Desde Río de Janeiro. Brasil es el cuarto mayor mercado automovilístico en el mundo: lo superan China, Estados Unidos y Japón. La producción rompe una marca tras otra, y ahora mismo la presidenta Dilma Rousseff decidió mantener, por dos meses más, la exención del Impuesto sobre Productos Industrializados para vehículos nuevos.
Esa medida, que hizo bajar los precios y aumentar las ventas, es parte de la política de estímulo al consumo interno determinado por el gobierno, cuyo objetivo es impedir un enfriamiento más acentuado de la economía. Las proyecciones iniciales indican que en agosto se vendieron 400 mil vehículos y fueron producidos 330 mil. La producción estimada para este año roza la marca de los tres millones 400 mil.
En medio de ese aluvión de números, uno salta a la vista: si es el cuarto mayor mercado mundial, los vehículos brasileños ocupan el primer puesto cuando se trata de precios y de las ganancias de los fabricantes. Un mismo automóvil puede costar en Brasil hasta 106 por ciento más que en Francia, 76 por ciento más que en Estados Unidos, 70 por ciento más que en Japón y 29 por ciento más que en Argentina.
En general la culpa sobre el altísimo precio que un brasileño paga por un automóvil es imputado a la carga tributaria, efectivamente muy elevada, la más elevada en comparación con Argentina, Francia, Estados Unidos y Japón, y el doble de la media mundial.
Pero ahora surgen datos, en un estudio que la consultora IHS Automotive realizó en esos cinco países, indicando que en Brasil los márgenes de ganancia de los fabricantes son, con creces, los más elevados. Aquí, 10 por ciento de un vehículo son pura ganancia. En Estados Unidos, un tres por ciento. La media mundial es de cinco por ciento.
Aunque el mercado brasileño cuente con protección para la industria local (los importados tienen una tasa fiscal mucho mayor que los nacionales) y haya una fuerte concentración de ventas en cuatro grandes marcas –Volkswagen, Ford, Fiat y General Motors–, lo que ya aseguraría amplia ventaja para esos fabricantes, los márgenes de beneficios son más suculentos que en cualquier otra parte, gracias a los precios puestos en práctica. En la media mundial, un 30 por ciento de los mercados internos son controlados por las marcas que concentran, regionalmente y caso a caso, mayor poder de ventas. En Brasil, esas cuatro concentran nada menos que 81 por ciento del mercado.
Estimulados por la reducción de parte de la carga fiscal, los brasileños compran autos nuevos a crédito, pagando hasta en 60 meses. Con esa fuerte demanda, ninguno de los fabricantes que controla el mercado tiene interés alguno en bajar sus márgenes de beneficio, es decir, bajar aún más los precios.
Si se descuenta la pesada carga fiscal, o sea, poniéndola en el mismo nivel de los otros cuatro países que el informe compara, el precio final del vehículo en Brasil sigue siendo considerablemente más alto. Si se considera que un obrero de Estados Unidos o de Japón o de Francia gana bastante más que su colega brasileño, el cuadro cierra de manera inequívoca: es en la ganancia de la industria que reside la diferencia.
Hay, desde luego, otros aspectos que componen el precio final de un automóvil vendido en Brasil y del mismo modelo en Argentina, Francia, Japón o Estados Unidos. Uno, en especial, llama la atención. En Estados Unidos, el costo de producción de un automóvil (materia prima, mano de obra, logística, publicidad) significa 88 por ciento del precio final. La media mundial indica que ese costo es de 79 por ciento. En Brasil, sólo 58 por ciento. O sea: cuesta mucho menos producir en Brasil el mismo vehículo producido en Estados Unidos, aunque el precio aquí sea mucho mayor.
En el caso de los importados, el cuadro se hace aún más grave. Un modelo básico del Jeep Cherokee, por ejemplo, sale al comprador por 89.500 dólares en Brasil. En Miami, ese dinero sería suficiente para comprar tres (a 28 mil dólares cada uno) y todavía guardar dinero para combustible de todo un año.
Un Honda del modelo Fit cuesta, para un brasileño, 106 por ciento más que para un comprador francés (donde el auto se llama Jazz). Un utilitario Nissan Frontier vale, en Brasil, 91 por ciento más que en Estados Unidos. Si ambos compradores pagasen el mismo impuesto, aun así al brasileño ese coche le costaría alrededor de 31 por ciento más.
Estudios indican que mientras no exista una verdadera disputa por el mercado interno, y mientras cuatro fabricantes sigan concentrando 81 por ciento del volumen comercializado, los estímulos ofrecidos por el gobierno a los compradores serán, en realidad, estímulos para que la industria continúe ganando cada vez más.
Y así, el país que es el cuarto mercado mundial seguirá siendo el principal motor de ganancias de una industria tan poderosa cuanto beneficiada en Brasil.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/
Fico feliz q os preços dos carros sejam altos, deveriam ser mais ainda. Triste fico com a falta de incentivos a uma mobilidade não-poluente ou de baixo impacto… uma mal ainda maior deste país… Nossas cidades vão beber até a última gota o caos urbano capitalista.