Por Robert Reyes Gilles.
Son muchas las expresiones de la violencia en el mundo de hoy: las de carácter físico que terminan, muchas veces, cegando la vida de personas inocentes; las de carácter emocional e ideológica; las de carácter emocional e incluso de violencia de carácter institucional. Venezuela a lo largo de su historia republicana y superados los sangrientos violentos del siglo XIX que asolaron nuestro país desde la guerra de independencia hasta las guerras civiles. Ya desde inicios del siglo XX hasta lo que llamamos el tercer milenio de la era cristiana, nuestro país ha construido con mucho empeño una paz que ha evitado a toda costa guerras civiles que bien pudieron haberse provocado en la debacle republicana de la década “democrática” que inició con la caída del presidente Pérez Jiménez.
Aunque debe reconocerse que durante aquella “era democrática” nuestra nación sufrió grandes períodos de violencia, caracterizados todos por la desaparición forzosa de miles de personas, amén de la cantidad de víctimas del hambre, de la pobreza, de la criminalidad y de la ineficacia judicial.
Si bien es cierto que las cifras estadísticas hablan de un aumento alarmante de la cantidad de personas fallecidas en hechos violentos en esta primera década del siglo XXI, estoy seguro que al ser comparadas con las estadísticas sinceras del siglo XX, teniendo presente el aumento poblacional y otros factores, jamás podrán compararse estos períodos.
Una de las violencias más preocupantes hoy es la que se deriva del conflicto político. Pero este conflicto no es inevitable, ni tiene por qué ser definitivo. Las diferencias no tienen por qué degenerar en conflictos. La grandeza de la democracia consiste en facilitar la convivencia de personas y grupos con distintas maneras de entender las cosas, con igualdad de derechos y en un clima de respeto y tolerancia. Puede decirse con propiedad que ha sido creada una especie de “odio político salvaje” que, haciendo imperante la permanencia del uno, puede derivar en una terrible confrontación civil.
Otra violencia que hoy vemos acelerada es la “violencia emocional, ideológica y moral” que las empresas de comunicación (medios de comunicación privados e incluso públicos) han sembrado en la conciencia de los venezolanos. Al respecto, debe decirse que la libertad de expresión jamás se limita a la existencia o no de un canal de televisión o a una frecuencia de radio. Nunca el derecho a la libre expresión es totalmente conculcado en un ser humano. Pero aún así debe condenarse que los medios privados omitan y censuren una realidad latente en el pueblo y, a su vez, los medios públicos censuren algo inevitable y necesario que es la oposición política. Aunque es obligatorio resaltar que en Venezuela no existe oposición.
A los venezolanos de hoy nos interpela el dolor y la angustia, la incertidumbre y el miedo de tantas personas que lloran la pérdida de seres queridos, sean cuales fueren las causas. Y nos cuestiona más que de la indignación y el coraje natural, lo que empieza a brotar en el corazón de muchos compatriotas: la rabia, el odio, el rencor, el deseo de venganza y de justicia por propia mano.
No se puede ocultar en modo alguno que el problema de la violencia ha excedido muchas veces la capacidad del Estado. Esto es injusto. Es urgente tomar medidas firmes contra la delincuencia organizada, así como se ha hecho con los delincuentes de cuello blanco. Urge reprimir con toda la fuerza a los micros traficantes de droga que siembran muerte en las barriadas populares. Es imperante que se tomen medidas enérgicas contra el secuestro, el sicariato y la extorsión. Venezuela no merece en modo alguno estas terribles plagas que, como dije antes, hacen brotar la rabia, el odio, el rencor, el deseo de venganza y de justicia por propia mano.
En lugar de buscar culpables y de lanzarnos mutuamente acusaciones, todos y cada uno de los venezolanos debemos asumir la propia responsabilidad, dejando atrás complicidades, y actitudes pasivas y complacientes. El problema de la violencia no es responsabilidad única del Estado, aunque sea el garante principal, cada uno es corresponsable en la promoción y concreción efectiva y eficiente de la paz.
La solución del problema de la violencia no se halla, como algunos pretenden demostrarlo, con una represión sin precedentes, así como en varios periodos de nuestra historia se hizo. La represión controla e inhibe temporalmente la violencia, pero nunca la supera. La violencia es superada sólo y principalmente en la conciencia de cada persona.
La primera e inaplazable tarea para superar la violencia es una formación y educación integral que lleve a cada venezolano a descubrir su vocación trascendente, a tomar conciencia de la dignidad propia y de toda persona, que capacite para el diálogo y la fraternidad y que inculque el amor y la paz. A ello todos debemos dirigir nuestros esfuerzos, encauzar nuestras energías, dedicar nuestros desvelos. Hoy como siempre es una exigencia destinar nuestros mejores recursos en la formación de las personas y en la promoción de condiciones de vida digna para todos.
La unidad nos hace fuertes y nos protege. Sólo unidos podremos vencer a la violencia y a la criminalidad que la genera. Siempre buscando los orígenes estructurales.
Estas fiestas iniciadas del Bicentenario de la Independencia, hacen de nuestro tiempo un tiempo oportuno para recuperar lo mejor de nuestras tradiciones republicanas: aquellos grandes valores que constituyen nuestra identidad y que no pueden quedar a merced de minorías ocasionales o bulliciosas. Es necesario respetar y honrar esos valores, no para quedarnos anclados en el pasado, sino para valorar el presente y construir el futuro. No se puede mirar hacia adelante sin tener en cuenta el camino recorrido y honrar lo bueno de la propia historia.
La violencia es necesariamente un problema moral que nos afecta en nuestra dignidad más esencial y requiere que nos decidamos a un mayor compromiso ciudadano. El intento de poner a nuestra patria en la palestra de la opinión pública mundial busca provocar un clima de tensión y exasperación para el 26 de septiembre. Nosotros, el pueblo venezolano, no vivimos ni cercanamente la terrible violencia que vive Irak. Venezuela no tiene en su realidad la escandalosa ola de violencia que, lamentablemente, está socavando la vida social de México.
Pero hay violencia, hay criminalidad, hay delincuencia organizada. Tenemos que vencerla, por nosotros y por nuestros hijos.
Una auténtica revolución hoy debe sepultar a los políticos ataráxicos, a los poetas metálicos, a las hipocresías de la democracia. Revolución hoy es redimir al hombre, a su sociedad, a su vida moral. Revolución es, sin aplazamiento alguno, construir con urgencia una verdadera paz que haga sonreír a los “miserables”, liberándolos realmente de la miseria material y moral y aplastando a los necios que se empeñan a quitarnos el derecho de ser felices, sumergiéndonos en el valle de la violencia salvaje en todas sus expresiones.
Continúa la hora de las graves decisiones. ¡Vamos a tomarlas! No la desaprovechemos.
Imagem: confirmado.net