Su voz le permitió conservar su frondosa cabellera y Rádio Renascença hizo el resto. Pero antes de dejar atrás su condición humana para convertirse en el símbolo de la libertad, como un lagarto que muda su piel por otra que trasciende los límites de su cuerpo, José Afonso se valió de sus dotes interpretativas para zafarse de los veteranos que acosaban a los primerizos del Liceu D. João III de Coímbra. Allí, en el instituto donde había estudiado un siglo antes el ilustre literato portugués Eça de Queirós, fue rebautizado como el bicho cantor, o sea, el novato cantante, tal vez el único estudiante recién llegado que no lucía la cabeza rapada.
En aquel Estado Novo preconizado por el salazarismo, Zeca (como sería conocido en el futuro) transitó de la serenata y el fado hacia una canción protesta con enjundia que entronca con los grandes autores del género: Paco Ibáñez, Georges Brassens o, por no alargar la lista ni cruzar el charco, Francesco de Gregori. “Si fuese británico, habría tenido la trascendencia mundial de Bob Dylan”, aventura su íntimo amigo Luis Pastor, con quien compartió tragos y escenarios a ambos lados de la raia. Sin embargo, sólo tuvo eco internacional una canción suya, Grândola, Vila Morena, imprescindible en la B.S.O. del imaginario de quienes entonces bramaban contra las dictaduras y hoy se sublevan contra la troika.
José Manuel Cerqueira Afonso dos Santos nació en Aveiro en 1929, aunque desde crío recorrió las colonias portuguesas (donde trabajaba su padre, el juez José Nepomuceno Afonso) y varios municipios de la metrópoli. No debió de ser fácil la infancia de este icono revolucionario, sobre todo cuando lo dejaron con su tío Filomeno, alcalde de Belmonte. Fanático de António de Oliveira Salazar, enfundó a aquel chaval dentro del uniforme de la Mocidade Portuguesa, un equivalente al Frente de Juventudes de Falange que rendía culto desmedido al dictador, el mismo que gobernó con mano de hierro el país vecino durante la longa noite de pedra que fue de 1926 a 1974.
Curiosamente, su himno democrático acompañó un alzamiento militar que acabaría no sólo con el longevo régimen sino también con la marcial organización juvenil, por la que, todo hay que decirlo, tenían que pasar obligatoriamente los niños de entre siete y catorce años. Pronto, con apenas 23, tendría su primer hijo y, después de la mili, vendría el segundo. Había pasado de la bohemia de Coímbra a la boda secreta con María Amália de Oliveira, una humilde costurera que no era aceptada por sus padres, a quienes escribiría para ponerles al tanto de sus apreturas.
Afonso se había matriculado en Ciencias Histórico-Filosóficas (su tesis versó sobre Jean-Paul Sartre), carrera que alternó durante una década con el pluriempleo: toca con el orfeón de la Universidad, da clases particulares y en colegios, ejerce como corrector del Diário de Coimbra, edita con Alvorada dos discos de fados inencontrables y todo ello no le alcanza para mantener a su familia, cuya relación termina resintiéndose. Primero se vio obligado a mandar a sus vástagos con los abuelos, que residían en Mozambique, y después se divorció de su mujer.
Zeca, con un pie en los efervescentes ambientes estudiantiles y otro en los escenarios (sobre todo de Portugal, pero también de Angola, Francia, Suiza, Alemania o Suecia), actúa el 17 de mayo de 1964 en un pueblo del Alentejo que marcaría su obra y su vida para siempre. Invitado por la Sociedade Musical Fraternidade Operária Grandolense, popularmente conocida como Música Velha, compareció ante un público nutrido de campesinos, corcheros y un militante comunista en la clandestinidad llamado José Saramago. De aquella experiencia obrera y revolucionaria, del espíritu fraternal y solidario impropio en la época, brotó días después Grândola, Vila Morena, responsable del viraje de Portugal hacia la democracia.
“No fue un líder que dirigiese la acción política directa”, matiza desde Coímbra el médico psiquiatra Louzã Henriques, “pero desde la canción ejerció de punta de lanza de la lucha”. La música de intervención había llegado desde Francia y España a tierras lusas, donde el género folclórico campaba a sus anchas. Zeca Afonso se alinearía con ella: “Él percibió que era necesario interpretar temas que trascendiesen el lirismo de los problemas de la juventud”, añade este intelectual octogenario, histórico militante del PCP. “Composiciones, en definitiva, ligadas al destino de la patria”.
