Por José Mari Esparza Zabalegi.
REQUETEBIÉN. No puede haber persona honrada que diga lo contrario. Todo funciona según lo previsto en su ADN social, cultural y político. España va como tiene que ir, muy bien.
Por cualquier sitio que lo mires, todo encaja: la cúpula del Estado, la Monarquía, está en perfecta armonía con el orden de las cosas; algunos se avergüenzan de su supina ignorancia, de sus tropezones de beodo, de sus cacerías salvajes o de su agiotismo desmedido… Pamplinas. Los Borbones son los mejores reyes que nos podían tocar y no desentonan en absoluto del paisaje general del Reino que gobiernan. Un Reino con su clase política perfectamente adaptada a las exigencias del mercado actual: quitar al pobre, dar al rico, desahuciar, proteger las grandes fortunas, destrozar la clase media, apoyar a los banqueros… Llamarse Botín, tan a las claras, es una prueba de honradez.
Además, España tiene unos sindicatos mayoritarios bien armonizados con el mercado. Este puede ordenar cuantos recortes quiera; los sindicatos teatralizan una respuesta y controlan el hervor social por la siniestra, del mismo modo que la Policía lo hace por la diestra. Y como adormidera, se invierte a mansalva en fútbol y en toros. Y en docenas de amenos e inteligentes canales de televisión en los que uno encuentra evasión y solución para todo: hasta el maestro Joao te puede encender una velica y se acabó la crisis. Y siempre nos quedará Eurovegas.
Un país en el que hasta la Iglesia se preocupa por lo común, por lo colectivo, y de ahí sus esfuerzos por reactivar el negocio inmobiliario, con sus obispos afanados todo el día en el Registro de la Propiedad… Un país con una justicia activa, con presidentes como Carlos Dívar, injustamente apartado de su cargo por quienes hacen lo mismo que él y no tienen su nobleza de hacerlo vox populi. Un país en que sus Fuerzas de Orden Público son modelo de trasparencia: basta entrar en la página web de la Asociación de la Guardia Civil Duque de Ahumada y ver cómo en primera plana aparece el fundador del glorioso instituto junto al general Galindo, con todas sus medallas y bajo el lema El honor es mi divisa. País sin rencores que libera y honra a un condenado a 75 años por torturar, matar y echar en cal viva a Lasa y Zabala. Uribetxebarria es un pringado.
Y en cuanto a las autonomías, España no puede estar haciéndolo mejor. Pueden los pueblos del Estado y sus parlamentos decidir lo que quieran, que siempre estará Madrid, en palabras de Alfonso Guerra, para “cepillarlo un poco”. Ya lo hizo con el Estatuto de Cataluña de 2006 y, a pesar del cepillado, el Tribunal Constitucional declaró en 2010 su inconstitucionalidad y negó el sentido jurídico a la palabra nación. Como resultado, del 25% de declarados independentistas se ha pasado al 42% en solo dos años y la marea sube. Pero España tiene solución para todo y ya lo dejó caer el llorado Gregorio Peces-Barba, cuando citó la frase de Espartero: “Cada 50 años hay que bombardear Barcelona para mantenerla a raya”. Y como España es precavida, ahí están las últimas inversiones en armamento: 1.782 millones ahora; 31.000 millones previstos en el futuro. ¿Que los independentistas suben votos? España compra tanques. ¿Que aumenta la agitación social? España invierte en antidisturbios. ¿Quién puede decir que no funciona?
El caso de la CAV es similar. En el 2009, tras un pacto españolista y con buena parte del electorado maniatado, un hombre sin más luces que las que le presta el sol se convirtió en el lehendakari más ovacionado de la historia de España. En Navarra sufrimos en el 2011 algo similar, salvo que PSOE y UPN se cambiaron los cromos con el mismo objetivo: como en Cuba, la defensa de la unidad constitucional. Y como en Cuba, pocos años después, Navarra y la CAV van a tener unos parlamentos con mucho más peso independentista que antes.
Por eso España funciona a las mil maravillas. Así, tal como es. Lo peor que nos podría ocurrir es que su Rey fuera honrado, que sus políticos fueran inteligentes, que sus banqueros fueran comedidos, que sus obispos imitaran a Cristo, que sus jueces cumplieran la ley, que sus policías parecieran personas, que sus militares pensaran, que su sindicalismo fuera combativo, que sus televisiones enseñaran algo, que sus tertulianos supieran escuchar, que a catalanes y vascos se nos mirase como a ciudadanos y no como a mitayos… Porque una España así no cambiaría el fondo de su esencia, ni nos resolvería el problema económico ni nacional, pero tendría un peligroso efecto adormecedor, un cierto encanto para los bienpensantes, un bálsamo para los tibios, un freno para los timoratos.
España está bien como está: cortijo de pícaros sin moral, ladrones a espuertas, tricornios sin bozal, payasos institucionales, sotanas mugrientas, rencorosos a jornal, prevaricadores, chapuceros, crueles hasta el sadismo con el débil y serviles hasta la náusea con el poderoso. Es la España que nos está poniendo a las puertas de la independencia a vascos y catalanes (y ojalá gallegos) con mucha más celeridad de la que nunca soñaron Agirre, Maciá o Castelao. Y es la España pútrida que, con la emancipación de sus colonias, abrirá la puerta a su propia liberación, porque bien dijo Marx que en la Historia, como en la Naturaleza, la podredumbre es el laboratorio de la vida. Con esa otra España, todavía en agraz, nos hermanaremos. Con ésta, que siga igual. Va muy bien.