Prensa Latina.- A Bienal de Havana semelha um arca infinita, sem limites que a contenham, com cabida para os mais diversos registros da arte, do conceitual ao digital, performances, instalações, videoarte, desenho, poéticas visuais armadas ou avariadas a vontade.
Uma das vertentes mais explodidas é a conjunção de arte e tecnologia, própria dum século de avanços tecnológicos em marcha galopante. Em um século em que a criação transgrede fron
teiras convencionais, debocha os gêneros em sua busca incessante de novos territórios, linguagens ou barreiras por quebrantar.
Ante uma massa humana expectante, as luzes robóticas irrompem, por exemplo, despontada a noite, numa central rua do Vedado de Havana. Um vento ululante espalha-se, os lumes serpenteiam sobre a fachada do teatro Auditório Amadeo Roldán, janelas e portas voam ao ar, destroçadas, o edifício desaba a olhos vista.
O impacto visual tem efeitos paralisantes. Desde o alto do restaurante O Carmelo baralham-se programas informáticos para dar vida a uma ilusão óptica. A magia solta suas rédeas e livre de ataduras começa a andar. Alguns espectadores fogem medrosos ante a debacle que parece se aproximar.
Dona e senhora de múltiplos espaços públicos, a Bienal desloca-se convocando ao jogo, à interação lúdica como premissa essencial. O cubano Roberto Fabelo, quem sacou a reluzir na X Bienal suas baratas gigantes -émulas do pesadelo de Gregorio Samsa e seu acordar transmutado num inseto monstruoso-, solta agora à rua um leão campando a seu ar.
A um lado a jaula impoluta. A jaula cativa de si mesma, virada em seu próprio espaço, prisioneira.
Com seus 150 anos o Vedado oferece seu vasto território às artes visuais, serve ductil ao projeto Cidade generosa, um conjunto de instalações transitáveis, percorríveis, um lugar onde estar. A cada uma, um habitat singular; entrelaçadas, no entanto, em um corpus único.
Bienal de La Habana, el arte a su aire
La Bienal de La Habana semeja un arca infinita, sin límites que la contengan, con cabida para los más diversos registros del arte, de lo conceptual a lo digital, performances, instalaciones, videoarte, dibujo, poéticas visuales armadas o quebradas a voluntad.
Una de las vertientes más explotadas es la conjunción de arte y tecnología, propia de un siglo de avances tecnológicos en marcha galopante. Un siglo en que la creación transgrede fronteras convencionales, burla los géneros en su búsqueda incesante de nuevos territorios, lenguajes o barreras por quebrantar.
Ante una masa humana expectante, las luces robóticas irrumpen, por ejemplo, despuntada la noche, en una céntrica calle del Vedado habanero. Un viento ululante se esparce, las llamas serpetean sobre la fachada del teatro Auditórium Amadeo Roldán, ventanas y puertas vuelan al aire, destrozadas, el edificio se desploma a ojos vista.
El impacto visual tiene efectos paralizantes. Desde lo alto del restorán El Carmelo se barajan programas informáticos para dar vida a una ilusión óptica. La magia suelta sus riendas y libre de ataduras echa a andar. Algunos espectadores huyen medrosos ante la debacle que parece avecinarse.
Dueña y señora de múltiples espacios públicos, la Bienal se desplaza convocando al juego, a la interacción lúdica como premisa esencial. El cubano Roberto Fabelo, quien sacó a relucir en la X Bienal sus cucarachas gigantes -émulas de la pesadilla de Gregorio Samsa y su despertar transmutado en un insecto monstruoso-, suelta ahora a la calle un león campando a su aire.
A un costado la jaula impoluta. La jaula cautiva de si misma, volcada en su propio espacio, prisionera.
Con sus 150 años recién cumplidos, El Vedado ofrece su vasto territorio a las artes visuales, sirve ductil al proyecto Ciudad generosa, un conjunto de instalaciones transitables, recorribles, un sitio donde estar. Cada una, un habitat singular; entrelazadas, sin embargo, en un corpus único.
Una ciudad dentro de otra como las diversas Habanas que conviven en la capital, sin excluirse, en un todo indivisible. Ciudad, la del arte, despertando sensaciones, sueños, edificadas sobre estructuras de metal o madera, paneles de poliespuma, hilos de nylon en cascada descendente, acrílico, tierra, agua.
El proyecto “es oriundo de un proceso artístico-pedagógico de largo aliento: las Pragmáticas del maestro René Francisco en el Instituto Superior de Arte, en las que participa como uno más”. Su marca distintiva: la la capacidad de invención, la originalidad como único norte.
En otra zona no menos céntrica, un parque vedadense, oficia como anfitrión un Caballo de Troya. En su interior una galería en renovación permanente, un caudal de arte joven, una oleada distinta cada cuatro días.
Un poco más lejos, tal vez dos kilómetros más allá, un rostro enorme mira al transeúnte desde un muro en precario, único sobreviviente de un inmueble derrumbado. Lleva estampada la huella de “el Mac” -no hace faltan más señas distintivas- considerado el graffitero más importante de Estados Unidos.
En el Pabellón Cuba, Grethell Rasúa, sentada en un su pequeña galería de tres metros por 3,5 aguarda los encargos del público con la salvedad de que, en este caso, los clientes traen consigo su propia materia prima.
Ella trabaja con fluidos corporales humanos: sangre, leche materna, semen, lágrimas, cerumen, saliva e incluso excremento, sometiéndolos a un proceso de deshidratación para insuflarles una dimensión reivindicadora que junte, en armonía perfecta, lo útil con lo bello. Sus diestras manos convierten en bisutería desechos culturalmente ignorados, como los define, consciente de que las fronteras entre lo repulsivo y lo bello, lo luminoso y lo oscuro son tan impalpables como ilusorias. Responden a patrones sociales predeterminados, asevera, al punto de “condicionar nuestros pensamientos y acciones en el transcurso de la vida”.
Su meta es revertir esos códigos, desde una optica provocativa y auténtica mediante lo que llama “estetica de agrado”.
Un anillo de compromiso con la sangre de la pareja, subraya, puede cimentar una unión, embellecernos. Podemos hacer de algo desagradable todo lo contrario. Ese es uno de mis grandes desafíos como artista, postula.
Esa fue también su premisa “cuando expandió sus límites creativos y se propuso intercambiar con el entorno, los sentimientos, las aspiraciones y los temores de la gente”.
Al calor de la Bienal, emerge una Habana distinta, pródiga en senderos y rutas liberados de la rutina, bañados con una luz diferente, incitantes, convidando a una relación dialéctica, personal, íntima. La Bienal como un arca infinita. La Habana, gustosa, intervenida por el arte.