Por Ricardo Salgado.
La Asamblea Nacional de Frente Nacional de Resistencia Popular ha dado paso a una intensa especulación de parte de las fuerzas más reaccionarias del país, las que no han podido evitar sus comentarios; y a base de mentiras, unos, y medias verdades los otros, todos se han visto obligados a hablar del futuro del Frente, y su incidencia en la vida nacional. Ni siquiera los más sesgados escritores de la derecha, se atreven a repetir la historia de los “cuatro vagos”. Algunos incluso se atreven, en privado, a proponer ideas audaces para frenar el ímpetu de unas bases que como nunca muestran su espíritu revolucionario.
Ni ellos, ni nosotros, dudamos sobre la dimensión abrumadora de la resistencia como fuerza política en el país; lo más peligroso para la derecha es que este grupo de gente se desarrolla históricamente en un marco distinto, y aunque aún no explota todos su potencial de pensamiento, es de lejos más capaz de generar ideas, pensamiento, críticas y debates que toda la derecha junta. Los otrora escritores notables de las derechas, se han convertido en bufones de las clases dominantes, y se dedican a contar historias épicas de ladrones y asesinos, y a crítica y desmentir la cruda bestialidad de sus señores feudales.
Aunque el frente sigue enfrentando problemas de definición, su avance se acelera cada vez más, y el paso que impone la derecha en el campo de la virtual destrucción de todo vestigio de justicia que queda en el país, en enfrentado a una resistencia cada vez más politizada y menos manipulable. Sin lugar a dudas, las bases siguen un comportamiento dialectico, a pesar de la constante agresión del régimen. Las duras críticas a una dirección carente de movilidad, provienen normalmente de sectores progresistas que no se hacen a la idea de trabajar en conjunto con los gremios; en ello podemos encontrar contradicciones de clase muy notorias.
Incluso antes del golpe de estado, era fácil prever que la política adoptada por la administración Zelaya estaba dando una enorme energía a las clases desposeídas y vulnerables del país. La izquierda, por otro lado, a pesar de su rezago teórico, repuntó y fue capaz de consolidar proyectos de largo plazo que sobrepasan la década; solo una cosa no se pudo lograr en esa década: la unidad. Sin embargo, los movimientos populares logran sostener la enorme carga de construir un órgano popular que resistiera el embate imperial, y hasta de nuestras propias contradicciones.
Los partidos políticos enfrentan ahora mismo un momento que nunca consideraron seriamente; su reemplazo en el imaginario colectivo. De hecho, muchos líderes se resisten a concebir al Frente como el referente político; lo prefieren “neutral”, para, según ellos mantener el asunto del poder en medio de todo ese andamiaje caduco e inservible con el que iniciamos el siglo XXI, y que colapsa con el golpe de Estado. El pueblo hondureño no lucha contra el golpe para regresar al bipartidismo, lucha para recuperar la democracia dentro un referente político suyo., que muchos no lo entiendan y pretendan encasillar al pueblo por otros cien años, es otro tema.
En general, podemos decir que somos mucho más de lo que la derecha local admite, pero necesitamos dedicar nuestra atención a la voluntad del pueblo. No podemos descuidar ningún flanco, especialmente aquellos en los que somos definitivamente superiores a nuestros adversarios; si llegamos hasta acá, es porque podemos generar contradicciones que producen desarrollo; esta es una fortaleza que debemos respetar, y cultivar; es muy improbable que a esta altura los políticos de oficio busquen enfrentarnos en este campo. Nuestro problema está en transmitir de manera digerible lo que producimos a las bases, más allá de los cuadros. Seneca sostenía que el que sabía pero no podía comunicar su conocimiento, se convertía en ignorante, este es un asunto que debemos resolver.
El fenómeno de la resistencia no es casual, como no lo fue el golpe de estado; y la correlación de fuerzas con que nos encontramos hoy, es producto de la lucha de clases, por lo que el estudio de esta, y la incorporación de la misma al debate es muy importante. Muchos conceptos requieren de una evaluación minuciosa, dado el cambio constante en las relaciones productivas que se generan a raíz de la forma caótica en que se desarrolla el modelo neoliberal. La enajenación del trabajo, por ejemplo, debe entenderse, al menos entre los cuadros, muy bien, pues la relación que surge de este proceso nos indica quien es quien en el proceso. Para el caso, un maestro, se dedica fundamentalmente a reproducir las condiciones de existencia del sistema capitalista; su trabajo se encuentra en la superestructura dominante, pero no es nuestro adversario de clase, la enajenación de su trabajo no se calcula por medio de métodos relacionados con la plusvalía. Los maestros, a finales del siglo XIX, y buena parte del XX, formaban parte de una clase privilegiada por el conocimiento, lo que los llevaba a reproducir una y otra vez los patrones de conducta de la burguesía, sin embargo, no eran dueños de medios de producción. Que decir de los sindicatos que en la tradición revolucionaria estaban dedicados a organizar a los obreros, pasan ahora a ser una minoría organizada en medio de un mar de desempleados, y subempleados por cuenta propia, microempresarios e incluso empresarios, que ahora suman la mayoría del proletariado.
Claro que el estudio de la lucha de clases, y las categorías asociadas a ella, nos llevaran a poner atención al proceso revolucionario mediante el cual se cambian las sociedades. Esto no es un tema fácil, y debe abordarse con seriedad en el debate de las ideas, al que tanto temen nuestros adversarios de la derecha. El frente es apenas el comienzo de un organismo que debe convertirse en un ente con vida propia, identidad clara de sus miembros, una lucha ideológicamente sostenida. Por el momento, la idea de que el frente debe ser un cumulo de micro identidades, aleja a este de las masas en rebelión; estas muestran mucha mayor madurez, e imponen sus criterios y se asocian con el liderazgo que amalgama este momento de la lucha.
