Por Carola Chávez.
Português/Español. Martín García, até faz uma semana, era um amigo atrás de um endereço de correio eletrônico, eram poucas palavras, em arial 12, amáveis, precisas, carinhosas, até faz uma semana não sabia como era a voz bonita do Martín.
Sabia que o Martín se reunia com um grupo de gente toda segunda num lugar que fui construindo na minha cabecinha com retalhos de fotos e conversas, com fantásticas distorções, produto do desejo de poder estar aí uma dessas segundas que prometiam amigos, vinho e militância.
Sabia que Martín era meu amigo, que sentia carinho por mim e eu também gostava dele. Meu amigo de poucas palavras doces. Na minha cabeça eu tinha definido o Martín, estava claro para mim até que cheguei a Buenos Aires para descobrir que o Martín era muito mais do que esta cabecinha podia imaginar.
A primeira coisa que fiz foi pôr, finalmente, voz a suas palavras e resultou ser uma voz bonita interrompida por seu riso franco e frequente. Porque o Martín adora rir. Depois pus a sua cara e não teve cara mais perfeita que a cara de sorriso inevitável com a que Martín caminha pela vida.
Resulta que o Martín é um dispensador de amor com pernas longas que vai dando longas passadas e deixando um foi de ideias, de projetos que se concretizam, de ajuda, de sabedoria, e tudo isso com a modéstia de quem está convicto de que essa extraordinária forma de ser é a única maneira possível.
Martín é um militante apaixonado que quando canta seu hino nacional, que agora também é meu, o faz com cara de criança fervorosa, de olho fechado, bem apertado de tanto senti-lo, com a cara pro céu argentino que é igualzinho a sua bandeira. E depois dança —de tanta emoção o dança! — com um levíssimo, quase imperceptível acionar dos joelhos e calcanhares até a estrofe final chegar, então sela o momento agitando ritmicamente seus dedos peronistas em V: “ou juremos com glória morrer!”.
Martín reconforta meus medos com seu sorriso e um aperto de mãos que reafirma a minha confiança, e a gente diz: Se este homem imenso acredita em mim, então eu vou ter que me acreditar. E com um brevíssimo gesto Martín me dá de presente o que eu não tinha encontrado em toda minha vida. E tiro a cabeça da carapaça de tartaruga e começo a percorrer meu novo caminho, meio trêmula, graças ao empurrão amoroso de meu adorado amigo Martín.
E aqui estou, sem dormir, devendo para o meu corpo horas e horas de sono, barriga cheia de bife de chorizo coração contente, esperando abordar o avião que me levará para casa com a rara sensação de que na partida estou também estou deixando a minha casa: a Argentina o país do Martín, Rosana, Bardini, Goro. Do vociferante Julio e do parcimonioso Lizardo, de Killian, um duende de Parque Chas, de Silvia e Ana, pacientes e mortas de sono, El Cardo, Omar… de tantos amigos, tantos companheiros, de tantas coisas que tenho que aprender…
E procuro uma palavra que desenhe estes dias maravilhosos, únicos, intensos, plenos, inesquecíveis… E embora muitas e expressivas, as palavras não alcançam. Penso e repenso e acende minha lâmpada: a palavra que procuro é Martín. Minha viagem a Buenos Aires foi uma viagem Martín.
Versão em português: Tali Feld Gleiser.
La palabra es Martín
Martín García, hasta hace una semana, era un amigo detrás una dirección de correo electrónico, era pocas palabras, en arial 12, amables, precisas, cariñosas, hasta hace una semana no sabía cómo era la voz bonita de Martín.
Sabía que Martín se reunía con un grupo de gente cada lunes en un lugar que fui construyendo en mi cabezota con retazos de de fotos y conversaciones, con fantásticas distorsiones, producto del deseo de poder estar ahí cualquiera de esos lunes que prometían amigos, vino y militancia.
Sabía que Martín era mi amigo, que me tenía cariño y yo también lo quería. Mi amigo de pocas palabras dulces. Lo tenía definidito a Martín en mi cabeza, lo tenía clarito hasta que llegué a Buenos Aires para descubrir que Martín era mucha más de lo que esta cabezota se podía imaginar.
Lo primero fue ponerle, por fin, voz a sus palabras y resultó ser una voz bonita interrumpida por su risa franca y frecuente. Porque es reilón Martín. Luego vino ponerle cara y no hubo cara más perfecta que la cara de sonrisa inevitable con la que Martín anda por la vida.
Resulta que Martín es un dispensador de amor con piernas largas que va dando zancadas y dejando un reguero de ideas, de proyectos que se concretan, de ayuda, de sabiduría, y todo esto con la modestia de quien está convencido de que esa extraordinaria manera de ser es la única manera posible.
Martín es un militante apasionado que cuando canta su himno nacional, que ahora también es mío, lo hace con cara de niño fervoroso, con los ojos cerrados, bien apretaditos de tanto sentirlo, con la cara al cielo argentino que es igualito a su bandera. Y luego lo baila -¡de tanta emoción lo baila!- con un levísimo, casi imperceptible accionar de las rodillas y talones hasta que llega la estrofa final, entonces, sella el momento agitando rítmicamente sus dedos peronistas en V: “¡o juremos con gloria morir!”.
Martín reconforta mis miedos con su sonrisa y una apretón de manos que me reafirma su confianza, y uno dice: Si este hombre inmenso cree en mí, pues, voy a tener que creerme. Y con un brevísimo gesto Martín me regala lo que en toda mi vida no había encontrado. Y asomo mi cabeza de mi cascarón de tortuga y comienzo a andar mi nuevo camino, medio temblorosa, claro, pero segura, gracias al empujón amoroso de mi adorado amigo Martín.
Y aquí estoy, trasnochada, debiéndole a mi cuerpo horas y horas de sueño, barriga llena de bife de chorizo corazón contento, esperando abordar el avión que me llevará a casa con la rara sensación de que al partir estoy dejando también mi casa: Argentina el país de Martín, Rosana, Bardini, Goro. Del vociferante Julio y del parsimonioso Lizardo, de Killian, un duende de Parque Chas, de Silvia y Ana, pacientes y muertas de sueño, El Cardo, Omar… de tantos amigos, tantos compañeros, de tantas cosas que tengo que aprender…
Y busco una palabra que dibuje estos días maravillosos, únicos, intensos, plenos, inolvidables…Y aunque muchas y decidoras, las palabras no alcanzan. Pienso y repienso y se me prende el bombillo: la palabra que busco es Martín. Mi viaje a Buenos Aires fue un viaje Martín.