Zé da Conceição, su anfitrión en Grândola, recibió al poco de aquel enardecedor concierto una carta con un poema dedicado a la villa alentejana, cuya última estrofa sufrió un cambio cuando fue musicado en 1971 para el disco Cantigas de maio. En la pieza, grabada en París, el pueblo era quien mandaba. “Su objetivo caló en la gente, porque era música tradicional pero contenía un mensaje de combate. Al principio fue llegando a la juventud y, luego, comprendido por todos”, subraya Henriques. Tres años después, el 25 de abril de 1975, pasados veinte minutos de la medianoche, el programa Limite de la emisora católica Rádio Renascença lanzó unas ondas hercianas que carretaban aquellos versos: “Grândola, vila morena / Terra da fraternidade / O povo é quem mais ordena / Dentro de ti, ó cidade”. Había estallado la Revolución de los Claveles.
El Movimento das Forças Armadas (MFA), integrado por militares opuestos al régimen y contrarios a la guerra entre el Ejército portugués y los frentes de liberación nacional que habían emergido en las provincias de ultramar, usó otra señal previa para avisar a las tropas del inicio del levantamiento contra la dictadura. La canción elegida, una balada de Paulo de Carvalho, no levantaría sospecha alguna porque, al contrario que la de Zeca, carecía de tintes políticos. E Depois do Adeus, farolillo rojo del Festival de Eurovisión, sonó en la cadena Emissores Associados de Lisboa una hora y media antes. Ya con Grândola, las “operaciones” pasaban a ser “irreversibles para todas las unidades”, como reza el documento secreto con las instrucciones de la sublevación, donde la seña era coraje y la contraseña, por la victoria.
Por si cupiese alguna duda, todo soldado que no hubiese escuchado ambos cortes debía sintonizar a partir de la una de la madrugada Rádio Clube Português (RCP), usada como puesto de mando del MFA, de ahí que fuese rebautizada como Emissora da Liberdade. El resto de la historia es de sobra conocida. Lo que el viento se llevó con el paso del tiempo nos lo acabaría devolviendo el cine, que inmortalizó a aquellos militares en Capitanes de Abril (Maria de Medeiros, 2000).
Los puntos estratégicos del país son tomados por los rebeldes, cuyas unidades se dirigen hacia Lisboa con la intención de “no hacer correr la mínima gota de sangre”, advierte un comunicado leído por el locutor Joaquim Furtado entrada la madrugada. No hizo falta disparar un solo tiro: los uniformados calaron unas flores en la boca de sus fusiles para dejar claro que era una revolución incruenta y el pueblo, con el primer resol en los cañones, se echó a la calle para seguir repartiendo claveles. Era la temporada.
El himno subversivo había tenido anteriormente sus minutos de gloria. Un mes atrás, cerró una velada en un Coliseu de Lisboa lleno a rebosar para escuchar las voces ceibes de Fausto, Correia de Oliveira, Letria, Ary dos Santos, Freire, Barata Moura, Tordo o el propio Afonso. La censura había prohibido cinco piezas suyas, entre ellas A morte saiu à rua, homenaje al pintor comunista José Dias Coelho, asesinado a manos de la temida PIDE (la policía política) en la calle de la Creche, que ahora lleva su nombre. El también escultor había pasado a la clandestinidad para montar un taller de falsificación de documentos, pero halló la muerte junto al metafórico Largo del Calvario.
Increíblemente, aquella noche Grândola, Vila Morena burló la represión, puso fin al concierto e inspiró a los militares que habían asistido al espectáculo, aunque la elección se le atribuye a Otelo Saraiva de Carvalho, líder del derrocamiento y cerebro de las operaciones, dirigidas desde el Quartel da Pontinha. Una canción que, por cierto, fue cantada por primera vez en Galicia, a la que consideró su segunda patria. El histórico desfloramiento fue en Santiago, donde dos años antes de la revolución todavía se corrían los cien metros grises.
En un Burgo das Nacións abarrotado, el delegado de la Facultad de Económicas dio el pistoletazo de salida a los utópicos acordes. Claro que entonces Emilio Pérez Touriño militaba en Bandera Roja y luego en el PCE, tiempo antes de bregarse en el PSOE para, posteriormente, terminar aupándose a la Presidencia de la Xunta.
Exponente del fado de Coímbra, Zeca absorbió ciertas moléculas de la música africana y, de su experiencia en los dominios extranjeros, extrajo un visceral anticolonialismo. “No fue un hombre con formación pero sí con gusto musical”, aclara Henriques. Dotado de voz y oído, arrancaba cada mañana “silbando y canturreando”. Su música era de carácter popular, es decir, dirigida al mismo pueblo que se echó a las calles, protagonista de las luchas obrera y campesina. Era, como recuerda Luis Pastor, la antiestrella. “No tocaba ningún instrumento, se sabía tres acordes y, de tan inseguro, cuando subía a las tablas le daban ataques de nervios”. Porque José tenía alma, en realidad, de maestro. Eso sí, represaliado, por lo que no le quedó otra que tratar de vivir de la música durante tres lustros, hasta que fue rehabilitado en 1983.
