Comenzaré diciéndolo en idioma cursi: no os asustéis queridos compañeros, amigos, hermanos y demás prójimos de la fauna de acá. No renegaré de mis convicciones ni me inclinaré ante las divinidades inventadas desde los cenáculos de la oscuridad. Despejad vuestras dudas al respecto. Sigo tan ateo, anticlerical y zurdo, adscripto a las teorías (y sus diversas prácticas) de cambio a favor del inmenso mundo de los desposeídos y menospreciados. En síntesis, que ni en pedo (como ven, de lo cursi a lo procaz hay apenas pocos renglones) seré jamás un hombre religioso. Lo proclamo urbi et orbi.
Sin embargo, como el sábado me reuní con los antropófagos cómplices del café (y eso me convierte en un hombre bueno e inocente, al menos, por unas horas), quiero creer que Bergoglio, hoy Francisco, no entregó ni abandonó a los dos jesuitas, Jalics y Yorio; que, como dice Adolfo Pérez Esquivel, practicó la “diplomacia silenciosa” en plena dictadura terrorista burguesa (práctica a la que no se sumaron don Jaime de Nevares, Jorge Novak y ni siquiera Vicente Zaspe, por ejemplo); que, como declaró la exDefensora del Pueblo de Macrilandia, Alicia Oliveira, le dio su documento de identidad a un perseguido político de esos años para que pudiese escapar del país; que recuerda haberse reunido con la familia De la Cuadra, pero no recuerda qué les dijo; que el tipo tiene una sensibilidad social a prueba de villas y asentamientos marginales; que ya en 2011, según revela la colega Sandra Russo (“Rezo por vos”, Página12, sábado 23/3/13), pidió la beatificación de Carlos de Dios Murias, sacerdote asesinado junto a Gabriel Longueville en 1976, hechos que investigaba el obispo Enrique Angelelli, también muerto por la máquina estatal del terror; en fin, que es sincero cuando nos invita a caminar junto a él, inclusive a los no creyentes.
También entiendo que no es lo mismo ser el almacenero del barrio que el gerente de una cadena multinacional de supermercados (les pido disculpas a mis amigos católicos, sobre todo a mis amigas, pero es la primera comparación que me aparece cuando se trata del Vaticano. Debe ser por aquello de los mercaderes y el templo). No debe ser fácil ser el guía espiritual de más de mil doscientos millones de personas y, a su vez, resolver los tremendos despelotes políticos y morales internos (de nuevo me salió el barrio) que tiene como jefe de Estado. Pero el tipo es el mismo, porque si no tendría que aparecer un Erasmo del siglo XXI para que escriba el “Elogio de la esquizofrenia”.
Mas sigo pensando que me cuesta diferenciar al señor que, en nombre del Señor, considera una “movida del Diablo” el amor entre dos personas del mismo sexo y este otro señor que pide amor, comprensión y gestos de solidaridad para con los más pobres y los distintos. Y me carcome la duda existencial de por qué se conoce recién ahora su participación en el documento de Aparecida y sus aparentes auxilios a perseguidos políticos. Y por qué su silencio ante la complicidad de sus pares en las torturas, violaciones, robos de bebés y asesinatos perpetrados para destruir el aparato productivo nacional y quebrar la espina dorsal de nuestra sociedad. Total, no es del primer genocidio en el que sus jerarcas participan por estas comarcas, incluyendo entre sus víctimas a varias ovejitas de su rebaño.
Sin embargo, no soy tan lelo como creen algunos. Admiro la muñeca política de nuestra presidenta, del jefe de gobierno de Ecuador y del ejemplo histórico de la actitud de Hugo Chávez quien, una vez más, marcó rumbos en esa extraordinaria fusión de cristianismo y marxismo que se había puesto en marcha en tiempos del Concilio Vaticano II. Pero quiero verlo funcionar al Papa argentino, yo sentado ante el desfile del mundo mientras él y los suyos van dando señales de cambio, más allá de los gestos y actitudes que hemos visto. A saber: presentarse en ventanilla a pagar sus cuentas, viajar en metro, resignación de oropeles, algunos, en su vestimenta, lenguaje más coloquial, la “gran Néstor” al zambullirse en la multitud, y novedosas maneras de acercarse a la gente común. Todo muy auspicioso, pero la prueba de fuego, para mí, será la su respuesta a la iniciativa del exjuez Baltasar Garzón, quien le pidió que abra los archivos vaticanos comprendidos entre 1976 y 1983 para, de esa manera, terminar con la polémica acerca de la conducta de la jerarquía católica nacional (incluida la suya) y vaticana respecto del genocidio. El desafío es serio, contundente, preciso. Si Murias es, efectivamente, beatificado y los archivos aireados, empezaré a creer que la asunción de Francisco es un paso hacia el cambio de época, también para la Iglesia. Entonces, por ahora, ni ensañamiento ni sobreactuación laudatoria.
Mientras tanto, mientras se suceden los días y los rituales milenarios de Semana Santa, esperaremos que, una vez finalizados, la maquinaria del Estado pontificio empiece a dar señales claras y profundas a través del nombramiento de sus principales colaboradores, de las medidas concretas que tome ante los países centrales, ante las presiones que, seguramente, recibirá de los grupos mafiosos internos para tratar de que Lampedusa y su “Gatopardo” sigan gobernando el catolicismo desde las sombras. Y, lo que me parece más grave, imponiéndonos sus prehistóricas concepciones, a nosotros, el resto del mundo.
No le será fácil, si es que, de verdad, ha llegado para salvar a un enfermo terminal. Quiero creer que sí. Ojalá, por el bien de casi todos, no me arrepienta.
Vuelvo al cursi para dejaros, por último, un consejillo que espero os hará provecho. No traguéis sin masticar. Amén de produciros cólicos dolorosos, vejigas inflamadas, digestiones inclementes y ruidos incómodos en vuestras cavernas interiores, os privaréis del sabor del alimento a ingerir. Este humilde aporte a vuestra calidad de vida es aplicable, os digo por experiencia propia, a la gastronomía, pero también a todo tipo de ingestión, ya sea la intelectual o la afectiva. Estimo que me habéis comprendido. Eso quiero creer, también.
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