Por Ricardo Salgado.*
La oposición hondureña es un conjunto heterogéneo, muy diverso, que no puede asumir una postura politica coherente de largo plazo. No debemos olvidar que el Partido Liberal sigue siendo dominado por la elite golpista, y por los mismos que juegan a ser dioses desde sus cómodas cuevas artificiales, claro siempre al servicio del amo de siempre. El PAC, formado en un centro imaginario, trata siempre de ser una versión “buena” de LIBRE, sin los supuestos relajos ni la alteración de la paz, parecería este partido un proyecto coyuntural que eventualmente podría ser lo que hoy son los partidos de la derecha conservadora hondureña.
Los partidos “comodín” (por su bajísimo nivel de militancia y caudal electoral, no más de 12.000 votos sumados) tienen una deuda con el Partido Nacional que no solo los mantuvo con vida al otorgarles un diputado a cada uno, sino que, a dos de ellos: Democracia Cristiana y Unificación Democrática les dio una vicepresidencia en la directiva del Congreso Nacional. El PINU-SD es el único que mantiene posiciones decentes e independientes, aunque trata de mantenerse en la línea del lenguaje del “consenso”.
LIBRE, por su lado, ha ido avanzando hacia posiciones más beligerantes, y su bancada en el Congreso Nacional entra poco a poco en sintonía con la visión del pueblo, y a constituir una oposición fuerte, real y permanente, sustentada en el amplio apoyo popular.
La composición de esta oposición no permite elaborar estrategias conjuntas de largo plazo, y menos un plan de emergencia para sacar a Honduras del atolladero en que la ha metido el Partido Nacional, cegado por la ambición y corroído por una corrupción interminable e incontrolable.
Sin embargo, el proceso de contradicciones que se han venido dando muestra dos cosas evidentes, aunque aún no se materializan: las condiciones de vida de las mayorías han alcanzado tal estado de deterioro que la misma clase media se muestra renuente a comprar (por ejemplo: en los primeros tres meses de este año la venta de carburantes bajo en 23%), lo que en una economía endeble y carente de incentivos solo puede llevar a empeorar las cosas; la paciencia de las mayorías se agota, y la fuerza de esa intranquilidad se muestra menos espontánea y más organizada, además en claro ascenso.
El Partido Nacional también muestra un gran desgaste, y se perciben desacuerdos internos que poco a poco se convierten en conflictos que terminaran inevitablemente en arreglos que dejaran fisuras. Quizá el mayor problema que tienen radique en las direcciones que les llegan desde Estados Unidos, a través de una embajadora que mantiene una descarada intervención en la vida pública, lo que evidencia su dominio en las decisiones de gobierno. Existen poderosos empresarios que aún no entienden porque han quedado fuera del esquema de repartición de la riqueza nacional, y menos aún toleran los abusos cometidos a través de la llevada y traída inversión público-privada a través del parto conocido como COALIANZA.
Naturalmente, la política de seguridad y defensa del país está destinada a reprimir las expresiones de rechazo popular a las medidas arbitrarias que solo este año significaran un 15% de aumento en el costo de la vida. En esa visión se busca mantener latentes “conflictos” extra nacionales, con un doble fin: exaltar el patriotismo como distractor de los problemas internos y desestabilizar las democracias populares de los países vecinos. Bajo la lógica de la Seguridad Nacional, es claro que la violencia y la inseguridad no son combatidos, pues es necesario mantener la el sostén ideológico del gobierno: la violencia represiva vendida en todos los medios como combate a la delincuencia. Hoy no existe ninguna duda que la militarización de la sociedad no soluciona los problemas de seguridad, y, por el contrario, aumenta la violencia, lo que seguramente fue desde el principio el motivo para llevar este proceso adelante.
Los pocos meses de gobierno, impuesto por la fuerza, y surgido del fraude electoral, revelan contradicciones que llevan a condiciones favorables para combatir frontalmente régimen a este régimen autoritario que busca ganar la imagen de solida dictadura, y que, sin embargo, no logra consolidarse por su manifiesta incapacidad de brindar estabilidad económica a los hogares hondureños.
La inversión extranjera, creadora de impuestos, es inviable en un país controlado al más puro estilo de los carteles del crimen organizado, y en el que no se buscan soluciones pero si se abren muchos frentes de inestabilidad; un Estado cuyo gobierno actúa con abrumadora irresponsabilidad, y apenas atina a mantener una campaña mediática que se ha convertido en una nebulosa de mentiras, en las que ya no se informa y menos aún se busca la verdad.
Esa campaña mediática que trata de hacer creer que el dice la verdad es dogmático, violento, e “ideológico”; aquel que no busca los consensos. Interesante aquí como hacen uso de las dos armas políticas de dominación por excelencia: la violencia, a través de la represión que ya llevo a reprimir diputados dentro del Congreso Nacional (que también ha sido militarizado), y el consenso ofrecido (después de los gases y los palos) para conceder derechos a los ciudadanos que se entienden garantizados.
El tiempo nos ha enseñado rápidamente que el gobierno actual, autoritario y represivo, no es infalible y tampoco invencible. Que la oposición puede encontrar acuerdos coyunturales, y que es un sector oscuro del Partido Liberal el que prefiere el contubernio con el Partido Nacional, en maniobras lejanas a sus bases descontentas.
Hemos aprendido que la lucha es el camino y la victoria una posibilidad real; que la estrategia debe estar apegada a la realidad y que el camino estará lleno de la violencia brutal que es consustancial al plan hegemónico aplicado en nuestro país. Además, que no debemos esperar nada de quienes dirigen el gobierno, y que debemos dudar de ellos en todo momento, pues en ello nos va la vida.
* Investigador Social y Analista.
Imagen: Allan McDonald.