Mujeres y hombres, niños/as y jóvenes despojados de toda propiedad son sometidos a procesos de explotación que no le permiten sobrevivir sin deterioro y sufrimientos desgarradores. La clase dominante, que acumula a su costa inmensas fortunas, le roba gran parte del producto de su fuerza de trabajo.
El empobrecimiento es creciente y las expulsiones masivas del mercado laboral genera enormes contingentes de “trabajadores informales” y desempleados.
Al robo del plusvalor, a la exclusión social y al malvivir, se agrega la apropiación por la “clase política” y sus empresarios favoritos de gran parte de los impuestos que deberían ser destinados en salud, educación, saneamiento ambiental, viviendas, programas sociales, alimentos…
Generales, oligarcas, consorcios extranjeros, políticos ladrones, tecnócratas insensibles, jueces venales, senadores y diputados -bendecidos todos por cardenales y embajadas imperiales- disfrutan del despojo de tierras, minas, playas, ríos, bosques, empresas públicas y áreas protegidas… al compás de un derroche de violencia, simulaciones y fanfarrias.
Potencian la banalidad, el egoísmo, el gansterismo y la guerra, reforzadas con clases radiofónicas y televisadas.
Reproducen la cultura que identifica a las mujeres como propiedad de los hombres y mercancías, víctimas de las voracidades y aberraciones sexuales, receptoras de imposiciones y violencias destructivas; material de cama y cocina, y esclava del hogar.
Una cultura perversa que también subordina jóvenes y niños/as a la dictadura de los adultos y fomenta el racismo anti-haitiano para sobreexplotar y maltratar.
Exprimen, hambrean y alienan a millones de personas convertidos en indigentes.
Garantizan la impunidad siempre que el delito se ubique en el cohollo del poder. La delincuencia de calle es una excrecencia desbordada que sirve de señuelo a sus simulaciones seudo-legales.
Pero en campañas electorales y en navidad –ahora entremezcladas- estos verdugos se tornan “tiernos”: arman y reparten “canastas” con el presidente de turno al frente.
Convocan multitudes para humillarlas con el “dao” y el reparto migajas, usando dinero ajeno después de robarse gran parte de lo “invertido”; exhibiendo un extraño amor por la población “sobrante” engendrada por su abominable capitalismo y despreciable partidocracia.
Incitan a los empobrecidos por ellos a la rebatiña y a aplastarse entre si… y luego son capaces de rezar cuando se informa que el viejito Pedro Quesada fue triturado en La Vega en uno de esos despreciables y grotescos espectáculos.