El análisis del papel de las organizaciones y sus fines, es también necesario, y no debe enfocarse caprichosamente. Si vemos de cerca los problemas de género, nos damos cuenta que los mismos están arraigados entre nosotros mismos, existe machismo entre los resistentes, pero eso no nos hace menos revolucionarios; seguramente las compañeras feministas, seguirán en una lucha contra estos males aun después de refundada la patria. Qué decir de los compañeros de los grupos LGTB, quienes han aportado un número de víctimas tremendo, también libran una batalla de principios e ideas, que tendrá continuidad dentro y fuera del frente. En conclusión, no son nuestros intereses de grupo, ni nuestras luchas organizadas sectorialmente las que le dan vida al proceso de refundación.
Se han producido agrias críticas a los partidos políticos de parte de algunas “tendencias”, movidas más por la coyuntura que por el análisis dialectico serio; entonces vamos de regreso al análisis de la lucha de clases, encontramos conceptos claros, que nos indican que los partidos políticos son instituciones eminentemente clasistas, y el problema radica en que las bases no cuentan con ese tipo de organización, y que el Frente Nacional de Resistencia Popular es el destinatario natural para ese rol. El bipartidismo, clásico en algún momento de la historia de todos los países latinoamericanos, no es un problema surgido de la nada, es parte de la superestructura burguesa, que nosotros pretendemos cambiar.
Cuando entramos al reduccionismo, y categorizamos nuestras ideas entre refundacioncitos y electoreras, nos encasillamos en una discusión que aún no comprendemos muy bien. Veamos un par de ejemplos históricos sobre la naturaleza clasista de los partidos políticos: durante la dictadura de Carias, se atacó al pueblo que se declaraba liberal; sin embargo, sus dirigentes prevalecían como los agentes que compartían el ruedo político de la burguesía; el partido nacional existía, pero, a pesar de 16 años de carísimo, el partido liberal no dejo de existir, al contrario, funcionaba como un argumento de existencia para el nacionalismo.
En la época que va desde 1957 hasta 1980, se suceden gobiernos, liberales, nacionalistas y militares, los partidos no solo se sostienen, sino crecen, fortalecen la superestructura necesaria para sostener los regímenes militares, y hasta dan lugar a la creación de “partidos emergentes”, y promueven cambios cosméticos, que a la larga tiene consecuencias poco positivas para el proceso de liberación del país. El dictador López Arellano, ultraconservador en la década de los sesenta, cambia de careta en los 70, apoyado por ideólogos y políticos que décadas después entregarían la soberanía nacional, una y otra vez, hasta el punto que compañeros de la época desfilan ondeando la bandera de la hoz y el martillo. Los autores fueron los mismos, y respondían a los intereses de clase que justifican su existencia.
Debemos convenir que el carácter de clase de los partidos son los que definen su posición frente a la realidad, y, en consecuencia, el pueblo, en su proceso de liberación debe organizarse en un partido político propio. Digamos que la experiencia nos demuestra que hay demasiados intereses para motivar los dirigentes de una u otra tendencia a aceptar esto. De hecho, al amparo del bipartidismos han surgido muchas organizaciones que se mueren antes de abrir los ojos; otras no pueden existir si les cortan el cordón umbilical que los une al sistema.
En ese sentido, diríamos que la idea de formación de un partido de manera formal, crearía muchísimos problemas, y atentaría contra la estabilidad de lo que se ha logrado hasta ahora. Sin embargo, seguimos sin contestar preguntas que requieren respuestas contundentes de parte de las dirigencias. Cuando organizamos núcleos de dirección en todo el país, ¿lo hacemos en nombre del Frente o de una organización en particular?; ¿Cómo explicamos que el frente tenga posiciones inexplicables en las encuestas que nos han presentado?; Cuándo le hacen una pregunta a un miembro cualquiera de la resistencia ¿Cuál es su filiación política? , ¿Qué responde?, a esta pregunta no puede contestar; soy obrero, soy maestro, soy mujer, soy indígena, etc. Si puede decir, soy liberal, aunque le ponga la cuña, “vamos a hacer lo que diga Mel”; o soy Unificación Democrática. Sin que ninguna de las dos represente su condición de clase.
Luego llega el problema esencial sobre la naturaleza de nuestra lucha, y otra vez nos aparece la lucha de clases. Tomemos el caso de los compañeros indígenas y negros, y la visión euro centrista de la revolución; la liberación de los pueblos originarios es un proceso dialectico obligado en la agenda que nos ha dejado la conquista y su proceso de acumulación originaria; sin embargo, esto no libera al resto de nuestras organizaciones. Consecuentemente, debemos presumir que la lucha sectorial es una necesidad histórica en todas las sociedades; la liberación es un proceso eminentemente político y de clase.
Este es un tema de estudio muy importante que no se puede manejar en un solo ensayo, pero que si puede debatirse para construir las ideas del poder que tanto hemos ventilado. Al final, el poder popular, los conceptos de abajo hacia arriba, y otros se fundamentan en el mismo origen, por lo que el entendimiento de este resulta impostergable.
Por ahora la clase dominante sabe que existe un opuesto, ya implantado en el imaginario del otrora cliente del show político, y habrá de intensificar su agresividad; antes ello nuestro camino es evidente: fortalecer ese referente político que ya es parte de la cotidianeidad de pueblo en lucha: la resistencia popular; una esperanza.
06/marzo/2011