Por Orlando Balbás.
Hablar de la unidad latinoamericana, es referirse a las propuestas de desarrollo y productividad de los países que la conforman. Por supuesto que esta afirmación, está vinculada con las políticas de desarrollo que ejecutan los diferentes gobiernos nacionalistas y soberanos a lo largo de este subcontinente, que en algún momento, diferenciándolo del norte anglosajón se le considera continente.
El planteamiento del libertador Simón Bolívar de unificar América del sur en la Gran Colombia, estuvo signado en principio al objetivo de defender unidos la independencia alcanzada con la derrota del imperialismo español. Las potencias europeas organizadas en “la santa alianza”, pretendían retrogradar el proceso histórico venezolano, volver a esclavizar y colonizar el territorio ya liberado. El destino económico de las naciones en libertad durante el siglo XIX, siempre estaban sujetas a las concesiones comerciales a países europeos de gran auge productivo y navegación.
El Congreso de Panamá convocado para 1826 y constituido el 22 de junio de ese año, se realizó con los mas reservados sentimientos adversos dentro y fuera de América Latina, los Estados Unidos veían con recelo y conspiraron diplomáticamente para derrotar el proyecto del libertador Simón Bolívar, que de paso no consolidó propuesta alguna y su continuidad en Méjico, fracasó rotundamente.
El reciente Congreso o cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), se desarrolló con dos propósitos fundamentales: La erradicación de la pobreza y el despegue productivo de las naciones. un organismo internacional surgido en el 2011, la no inclusión de Estados Unidos y Canadá en esta comunidad latina, indica que se busca deslindar en primer lugar idiomática y culturalmente el continente del norte respecto al sur y por otro lado, se envía un mensaje de independencia ante el neocolonialismo implantado en estas tierras por el imperio norteamericano.
¿Es un paso significativo la CELAC? por supuesto, trasciende como el gran desafío a las economías influyentes del mundo y al “gigante de siete leguas” como llamara Martí al imperialismo yanqui.