“Habrá que declararse incompetente
en todas las materias del mercado” Fito Páez.
Eran sacerdotes en la antigua Roma que practicaban la adivinación. Durante el Imperio sólo podían ejercer el laburo los patricios. Luego, en la época de la República, el oficio fue ejercido también por los plebeyos. Se remitían al canto, el vuelo y la manera de comer de las aves y, supletoriamente, a la forma de las nubes, la luna y otros signos de la vida cotidiana. Hoy se utiliza la borra del café y la tapa de algunos diarios o los boletines informativos, como hace el Grupo TNbroso.
También los mayas tuvieron sus pronosticadores. Famosos en estos tiempos porque, supuestamente, han anunciado el fin del mundo, resulta paradójico que haya sido el mundo (el occidental y cristiano) el que los hizo desaparecer.
Los de hoy ya no usan hábitos. Al menos, no necesariamente, pero vienen pifiándola sin ruborizarse y sin que los periodistas de los medios dominantes les enrostren el archivo de sus despistes. Se los puede ver de saco y corbata, con rostro circunspecto, como si estuviesen descifrando unas verdades reveladas. Y a sus interlocutores subyugados hasta babearse en cámara.
Leyendo el diccionario de la muy monárquica academia de la lengua madre que nos parió, la gendarmería del idioma, me viene a la cabeza un listado, seguramente incompleto, de vaticinios catastróficos emanados de cuevas de impresentables con prestigio. Es que, apenas unos pocos días después de asumir el gobierno Néstor Kirchner en 2003, se le auguró una duración de apenas un año si no cumplía un úkase redactado por José Claudio Escribano, por entonces la pluma mayor del diario La Nación. Doy fe. Pues no. El modelo tiene ya nueve años de vida y parece que va por más.
Recuerdo, por ejemplo, las afirmaciones de algunos legisladores que decían defender el bolsillo de los jubilados. Para ellos, la ley que obliga a dos aumentos anuales en sus haberes los iba a perjudicar.
La rubia trucha chaqueña vaticinó, con soberbia, que había armas contra los manifestantes de la movida agroderechosa de 2009. En ese mismo contexto se dijo que el país terminaría importando leche y pan, que el kilo de lomo alcanzaría los ochenta pesos y que el país era el campo. Hasta se predijo la muerte violenta de un periodista “si el gobierno así lo quiere”, Joaquín Morales Solá dixit.
El senador jujeño Gerardo InMorales aseguró que Milagro Sala le pega a las mujeres de la Tupac.
El señor Duhalde (lamentablemente, el único que queda vivo con ese apellido) dijo en 2010 que la batalla la ganaban por nocaut o abandono. Hace pocos días el hombre gris, Hermes Binner, afirmó que transitamos una época de fin de fiesta.
Ni qué decir de la institución que tiene una experiencia bimilenaria en pronosticar desgracias individuales y colectivas. Desde el castigo divino por masturbarnos, pasando por el apocalipsis cuando se aprobó el divorcio vincular, hasta nuestros días en que, por intentar tapar su estructura corrupta, demoniza el matrimonio igualitario y los cambios modernizadores en el Código Civil.
Los violentos manifestantes del conchetaje porteño pronostican lo mismo. Su mejor argumento es la agresión física. También es su debilidad. El mismo espectáculo dieron treinta escuálidos clasemedieros mendocinos.
Que Néstor manejaba a Cristina o viceversa, según quien ocupara el Ejecutivo. Llegaron a decir que la maltrataba físicamente. Que Cristina es bipolar. Que se pelea con sus ministros. Que ocupó una suite en un hotel de Nueva York. Claro, usted me dirá que estos últimos no son vaticinios ni pronósticos sino mentiras, inventos. Y tiene razón, pero forman parte del mismo chip cultural de la mediática clase media nacional. En estos días comenzó a circular un presunto plan de pesificación obligatoria de la economía. Otra burrada que alimentan algunos odios viscerales.
No sé que pájaros utilizan para ver lo que viene, pero, en todo caso, la culpa no la tienen las aves sino los que le miran el vuelo. Es tanta la mimetización que sufren los augures rioplatenses que terminan graznando como animales de mal agüero (aunque el Kun no tenga responsabilidad en este asunto).
El tema de fondo es que estos augures contemporáneos han perdido la iniciativa política y no tienen propuestas alternativas que cautiven electores. Para colmo, ya no pueden recurrir a los cuarteles como lo hacían habitualmente. Entonces en lugar del conspirador de uniforme ahora buscan a productores en 4×4 y a editores mediáticos trasnochados.
A diferencia de los religiosos del César, éstos ya no son inamovibles ni tienen un César ante quien arrodillarse. Tienen, eso sí, patrones insaciables y alimentados con odio de clase.
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