Por Fidel Díaz Castro.
Partilhamos canções, paixões esportivas, nos visitávamos; ele esteve nos meus 50 anos. Uma vez, deixamos La Utopía (um espaço que eu tinha no Tuntún de la Casa de la Música em Miramar), era uma cantata dedicada a Hugo Chávez. Fomos a sua casa e discutimos tanto, e tão acaloradamente, que quase nos pegamos por algo que ele disse sobre Violeta Parra, não exatamente sobre ela, mas sobre estes tempos e gostos culturais deprimidos. Rosa nos acalmou, ou melhor, nos salvou, com sua delicada energia. Era uma bobagem, mas me recusei a que Violeta fosse menos… “ni un tantico así”, nada. Para completar, ele estava certo. No dia seguinte, ao acordar, saí para pedir desculpas a ele e ele veio até mim pela mesma coisa. Quando comecei a falar, ele sorriu e não me deixou continuar:
– “Caracas, não enche, Fide…”
Ele arqueou as sobrancelhas na pausa, acenou com a cabeça e espetou:
– “Nós realmente pisamos na bola!”
Rindo enquanto ele colocava a mão no meu ombro.
Falamos dos tempos, dos Industriais, dos amigos, da arte, da amada Revolução cubana e latino-americana.
Logo depois que comecei a conhecê-lo, esqueci que ele era Camilo Guevara; ele começou a ser um parceiro (falando em cubano), embora eu deva dizer que de vez em quando, eu encontrava em seu olhar… (também no da então criancinha Celia Habana), aquela sacudida, algo que emerge na imagem de Korda. Não aconteceu somente comigo, mas não gostava de comentar porque poderia parecer sugestivo, sabendo quem era seu pai. E eu não gosto de misticismo.
Camilo, o parceiro, terno e duro, muito humano, melhor para dizer humanista, crítico, afiado, e um cara que era tão, mas tão amigável… ele quase sempre andava de calção e chinelos de dedo. Ninguém na rua sabia que ele era filho do Che. A prova de que ele era.
A Camilo Guevara
Por Fidel Díaz Castro.
Compartimos canciones, pasiones deportivas, nos visitamos; estuvo en mis 50. Guitarreaba, fotógrafo de obra peculiar. Una vez, salimos de La Utopía (espacio que yo tenía en el Tuntun de la Casa de la Musica de Miramar), fue una cantata dedicada a Hugo Chávez. Nos fuimos de postrova a su casa y discutimos tanto, y tan acalorados, que por poco nos vamos hasta los piñazos, por algo que dijo de Violeta Parra, no de ella exactamente si no estos tiempos y los gustos culturales deprimidos. Rosa nos apaciguo, más bien nos salvó, con su delicada energía. Eran tonterías, pero yo me negaba a que Violeta fuera menos… pero ni tantico así, nada. Para colmo, él tenía él razón. Al otro día, despertando, salí a disculparme con él y él venía a mí por lo mismo. Cuando muy apenado empecé a decirle, sonrió y no me dejó seguir:
-«Coño, no jodas Fide…”
Arqueó las cejas en la pausa, asintió con la cabeza y me soltó:
-“¡La verdad que nos pusimos de p….!»
Doblándose de la risa mientras me ponía la mano en el hombro.
Conversamos de los tiempos, de Industriales, de amigos, arte, de la revolución amada, cubana y latinoamericana.
A poco de empezar a tratarlo, me olvidé que era Camilo Guevara, empezó a ser un socio (hablando en cubano), aunque debo decir que a cada rato, encontraba en su mirada… (también en la entonces muy niñita Celia Habana), ese algo sacudidor que emerge en la imagen de Korda. No me pasó solo a mí, pero no me gustaba comentarlo porque puede parecer sugestión, a sabiendas de saber quién era su padre. Y no me gustan los misticismos.
Camilo, el socio, tierno y recio, muy humano, mejor decir humanista, crítico, agudo, y un tipo tan, pero tan campechano…andaba casi siempre en short y chancletas. Nadie en la calle sabía que era hijo del Che. Prueba de que lo era.
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