Le quedaban sólo cuatro años de vida y una pensión mísera de 180 euros, por lo que que el cantautor extremeño llegó a organizar recitales cada lunes en la sala Elígeme para apañar unas perras y llevárselas en mano a Zélia, su segunda mujer. A las penurias económicas se le juntó la enfermedad: tan rara era que un médico especuló que podría haber contraído el síndrome tóxico tras consumir aceite de colza adulterado en Madrid, pero Pastor lo desmiente y opta por ceñirse al parte de defunción: José Afonso murió en el Hospital de Setúbal a las tres de la madrugada del 23 de febrero de 1987, víctima de una esclerosis lateral amiotrófica detectada cinco años antes. El cortejo funebre tardó dos horas en recorrer 1.300 metros. Treinta mil personas vieron o se imaginaron una urna cubierta por un paño rojo. No tenía ningún símbolo estampado porque el icono ya iba dentro de la caja.
El Partido Comunista gobernó Grândola, donde Zeca llegó a poseer una humilde morada, desde el inicio de la revuelta hasta 2001, cuando se hizo con el poder el Partido Socialista. Ni rastro del Partido Social Demócrata del primer ministro, Pedro Passos Coelho, quien desató la polémica hace un año al usar poemas del cantante en un congreso de la formación conservadora. Zélia, con quien tuvo otros dos hijos, lo denunció de forma ilustrativa en una nota de prensa: “Su obra traspasó las fronteras partidistas, pero su vida y sus canciones no sólo no se cruzaron nunca con el PSD sino que también estuvieron históricamente en lados opuestos de la barrera”. Si siguiese vivo, añadió su viuda, figuraría “en la primera fila de los que hoy combaten la política neoliberal del Gobierno”.
De hecho, lo está. “Sus canciones parecen que fueron escritas ayer”, opina Pastor, quien lo ve como “un militante de la cultura que entendió siempre la música como un canto a la colectividad”. Así, cuando el Ayuntamiento de Coímbra le otorgó la Medalla de Oro de la ciudad, su respuesta fue amable pero, a la vez, alérgica al poder: “Aunque me sienta muy conmovido y agradecido por el homenaje, no me quiero convertir en una institución”. También quiso abrazar su causa el Presidente de la República, António dos Santos Ramalho Eanes, quien había tomado parte como general en la Revolución de los Claveles, pero la voz de la utopía ni se molestó en cubrir el formulario. Ya muerto, Zélia le dejó claro a su sucesor, Mário Soares, que si en vida había rechazado las lisonjas oficiales tampoco ella iba a aceptar de manera póstuma la Orden de la Libertad.
Su ejemplo ha cundido. Las sedes de la Associação José Afonso, que vio la luz en 1987 para difundir el legado de un “combatiente de todas las causas verdaderamente solidarias”, han brotado por todos los rincones del país. José Bandeira, responsable de la delegación de Aveiro, cuna del músico, cree que hoy más que nunca sigue siendo “un ejemplo” inmarcesible para sus compatriotas. “No se trata simplemente de recordarlo cada aniversario sino de recuperar su espíritu en este momento de crisis”, defiende Bandeira, quien asegura que en los últimos dos años, críticos para Portugal, han aumentado los afiliados.
Lo relaciona con el descrédito de la política: “Se nos acercan muchas personas que no quieren vincularse a los partidos, pero sí involucrarse en el asociacionismo”. Y Zeca luchó, precisamente, “por la igualdad, la libertad y la fraternidad, más allá de cualquier sigla”.
Un cuarto de siglo después de abandonarnos, el fantasma de su credo ha poseído a los ciudadanos que callaron el pasado febrero a Passos Coelho desde la tribuna de invitados del Parlamento. Lo hicieron al son de su gran hito musical y, dos minutos después de aplazar su intervención, la presidenta de la Cámara entendió que ya se habían “retomado las condiciones” para que el mandatario prosiguiese su discurso. Una elipsis temporal ligeramente inferior al casi medio siglo de dictadura salazarista, interrumpida por una canción que ayer y hoy dice tal que así:
Grândola, vila morena
Terra da fraternidade
O povo é quem mais ordena
Dentro de ti, ó cidade
Dentro de ti, ó cidade
O povo é quem mais ordena
Terra da fraternidade
Grândola, vila morena
Em cada esquina um amigo
Em cada rosto igualdade
Grândola, vila morena
Terra da fraternidade
Terra da fraternidade
Grândola, vila morena
Em cada rosto igualdade
O povo é quem mais ordena
À sombra duma azinheira
Que já não sabia a idade
Jurei ter por companheira
Grândola a tua vontade
Grândola a tua vontade
Jurei ter por companheira
À sombra duma azinheira
Que já não sabia a idade.