes en busca de un autor”, aunque poco tenga que ver con la grandeza de Pirandello.
Los severos peritos internacionales han encontrado “algunas fallas” en el Estudio de Impacto Ambiental de Conga y han hecho sus recomendaciones. Insinúan que el costo de cumplirlas podrá ser muy alto. Es como que se diga: “Pobre Yanacocha: le piden que amplíe sus garantías. ¿Y si no puede hacerlo? ¿Qué mensaje será el que se le envíe a la inversión nacional y extranjera?”
El segundo acto, que veremos en las próximas horas si todo marcha bien, se desarrollará de esta manera: en un salón austero, con el único adorno de una banderita peruana y la cara siempre patriótica de Óscar Valdés, Yanacocha saldrá con el ceño fruncido a decir, más o menos, lo siguiente:
—A pesar de que no estamos de acuerdo con las exigencias planteadas por los peritos, estamos dispuestos a cumplir con ellas. Esto hará notoriamente menos rentable la operación, pero si así vamos a garantizar la no afectación de los acuíferos de Cajamarca —algo que, en nuestra opinión, ya habíamos previsto en nuestro EIA original—, pues entonces decimos que lo vamos a hacer. Nos comprometemos a ello, señor primer ministro. E invitamos a los alcaldes de los distritos involucrados a que formen parte de la Veeduría que también hemos aceptado.
Más aplausos atronadores. Algunos se han puesto de pie y gritan “¡Bravo!”
En el tercer y decisivo acto saldrá el actor de carácter Ollanta Humala y dirá, más o menos, lo siguiente:
—Yo prometí que el agua de Cajamarca seria intocable, sagrada. Los ajustes a los que se ha comprometido la empresa Newmont-Yanacocha garantizan al 100 por ciento que no solo se mantendrá el flujo de agua para la agricultura sino que hasta se incrementará considerablemente. Como dije, agricultura y minería son compatibles. Agua y oro: esa es la riqueza del Perú. Tarea cumplida. Muchas gracias.
Los aplausos enrojecen las palmas de las manos, lastiman los tímpanos. Ya no son aplausos: son ovaciones interminables. Juan Paredes aplaude. Los embajadores de la DBA están frenéticos. Manuel Pulgar Vidal grita de entusiasmo. La obra ha terminado. El telón cae. El reparto es obligado a salir para sucesivos y sonoros homenajes del público, en general, y también de los peritos Agois y del perito Dubois y aun del perito del hortelano.
Pero ¿es que la obra ha terminado?
Pues habrá terminado para Lima, que es la que maneja el telón, las luces, la tramoya y, sobre todo, la taquilla.
En Cajamarca, en cambio, otro drama recién empieza. Este es áspero, apenas tiene diálogos, se actúa a la intemperie y no necesita efectos especiales ni ingenios escénicos: las lluvias caen de verdad, las tempestades no se remedan con timbales, las veraces lagunas están allí con su color helado, la verdura de los valles no está pintada. Y el autor de la obra no es Julio Favre sino una rabia antigua.