Argentina: 2 países

Por Julio Rudman.

Entre la risa, la piedad y la náusea prefiero siempre la primera porque cura o, al menos, alivia. Ni el día gris y lluvioso, ni los berrinches de la puta televisiva de turno, ni la insatisfecha campaña de la ultraizquierda insatisfecha, ni los traspiés legislativos locales, ni siquiera la cara insípida de algunos gobernadores va a conseguir nublarme un tiempo fascinante.

Los datos duros (en realidad, durísimos) vienen a decirnos, amor, que un escritor argentino, judío y cordobés para más datos, escribió un artículo al que tituló “El veneno de la épica kirchnerista”; que ese artículo fue publicado por el diario “La Nación” el martes 21 de agosto de 2012; que en ese artículo el autor repite ocho veces la palabra “veneno”, con esa obsesión que presentan los envenenados al nombrar la causa de su mal; que en ese artículo Marcos Aguinis, de él se trata, define como paramilitares a los y las militantes de la Tupac (la formidable organización social que conduce la jujeña Milagro Sala) y a los jóvenes y muchachas de La Cámpora y otras agrupaciones políticas; que las compara con las juventudes hitlerianas y que, de esa comparación, surge una evaluación favorable para los pichones de Hitler porque, al menos, dice, aquellos tenían un “ideal absurdo, pero ideal al fin”. En cambio, éstos lo hacen por dinero, poder o malversación de los bienes del Estado. Es decir, son mercenarios, chorros y corruptos.

Ni la Unión Cívica Radical, partido al que pertenece el delirante, ni la DAIA, una de las instituciones que dice representar a la colectividad judía en nuestro país, ni las organizaciones empresariales mediáticas, ni mucho menos el diario de la oligarquía pecuaria han expresado opinión al respecto, aunque no descarto que lo hagan antes de fin de siglo. Salvo que estén de acuerdo, por aquello de que “el que calla, otorga”. Ni siquiera FOPEA, la federación de periodistas “bienpensantes” de nuestra matria. Sólo el ICUF (Federación de Entidades Judías de la Argentina) elevó su voz progresista, una vez más, para repudiar el exabrupto.

La liviandad con que un trabajador del lenguaje (Aguinis escribió y publicó varios libros. Uno de ellos destacable, “La gesta del marrano” (Planeta, 1991); los demás, olvidables) utiliza términos de barricada solamente se comprende si el autor vive su tiempo histórico atravesado por el odio. Pero no cualquier odio. No es patología personal, ni es la frustración íntima que puede producir darse cuenta de que la vida se le fue y no será recordado, seguramente, como un parteaguas de la literatura nacional. No es resentimiento. No, es odio colectivo, sectorial, de clase. Y lo que me parece más claro aún, de clase media. Los Mujica Láinez o las Victoria Ocampo o Adolfo Bioy Casares, ejemplos paradigmáticos de escritores de clase alta, manifestaron desinterés o indiferencia por lo que se llamaba entonces “la chusma”, pero este odio visceral e irracional es propio de tipos de clase media, asustados por el crecimiento de la participación popular y, específicamente juvenil, en la construcción del país.

Pero Aguinis no es el único. Mariano Grondona, ese profesor antediluviano y decrépito, sedujo (televisivamente hablando, se entiende) a su símil femenina y chaqueña con una pregunta que roza el premio mayor al ridículo perverso. Le consultó acerca de la caracterización de la personalidad de Cristina: “A usted qué le parece, ¿la presidenta es una fanática o es mala persona?”. Y Lilita, presurosa y haciendo gala de una profundidad de charco ínfimo, contestó: “Está enferma”. Tengo la sospecha de que no se refería a la operación de tiroides a la que fue sometida no hace mucho ni a sus reiteradas lipotimias. Otra vez, como en el asunto Aguinis, el pez por la boca muere.

Hay más. La diputada Laura Alonso, pro metió que cuando Macri sea presidente (¡sic!) no permitirán que existan La Cámpora, Vatayón Militante (además, qué brutos, está mal escrito) ni 6,7,8. Y que la SIDE no apretará al que piense distinto (¡recontra sic!). Luego la vieron escribiendo cien veces: “No devo contradesirme más” en un pizarrón de la escuela privada de su country.

Mientras repaso este Manual del Odio disfrazado de delirio, mi amor, te veo acunando a nuestros nietos con sus deditos de ternura y sus ojos ávidos de vida.

Dos países.

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