Português/Español.
Por Carola Chávez.
Faz umas semanas vi o Orinoco pela primeira vez. A gente sabe que o Orinoco é um rio grande, estamos cansados de vê-lo atravessar o mapa da Venezuela de lado a lado. A gente sabe que está aí embora nunca o tenha visto, está aí…
Mas vê-lo não é coisa simples, pelo menos não para mim. Ia eu a não sei quantos mil metros de altura em um avião rumo a Buenos Aires, quando me ocorreu olhar pela janela e aí estava ?caralho!? o Orinoco em pessoa, ou melhor, em corpo de água; imenso, se entortando, regando areais sobre o que supus, a olho nu, era o estado Bolívar.
Com o nariz grudado na janela senti que algo enchia meu peito e não me deixava respirar. Era o orgulho, era isso porque soube, apenas o vi, que esse rio poderoso, imponente e indomável era nosso, e isso me fez sentir um pouco como o rio. Então tive que reprimir uma incontida vontade de me levantar e cantar o Hino Nacional a toda voz em meio do estreito corredor, interrompendo o passo de viajantes que, alheios à torrente de emoções que causa a visão do rio, se abriam passo com cara de eu não to a fim de ir ao banheiro. Por isso, e porque temo as novas regulações antiterroristas que proíbem tudo, me conformei com cantarolar em voz baixinha enquanto me afastava, vendo como umas nuvens se interpunham entre meu rio e mim.
Meu rio, meu país, minha emoção, meu nó na garganta. Minha alegria, minha luta… Minha raiva, minha incapacidade de compreender o desamor, o desarraigo que alguns cultivam com esmero, olhando pro norte que todo lhes nega e negando a sua terra que tudo lhes dá. Insignificantes personagens que recusam ser como seu rio e se degradam voluntariamente a servir como títeres descartáveis no grotesco teatro ?de operações?que os gringos querem montar. Deputados que apóiam ataques a nossa soberania, eleitores que os puseram aí e que hoje, como se não fosse com eles, não abrem a boca.
Mudos que calam e outorgam à luz opaca de Globovisión, onde Leopoldo ou Nitu lhes reafirmarão que ser gringos é chique, que a Venezuela é Nice, mas que lhe sobra o povo, que para cúmulo, quer poder e tem voz e voto, e assim não dá. De forma que às pessoas decentes e pensantes não tem mais opção que conjurar golpes, catástrofes, um bombardeio, plis, o que for necessário para tirar do meio o estorvo de um povo que aspira a grandeza.
E assim os encontra o sonho ou o pesadelo, ninados pela voz de María Corina Machado com a promessa de recuperar o país para entregá-lo ?em fim!? a mãos forâneas e, por tanto, aptas. Entregar o rio e a sua faixa petrolífera, entregar tudo como faz tempo entregaram a alma e o orgulho. Pobres ilusos: como se fosse fácil entregar o país de um povo imenso, poderoso e indomável como o Orinoco.
Versão em português: Tali Feld Gleiser.
Como el Orinoco
Hace unas semanas vi el Orinoco por primera vez. Uno sabe que el Orinoco es un río grandote, estamos cansados de verlo cruzar el mapa de Venezuela de lado a lado. Uno sabe que está ahí aunque nunca lo ha visto, está ahí…
Pero verlo no es cosa simple, al menos no para mi: Iba yo a no sé cuantos mil metros de altura en un avión rumbo a Buenos Aires, cuando se me ocurrió mirar por la ventana y ahí estaba -¡carajo!- El Orinoco en persona, mejor dicho, en cuerpo de agua; inmenso, torciéndose, regando arenales sobre lo que supuse, a puro ojo, era el estado Bolívar.
Con la nariz pegada a la ventanilla sentí que algo se me inflaba en el pecho y no me dejaba respirar. Era el orgullo, era eso porque supe, apenas lo vi, que ese río poderoso, imponente e indomable era nuestro, y eso me hizo sentir un poco como el río. Entonces tuve que reprimir unas incontenibles ganas de levantarme y cantar el himno nacional a todo gañote en medio de angosto pasillo, interrumpiendo el paso de viajeros que, ajenos al torrente de emociones que causa la visión del río, se abrían paso con cara de yo no tengo de ganas de ir al baño. Por eso, y porque temo a las nuevas regulaciones antiterroristas que prohiben todo, me conformé con tararearlo en voz bajita mientras me alejaba, viendo cómo unas nubes se interponían entre mi río y yo.
Mi río, mi país, mi emoción, mi nudo en la garganta. Mi alegría, mi lucha… Mi rabia, mi incapacidad de comprender el desamor, el desarraigo que algunos cultivan con esmero, mirando hacia el norte que todo les niega y negando a su tierra que todo les da. Insignificantes personajes que rechazan ser como su río y se degradan voluntariamente a servir como títeres desechables en el grotesco teatro -de operaciones- que los gringos nos quieren montar. Diputados que apoyan ataques a nuestra soberanía, electores que los pusieron ahí y que hoy, como si no fuera con ellos, no dicen ni ñe.
Mudos que callan y otorgan a la luz opaca de Globovisión, donde Leopoldo o Nitu les reafirmarán que ser gringos es chic, que Venezuela es nice pero que le sobra el pueblo, que para colmo, quiere poder y tiene voz y voto, y así no se puede. De modo que a la gente decente y pensante no le queda más que conjurar golpes, catástrofes, un bombardeo, plis, lo que sea necesario para quitar del medio el estorbo de un pueblo que aspira a la grandeza.
Y así los encuentra el sueño, o la pesadilla, arrullados por la voz de Maria Corina Machado con la promesa de recuperar al país para entregarlo -¡por fin!- a manos foráneas y, por ende, aptas. Entregar el río y a su faja petrolífera, entregar todo como hace tiempo entregaron el alma y el orgullo. Pobres ilusos: como si fuera fácil entregar el país de un pueblo inmenso, poderoso e indomable como el Orinoco.
