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De novo a dor. Quando ela chega, toda elegante, carregando a frieza como uma mulher de scarpin carrega a sua bolsa, eu finjo que nunca a tinha visto para vê-la enfim despir-se para mim outra vez. Reparo nela como quem aprecia um vinho antes de tomá-lo. Eu a contorno, quase como se a reconhecesse, mas para não desapontá-la, eu me entrego e choro. Penso em quantas vezes a revisitei de ângulos diferentes; às vezes chegava pela direita, às vezes pela esquerda, vinda de leve de cima, por baixo; nunca contudo atingindo o seu centro, nunca conseguindo – ainda buscando – a sua totalidade encarnada; como se fosse eu a adulta e ela a criança, eu tentava me fazer pequena para viver com ela aquele mundo, e fingia que no fundo eu não sabia que ela um dia passaria; que nem ela nem eu – a adulta – éramos permanentes. Eu cultivei a dor enquanto ela brotava porque entendo que ela me situa mais que a alegria. A alegria é uma moleca desvairada que vai pra todos os lados, indecisa e absurda, precisando ter limites e não querendo. A alegria faz eu me sentir injusta com alguém, como quando tomo água da torneira enquanto crianças padecem de sede e em algum lugar do mundo alguém paga cinco euros por ela. Mas a tristeza está toda aí de graça, e precisa ser valorizada. Chega em silêncio se instalando, e ninguém diz nada; então ela arma um escândalo, derruba muros, se embebeda e atropela; chega em casa tomada de humilhação e revolta, como um filho que volta da escola com o olho roxo; e eu só posso amá-la, vai passar, eu te amo, minha dorzinha. Procuro um cicatrizante pra ela, ela não sabe que está tomando o remédio da sua morte; eu penso em como quero ser alguém legal pro mundo, no quanto posso ainda fazer força, a minha parte; penso em como tudo é perfeito assim, em seu modo de respirar, até os seres sem pulmões, eles também compartilham esse ar, o ar da dor; linda ela, perfeita.
El dolor perfecto
Por Priscila Lopes.
De nuevo el dolor. Cuando él llega, todo elegante, cargando la frialdad como una mujer de scarpin carga una cartera, finjo que nunca lo había visto para verlo por fin desvestirse para mí otra vez. Me fijo en ella como quien aprecia un vino antes de tomarlo. Lo contorno, como si lo reconociera, pero para no decepcionarlo, me entrego y lloro. Pienso en cuantas veces lo revisté de ángulos diferentes; a veces llegaba por la derecha, a veces por la izquierda, venida de leve de arriba, por abajo; nunca sin embargo atingiendo su centro, nunca consiguiendo – aún buscando – su totalidad encarnada; como si fuera yo la adulta y él el niño, yo intentaba hacerme pequeña para vivir él en aquel mundo, y fingía que en el fondo yo no sabía que él pasaría; que ni él ni yo – la adulta – éramos permanentes. Cultivé el dolor mientras brotaba porque entiendo que él me sitúa más que la alegría. La alegría me hace sentir injusta con alguien, como cuando tomo agua de la canilla mientras chicos padecen de sed y en algun logar del mundo alguien paga cinco euros por ella. Pero la tristeza está toda ahí gratis, y precisa ser valorizada. Llega en silencio instalándose, y nadie dice nada; entonces ella arma un escándalo, derriba muros, se emborracha y atropella; llega en casa tomada de humillación y revuelta, como un hijo que vuelve de la escuela con el ojo morado; y yo solo puedo amarla, va a pasar, yo te amo, mi dolorcito. Busco un cicatrizante para ella, ella no sabe que está tomando el remedio de su muerte, pienso en cómo quiero ser alguien bueno para el mundo, en lo que puedo todavía hacer fuerza, mi parte; pienso en como todo es perfecto así, en su modo de respirar, hasta los seres sin pulmones, ellos también comparten ese aire, el aire del dolor, él lindo, perfecto.
Versión en español: Jole de Melo para Desacato.