Por Carola Chá vez.
El mundo es un lugar tan confuso que hay personas que defienden, en nombre de la libertad, su derecho a ser esclavos. Libertad de elegir, le llaman algunos y otros libertad de mercado, pero siempre libertad para encubrir esclavitud.
Tenemos millones de esclavos que no saben que lo son, incautos que cultivan su esclavitud con esmero, que la transmiten orgullosos de generación en generación adiestrando a sus pequeños retoños para que encajen, para que pertenezcan, para que no desafinen. Esclavos que están dispuestos a defenderse de la amenaza de la liberación con uñas, dientes y twitazos.
La libertad, según los esclavos, es poder tener todas las cosas que se necesitan para vivir bien, y definen “vivir bien” como la posibilidad, siempre imposible, de tener todas las cosas que la tele y las revistas dicen que necesitan. Cosas efímeras y desechables que hay que cambiar constantemente porque pasan de moda, muchos pares de zapatos para un solo par de pies, cosas carísimas que digan quién eres -aunque mientan descaradamente-. Tantas cosas que son de primera necesidad y que obligan a nuestros esclavos modernos a sacrificar tantas otras menos importantes.
Es así como optan por destetar a sus bebés y meterlos en guarderías para poder trabajar y brindarles las mejores ropitas, más y mejores juguetes, piñatas majestuosas y el reglamentario viaje anual de Disney World. Es así como las parejas dejan de ser amantes y se convierten en business partners, socios que se encuentran tarde en la noche -cuando se encuentran- cansados, agobiados, siempre con una factura vencida en la punta de la lengua.
Bien lo valen la casa para cuatro donde caben diez, el apartamento de playa, las dos camionetas, el seguro, mis vestidos, tus corbatas, blackberries para toda la familia, la cocina italiana, la cocinera, el ballet de la niña, el karate del varón, el estrés y la depre, porque tengo una depre que no entiendo, a pesar del éxito… la depre…
Esclavos que sonríen felices en las fotos que se toman para recordar que son felices.
Aunque nunca hay tiempo, aunque ya casi no te veo, aunque ni en vacaciones dejamos de trabajar, aunque mi infancia fue tan feliz, tan familiar, tan distinta a la de mis niños, siempre corriendo, siempre estorbando, y toda esta culpa porque los quiero tanto y los tengo tan poco… y tantos juguetes para llenar vacíos, y tantas cuentas pendientes y otro plan vacacional para guardarlos y tanto trabajo…
Y, por si fuera poco, ahora estos locos socialistas que pretenden liberarnos de nuestro éxito, hordas de resentidos calumniadores del consumismo que vienen a atentar contra nuestro derecho a vivir bien, aunque esto no sea vida… ¡Qué depre!…¡Qué estrés!